E. Puede llamarse J o K. Sin embargo E le va bien. Es de aquellos que podría decir: …tengo dos dientes falsos, solo mi dentista y yo lo sabemos… Es joven y si bien su expresión, en general, denota algo que no va con él es alegre y conversador, sin embargo necesita entrar en confianza, como la mayoría. En la medida que frecuenta las personas las barreras caen y su ingenio sale a flote, cuenta chistes y conversa sobre temas variados. Pero. Siempre hay un pero. Nunca ha podido superar el encogimiento que le causa el sexo opuesto. La presencia femenina lo apabulla y aun cuando entrado en confianza parece abierto a la conversación o incluso al amorío, una fuerza interior lo inmoviliza. Frente a una mujer preferiría ser otro…M. Por la mirada, así, grande abierta, quizá para ver más de lo necesario, y la boca que rechina, tiene la apariencia de una mujer a punto de tomar una decisión o saltar, sin apoyo, por encima del charco que se atraviesa en su camino después del aguacero. Sin embargo no llega a tanto. La mirada abierta y la boca en pleno esfuerzo son síntomas de una intensidad reprimida. M quisiera ser la rubia platinada a quien un galán heroico conquista y se enamora perdidamente. Pero no es así, sus galanes son mucho menos que heroicos. No soporta los avances de D, el contador, que no cesa de acosarla. Se siente atraída por E, el subalterno de D, pero cada vez que se cruza con él lo ve tan reprimido que ha llegado a creer que su sentimiento se acerca más a la lástima que al amor y, no sin dolor, piensa que algún día abandonará la idea de seducirlo…V. El vigilante, no lleva nunca la gorra que distingue su función, por eso hay clientes del banco que lo toman por un cliente más. No la utiliza para no desordenar el peinado en el que invierte minutos valiosos frente al espejo cada mañana y es causa de peleas interminables con X, su compañero. V solo piensa en su peinado y en su compañero, en ese orden; y no se interesa por nada más desde el día que E ignoró sus avances y por eso lo odia. Con su sonrisa de incógnita y los ojos a medio cerrar es testigo de que en el banco se cocinan ajustes, represalias, desquites y amoríos que mantienen en vilo al personal. Menos a él, dice con voz de canario, porque con X no necesita de nada ni de nadie más…D. Tiene la mirada vidriosa de quien pasa horas frente a listados interminables de cifras. Su oficio es sumar, pocas veces restar, dineros que no le pertenecen. Su jefe, O, le exige precisión y claridad a toda prueba; los clientes son minuciosos hasta el último centavo y cualquier error se paga caro. D es un solitario, sin embargo la soledad que ha cargado durante años se ha vuelto insoportable y por eso se insinúa a M, para tener algo de compañía, pero ella solo tiene ojos para E, el contador subalterno, que no le presta atención. Cuando D cae en la cuenta de que para acercarse a M debe ganarse la confianza de E, convertirse en su amigo inseparable y hacer que le sirva de lazarillo, decide comprar su confianza. ¿Cómo? Con dinero del que cuentan en jornadas interminables cada día. Si toman un poco, nadie lo notará, piensa D…O. Es un hombrecito pequeño de cabeza triangular, que peina los tres pelos que le quedan como si se tratara de una melena de león. De ahí los ojos desorbitados y el carácter áspero. Pero O, como todo el mundo tiene corazón y en secreto, sin que nadie lo note, es lo que cree, observa a M cuando camina por el pasillo, toma refresco en la cafetería o se aleja rumbo a su casa al final del día, entonces sueña con caminar a su lado. Desde la coincidencia de su ascenso a jefe de contadores con el ingreso de M al banco, O la persigue, mentalmente, claro. Una mañana se le ocurrió la idea de ordenar a E que le ayudara a organizar un encuentro accidental con ella en el salón cafetería de la esquina del banco. Incluso pensó en ofrecer al subalterno una suma que no hubiera visto nunca en su vida si hacía el puente con ella. Desgraciadamente, las semanas y los meses pasaron y nunca se atrevió a insinuar su pretensión a E y menos aún a acercarse a M. En despecho, cada día, se mostró más estricto con D…B. El señor B. Es, según O, el hombre más importante del banco. Es el gerente. Todos los días a la hora del café, la pausa de los empleados, el señor B pasa por el hall del banco y como después de tantos años es amigo de todos pasa entre los clientes saludando como una reina, entra al pasillo, toma café, se pone al día de las noticias o los chismes y trata de estar al lado de M que solo tiene ojos para E. Por supuesto el señor B es pudiente, dueño de una cuantiosa fortuna y viudo. Desde antes de la muerte de su mujer tiene los ojos puestos en M. Ahora, libre y con la posibilidad de cumplir el deseo de estar cerca de la mujer que tiene su corazón en vilo, siente la felicidad cercana. Sin embargo el señor B prefiere no cortejar a M delante de todos y lleva su discreción al extremo; se limita a seguirla cuando sale en las tardes rumbo a su casa. Esta situación no puede extenderse más en el tiempo, el señor B lo sabe…P es el patinador. Desde el día en que descubrió el cuerpo, que no reconoció, recostado de frente contra la pared del orinal, sin vida y ensangrentado, no ha podido cerrar la mirada de terror que lo acompaña a todas partes. No esperaba encontrar lo que encontró aquella mañana en el baño para hombres del primer piso. Como patinador, es decir, mensajero entre funcionarios, es quien lleva y trae todo entre las distintas dependencias y “todo” significa “todo”: incluso chismes, dires, desdichas, inventos, verdades y mentiras. Digamos que el hallazgo en el orinal aceleró la sorpresa en sus ojos ya desencajados por el estupor que le causaban las intenciones secretas de sus compañeros de trabajo. La facilidad para ir de un puesto a otro, intercambiar ideas con todos, también con O que se permitía esos deslices con él, y recibir a veces bajo juramento de estricto secreto, confidencias azarosas, había convertido a P en el “paño de lágrimas” del banco. Para los investigadores P es aquel que por sus intimidades con todos corre el riesgo de hablar más de la cuenta…E-2. Nadie lo vio, solo V quien dijo a los detectives que antes de que P encontrara el cuerpo ensangrentado había notado la presencia de E en los pasillos alrededor de la máquina de café, cerca del baño de hombres, pero cuando lo llamó con la intención de recriminarlo porque todavía no era hora de la pausa, éste no le respondió. V cayó entonces en la cuenta de que no se trataba del E que todos conocen sino de otro, idéntico, su hermano gemelo con bigote, dijo. Sin bigote, agregó, era igual, los mismos ojos, los mismos hombros caídos, la misma flacura lastimosa. Como a V le molestaba E sobre todo después de que lo rechazó, agregó que le pareció extraño verlo fuera de su puesto antes de la hora del descanso. También dijo que E no fue la única persona que merodeó por allí antes del descubrimiento y que, el muerto, cuando todavía estaba vivo, claro está, había pasado cerca de su puesto pero eso no era extraño…Epílogo. Un detective con cara, figura y bigote de detective en servicio llegó al banco minutos después de que la alarma fuera activada. Nadie hasta ese momento se había atrevido a tocar el cadáver. Cuando el detective y dos de sus colegas dieron vuelta al cuerpo incrustado de frente contra la pared del orinal y con cinco heridas de puñal, la sorpresa fue mayor. El muerto era nadie menos que el señor B. Los presentes se miraron interrogantes: D mira a O con temor; O se siente observado, busca a E entre el grupo y solo alcanza a verlo detrás de M; todos, sin excepción miran a M que lanzó un grito pequeño y con la mano coronada por uñas rojas se tapó la boca. El único que no centró su mirada en ella fue E porque se encontraba a sus espaldas; pero todos notaron la forma insistente como V clavó sus ojos en E, seguramente en busca del bigote que llevaba aquel que imaginó como su hermano gemelo poco antes de descubrir el cadáver. El único que no mostró expresión fue el detective. Se limitó a observar los presentes uno por uno. M era la más conmovida porque, aunque no lo pareciera, sospechaba el por qué de las frecuentes visitas a tomar café del señor B y como, en la práctica, las esperanzas de conquistar a E eran mínimas, su interés ya se había volcado hacia el señor B. Esa intención, si M la hubiese mencionado, habría convertido a E en el sospechoso número uno. Si lo hubiera sabido, P no se hubiera guardado un chisme de ese tamaño. Desde su lugar, algo alejado del grupo para no interferir en el dolor de los empleados, el detective tomaba nota y hacía el análisis de la situación. En ese momento P notó algo extraño en el ojo izquierdo del detective. Es de vidrio, se dijo, y lo murmuró al oído de V pero éste no lo escuchó porque su atención estaba puesta en E. Mientras los forenses hicieron las diligencias del levantamiento, el detective midió, evaluó y sacó conclusiones. Todos, anotó en su libreta, tienen razones para matar al señor B: por envidia, por celos, por M. Todos culpables, anotó mientras miraba de reojo las actitudes falsamente conmovidas. Los diez ojos clavados en M y las cinco heridas en el cuerpo de la víctima certificaban su duda. Del gemelo de E, posible asesino, nadie dijo nada, el detective concluyó que era un invento de V para distraer su atención…© Saúl Álvarez Lara / Reescrito en estos días de confinamiento…
En este nuevo aniversario, el octogésimo quinto, de nuestro amado Colegio, saludo respetuosamente a la comunidad del CEFA: sus cuerpos directivo, administrativo, profesoral y estudiantil.Todos cuantos, a través de los años, han estado al cuidado del Colegio, han trabajado amorosamente por afianzar sus pasos de Institución modelo de superación y de adelanto cultural; y, además, mantener viva en el alma de las alumnas, la imagen de su ilustre fundador, doctor Joaquín Vallejo Arbeláez quien pensó en la mujer como un integrante imprescindible de las comunidades guardianas del presente y del futuro de la patria; en consecuencia, había que educar a la mujer en la libertad, en el compromiso y en el honor; así, fundó este Colegio con características diferentes y con objetivos de una alta consciencia espiritual, cultural y humanística.Su primer nombre fue el de Instituto Central Femenino. Me enorgullezco de haberme tocado la primera rectora, señorita Lola González Mesa; la primera secretaria, señorita Cecilia López Restrepo; la primera bibliotecaria, señorita Tulia Restrepo Gaviria. Los convoco a todos ustedes a recordar con agradecimiento a quienes mantuvieron y realizaron brillantemente el deseo del doctor Vallejo.Mis niñas amigas,Se me ha dado la grata oportunidad de reencontrarme de nuevo con ustedes, en este otro aniversario.Tuve que enfrentar una minuciosa selección de ideas para poder escribirles, ya que las circunstancias no nos permiten otro canal.Contarles la historia del CEFA, sería monótono, bien por todo cuanto, al respecto, saben ustedes, como también, por las cuatro páginas completas sobre dicha historia que hace algunos años yo publiqué en el periódico El Mundo; y, todavía más, por otra publicación que escribí en el mismo periódico, al cumplir sus gloriosos 84 años. Relatar mi trayectoria académica y de servicios sería egolatría y el mejor modo de aburrirlas a ustedes.Por tanto, hoy, en la cima de mis 93 años, he decidido abrir mi maravillosa “caja de Pandora” que contiene, no males y desgracias como en el mito de los griegos, sino ilusiones, triunfos, alegrías y realizaciones, y permitirles a ustedes conocer algunos de mis momentos de estudiante y de profesora de esta honorable Institución, refugio de mi juventud, primer escalón de luz y de paz en mi camino:Lea también: Ochenta y cuatro gloriosos años1.A mis trece años, por cumplir, entré por primera vez al plantel: venía de un pueblo del suroeste de Antioquia y de un colegio de monjas. ¿Pueden imaginar lo que sentí viendo esta mole de edificio y a las profesoras elegantes, jóvenes, alegres y sabias?Entré, con otras niñas de mi edad, tímidas y aleladas como yo, a presentar el examen de admisión. Estuve bien calificada en todo, pero descalificada en lenguaje y redacción; ese fue el informe que me dio la señorita Albertina Moreno, y todo, porque ese escrito no era mio, “usted está muy niña para escribir esas cosas sobre lo que quiere ser como maestra”. Pasé la tarde sentada en el borde del corredor en donde está la campana y frente a la rectoría, viviendo el dolor de no poder estudiar en el Instituto Central Femenino….Al atardecer, y ya de salida, la señorita Lola González, la rectora, vio mi tristeza, averiguó la causa y me citó para el día siguiente; ¡me daban otra oportunidad! Llegué temprano y en una silla y en el mismo punto donde había rumiado mi tristeza, yo debía redactar en una hoja que me dieron, todo cuanto yo veía desde allí… Una niña de pueblo, de trece años de edad, no alcanza a dimensionar el espacio en donde estudiaría seis años….Mi miedo por todo lo nuevo, personas y espacios, la soledad de mi corazón y mi mirada escudriñando por los alrededores, me pusieron en un trance de incapacidad mental…. Al fin empecé a escribir… a escribir… y llené la hoja por lado y lado. Lo que más recuerdo es que describía la vestimenta lujosa y elegante de cada profesora que pasaba junto a mí. La rectora leyó mi escrito; mientras ella leía, yo una niña pueblerina, tímida y llorona, me iba sintiendo aniquilada….Sin decir nada, me miró y me dijo: “Todo está bien. Dentro de dos días puede matricularse”. Cuando volví en mí, no pude ordenar el tropel de sentimientos, ni contener las lágrimas.2.-Llegó el primero de febrero de 1941, primer día de clases; anduve perdida por corredores, casitas, patios, capilla, tercer piso, sin encontrar “mi salón”; cuando logré identificarlo, la clase estaba terminando….3.-De ocho a once y de dos a cinco, todo el día tomando nota de las exposiciones de las profesoras, pues como era un colegio recién creado, abierto, flexible, liberal, descomplicado, único en Colombia que formaría a la mujer como maestra y como bachiller para poder ingresar por primera vez a la universidad, debía tener una nueva pedagogía basada en los más grandes educadores europeos como María Montessori, Ovidio Decroly, Pestalozzi, etc.Teníamos que oír y retener rápidamente los conceptos e ir fijándolos por escrito. No había frecuencia de exámenes, ni tareas ni consultas, ni preguntas que lo comprometieran a uno con lo aprendido. Solo cada tres meses había un examen general de todo el contenido anterior, con preguntas y respuestas extensas y complicadas. Como era un colegio que había nacido con el objetivo de ser distinto, de destacarse como lo mejor, las alumnas debíamos asumir ese compromiso. Solo los exámenes trimestrales daban cuenta de cuánto era nuestro estudio y nuestro compromiso. Las reflexiones acerca de los resultados eran entre profesor y alumna; luego, nosotras firmábamos el acta de calificación y la devolvíamos a la rectora. No estaban de moda las reuniones de padres de familia y nunca las hubo en mis seis años de estudio; nuestros líos teníamos que resolverlos nosotras, hablando con la persona indicada.4.Andando el tiempo, ya hacía dos años que yo seguía conociendo a las profesoras, a mis compañeras, las dependencias del colegio, e íbamos a empezar tercero (hoy: octavo) cuando se nos agregó una materia nueva: Psicología evolutiva. El profesor era el doctor Miguel Roberto Téllez cuyos conocimientos y su gentil talante nos subyugaron de inmediato. Al año siguiente, en cuarto, los alumnos del Liceo Antioqueño fundaron un periódico y nos pidieron colaboraciones.¿De dónde salió mi impulso? No lo sé. Pero, fui la única que escribió; pensé que sabía mucha psicología y escribí un artículo sobre ella; en clase, se lo presenté al profesor para que le arreglara “algunas cositas”. El doctor leyó detenidamente mi texto y me lo devolvió diciéndome: “esto no es psicología esto es literatura”. Mi “ego” cambió: ya la niña pueblerina, asustadiza todavía, no era la estudiante de psicología en la que creía brillar, sino la “aprendiz de brujo” en literatura, cátedra regentada por el eminente maestro Conrado González Mejía.5.Ayudaron a ese cambio, los “Concursos literarios del Instituto Central Femenino” realizados cada año con motivo de las “Fiestas del Colegio”; concursos que alentaban mis ilusiones y daban vuelo a mi cerebro, pues iba siendo una adolescente convencida de que podía realizar muchas cosas, y porque el Jurado me asignaba el primer puesto….6.Pero, otras circunstancias me hacían retroceder y me recortaban mis sueños: en educación física nunca pude llevar el ritmo de los ejercicios que había que realizar, guiados por el férreo conteo del profesor Alberto Rendón: “un, dos”… “un, dos”… “un, dos”; cuando nos enseñaba “a marchar” para los desfiles, yo siempre lo hacía con el pie contrario; aún lo oigo diciéndome, muy quedo, en los desfiles por las calles de Medellín: “cambie de pie, señorita”.7.Las prácticas pedagógicas de semanas enteras en la escuela anexa, se llevaban todo mi esfuerzo y me agotaba y desconsolaba cuando la directora de prácticas, señorita Nina Yepes y el profesor de historia y filosofía de la educación y de pedagogía, profesor Absalón Guzmán, enumeraban mis equivocaciones, mis desaciertos y me calificaban con tres con cinco; nunca alcancé un cinco en toda mi vida de estudiante.8La física siempre me dolió en el alma y en el cuerpo, el profesor era de la Universidad Nal, de nombre Diógenes a quien solo le veíamos la cara cuando – después de haber llenado todo el tablero de fórmulas, ejercicios y otros enigmas- nos preguntaba: ¿entendieron, señoritas?, ¿entendimos qué profesor? Y volvía a llenar el tablero con más de lo mismo.9.En la clase de historia universal nos sorprendían todos los acontecimientos, pero uno, que estaba aconteciendo, nos hacía suspirar: la abdicación de Eduardo VIII al trono de Inglaterra para poder casarse con la norteamericana Wallis Simpson, divorciada dos veces. Al lado de esta bella historia de amor, teníamos, también, que explicar en el examen trimestral, la intrincada historia de los Luises, reyes de Francia: sus vidas, sus alianzas, sus guerras….10.En 1945, una gran noticia inundó el Instituto Central Femenino: Alguien gritó que se había terminado la Segunda Guerra Mundial; nosotras cursábamos el quinto año (hoy: décimo) y, precisamente, en clase de Historia Universal hablábamos y comentábamos sobre la Guerra. La emoción nos sobrecogió, y Fanny Posada y yo salimos corriendo del salón y empezamos a tocar la campana; por supuesto, todas las alumnas salieron a los corredores y patios a aumentar la algarabía, a cantar, a aplaudir, a marchar por los corredores…. Pero, lo más destacado fue que el profesorado respetó nuestro entusiasmo. Nos dejaron disfrutar libremente el acontecimiento.11.-En 1946, el hecho más emocionante fue el estreno del Himno Oficial del Instituto Central Femenino, hoja de ruta para la mujer en su presente y en su futuro. Con uniforme de gala y en plenas fiestas del colegio- mes de septiembre – íbamos por toda La Playa hasta Junín para entrar a la Catedral a dar gracias por nuestro Colegio. Todo el año el maestro Carlos Vieco, su autor-compositor se había dedicado a enseñárnoslo. La letra pertenece al canónigo doctor Bernardo Jaramillo, un excelente poeta. Por eso el día del estreno, nuestra marcha por las calles de Medellín, al compás del má bello himno que se haya compuesto, fue triunfal. Es exactamente el mismo que hoy ustedes cantan con orgullo de triunfadoras.12.-Diez de diciembre de 1946, el día de nuestro grado: nuestro diploma, un enorme cartón con los escudos de Colombia y Antioquia y nuestro nombre escrito en letras bellas y sobresalientes, y luego el nombre del Colegio y la oficial disposición que nos declaraba: “Maestra Superior”. El acto de graduación se efectuó en la recién remodelada Biblioteca del Colegio. Nos tocó estrenarla.13.-La vida nos llevó lejos de nuestro muy amado colegio……hubo tiempo para ir a la Universidad por mi cartón como “experta en letras”, tiempo para casarme y criar cuatro hijos y, años después, volver al colegio a entregarle 29 años de vida como profesora, Ya él nos había acogido seis años como alumnas.14.-El primero de febrero de 1963, en una linda mañana, llegué al Colegio para dar comienzo al maravilloso ciclo de ser maestra de literatura e idioma; y, el primero de febrero de 1991 cesaron mis actividades: llegó la jubilación. Me había dicho, con las palabras del poeta: “Como vine me iré: calladamente”, y así ocurrió mi retiro como profesora jubilada del Instituto Central Femenino, cuna del Tecnológico de Antioquia (TdeA) fundado por la doctora Olga Osorio de Cuervo en 1981. Al separarse el Tecnológico, años después, por orden del Ministerio de Educación, y ya fortalecido y con su camino despejado, nuestro Colegio volvió a llamarse CEFA.15. El domingo 8 de octubre de 1967, cuando celebrábamos, un poco tarde, los treinta años del Colegio, un periódico de la ciudad expresó:“……Culmina su semana clásica. Su nombre clásico: Instituto Central Femenino. Sus primeras graduandas: año 1939. Ahora se llama: Centro Educacional Femenino de Antioquia. La gente le abreviaba el nombre en sencilla demostración de cariño: el Central Femenino. Y en estas tres palabras se insinuaba un mundo de tesoros: libertad, feminidad, belleza, juventud, esperanza…”Le puede interesar: Uno vuelve siempre16.Pasaron los años, (2001) y vuelvo a ser sorprendida por el más grande y noble homenaje que he recibido en mi vida: La doctora Gladis Otálvaro, como rectora, y la Junta Directiva identifican la biblioteca con mi nombre. Mis niñas: allá está ese nombre, acompañando las luchas de ustedes y aplaudiendo sus logros, y aquí estoy yo con el mismo empeño en que nuestro CEFA perdure en el tiempo como baluarte de los valores femeninos de nuestra tierra.Y el secreto de la perdurabilidad de los valores y de la fortaleza de alumnas y exalumnas, para enfrentar el diario vivir, nos lo dijo el ilustre autor de la letra del Himno, en su segunda estrofa:Juventud anhelante de gloriaY sedienta de luz y más luz,Sin luchar no se alcanza victoria,Ni se asciende a la cima sin cruz.
Cien años se han cumplido de la escritura y publicación de una crónica sobre la ciudad, con sus estribaciones y laderas, faldas y hondonadas, con sus cúpulas de cruces y sus calles, algunas poco o nada rectas sino serpenteantes. Un siglo de aquella obrita titulada Medellín, sin más, sin retruécanos ni ornamentos. Así, a secas, Medellín, visto por Tomás Carrasquilla. Una narración en la cual el lector se permite un recorrido por la memoria. Por esa ciudad de entonces y por referentes e hitos que la precedieron desde su erección, en 1675, como Villa de la Candelaria de Medellín.Lea también: ¿Cuándo se jodió Medellín?Medellín, con su ermita y sus iglesias, sus altos y camellones, sus quebradas, en especial aquella que es icono histórico y cultural, la Santa Elena, antes quebrada de Aná. Y, claro, el centro y los arrabales. Hay la posibilidad de cruzar puentes (algunos ya no existen) y pararse en un atrio. Año 1920. La ciudad y sus circunstancias disímiles, con ruralidades y proceso de urbanización en marcha, todavía con las ideas de progreso que flotan en su aire sin contaminaciones y temperatura primaveral, que decían con acierto.¿Cómo era la ciudad en los años veinte? En aquellos que, en otras geografías, eran los “años locos”, los “días felices”, los “felices años veinte”, sobre todo en las naciones que salieron victoriosas de la Gran Guerra, aunque, no sobra la pregunta: ¿Quién sale victorioso de una guerra? El caso es que el comienzo de una década de tendencias e intereses diversos en la cultura, en las músicas nuevas, en literaturas que narran la fiesta, los bailes, los alaridos de la moda y el consumo. Y en este tiempo, de los inicios de los años bulliciosos, ¿qué vestuario tenía Medellín? ¿Cómo era aquella lejana ciudad que ya hoy es otra, quizá más deforme y afeada?Carrasquilla demuestra su conocimiento de la urbe, de sus suburbios y partes céntricas y no elude la historia. En su crónica, estructurada por temas, como las aguas, las iglesias viejas y nuevas, el antes y el presente de una ciudad que para 1920 ya tenía en sus paisajes las chimeneas fabriles y en aquel sector clave de la historia del siglo pasado, a Guayaquil, que ya era en esas fechas un “puerto seco”. Ahí, en aquel lugar de preeminencia en la ciudad, con una plaza de mercado a la europea, con galerías y servicios sanitarios, se había sumado a su vista polifacética la Estación Medellín, diseñada por Enrique Olarte. Sí, el ferrocarril había arribado allí en 1914.El escritor y sastre, el autor de una novela urbana que puso a Medellín en las cumbres de la literatura de ciudad que ya comenzaba a cocinarse en América Latina, Frutos de mi tierra (1896), no tocó en su crónica a Guayaquil. Solo unas pinceladas sobre una especie de plazuela que estaba al frente de la bella Estación Medellín. Y no más. En cambio, dedicó su prosa de exquisiteces y sonoridades de riachuelo a otros sectores, en una especie de inmersión por detalles arquitectónicos, construcciones, la naturaleza y la cultura.Medellín es una crónica en la que el autor muestra su sapiencia no solo en el manejo del castellano, con sus musicalidades y riqueza de vocabulario, sino en todo lo que domina acerca de calles, barrios, sitios de sociabilidad, parques, plazuelas, rituales y ritmos laborales, hasta integrar los sonidos argentinos de las campanas con los “milagros de San Progreso”. Carrasquilla nos va llevando por callejones y callejuelas, por las lomas de un morro, por las torres de las iglesias y por sus naves. Nos hace ver la ciudad que está en crecimiento, sin ocultar “el prestigio indecible de las cosas viejas”.Hay notas de alto vuelo en la visión del cronista. El apartado dedicado a los arrabales es de medida majestuosidad en sus maneras de decir, mostrar, dar cuenta. “Arrabales pintorescos los de esta Villa de luces y colores”. Y nos encamina por La Asomadera, en medio de apacibles parajes, porque en ellos se “apaga el bullicio de la ciudad y se inicia el ruido de los campos”, como acaece en las cercanías de Santa Elena, con aves y frondas, vacas y ladridos de canes. Y nos monta a Versalles, Santana, Villahermosa y muestra casitas de obreros por los lados de Enciso, que entonces eran parte de los suburbios.En aquel momento histórico, Medellín, tal como lo señala el observador, tiende hacia el norte, ese es el punto cardinal relevante en aquellos días, cuando ya estaba el manicomio desde hace rato por el Bermejal, por los lados de Aranjuez, que es un barrio que se inició en 1917, como también lo narrará, en otro artículo, el autor de Ligia Cruz y Grandeza. Nos pasea por lugares donde “impera la disciplina y mandan el plano y la ingeniería”, que se nota en los trazados de nuevos barrios, como Manrique, Restrepo Isaza y Berlín.Por el 20 la Otrabanda del río no tiene ningún movimiento urbanístico. Están, muy lejos, América y Belén, y por las riveras de la Iguaná, Robledo, que antes lo llamaron pueblo de Aná. Así que, poco o nada se vislumbra en esta crónica que es todo un examen a la Villa infulosa, a la que quiere ser ciudad y todavía respira aires parroquiales. Aires que aún no asfixian. Nos asomamos por los vericuetos de los camellones y podemos desplazarnos por el Carretero, esa suerte de Vía Apia que unió a la ciudad naciente con los fulgores áureos del Nordeste, ese camino que siguió la ruta del Aburrá o Porce.Se nota el sentido del detalle y de la minuciosidad, mezclado con asuntos más panorámicos, en lo que va describiendo el escritor. Buenos Aires, cuyo nombre llegó de uno que tenía un granero mixto de lo que antes se llamó Campo Alegre, nos llega como un paseo, “con sus alturas y sus vistas”, con su “éter, su Gerona y su Basílica”, que no tiene rival en aquella ciudad que para entonces ya tenía una buena muestra de fábricas textileras, de jabón, fósforos, bebidas gaseosas, cervezas y una muy adelantada construcción de la mole que es la Catedral Metropolitana, inaugurada a comienzos de la siguiente década.Las principales calles de Carrasquilla son Carabobo y Ayacucho, que “como un signo + cuartean la ciudad”. En el abordaje que hace a las calles céntricas y de alrededores, el cronista, que tiene en cuenta los planos del Medellín futuro que se forjaron a partir de 1913, expone sus saberes de urbanismo, de formación de ciudades, tanto las trazadas al estilo damero, simétricas, como las desconcertadas y torcidas, como la nuestra. “No sabemos si Medellín habrá perdido o ganado con sus muchas y diversas torceduras, toda vez que no la hemos conocido de otro modo”. Deja entrever que esta ciudad hace parte de las que son remendadas, trazadas sin esmeros geométricos, casi a la bartola. “Solo las ciudades a la yanqui, con planos y diseños antes de escoger el lugar ciudadano, se escaparán de este remendar incesante”.Medellín, una ciudad que ha ejercido aquello del “ensanche”, en el que a veces, o casi siempre, se derriban referentes urbanos y de memoria, es vista en esta crónica con sus parques y plazas, que, hasta ahora, la confusión denominativa es abismal. Aquí se trastocaron los términos. Y así, una plaza es llamada parque. Esta denominación, con tantas variantes, como las del parque inglés, parque francés, en fin, se quedó en Medellín para designar a lo que, en esencia, son plazas (que según sus dimensiones, también decrecen: plazuela, plazoleta, placita).Carrasquilla, que sabe del asunto, no se mete en esas honduras, pero sí señala que un parque es un pedazo de campo en la urbe, son bosques urbanos, reservas en medio del ladrillo y otras construcciones. En su mirada aparecen el Bolívar, el Berrío (“que reclama otra reforma”, dice el cronista) y “parquecillos” como el San Roque (hoy Plazuela Uribe Uribe), en la calle Pichincha.Si por plaza se entiende, dice don Tomás, un lugar amplio y despejado, más o menos geométrico, la Medellín que él analiza y retrata solo tiene la de Boston, la de la Estación del Ferrocarril de Antioquia (Estación Medellín) y un poco la de San Francisco (hoy San Ignacio y mucho antes José Félix de Restrepo). El flâneur que también pudo ser Carrasca, hace un paneo por la plaza de Berrío (que en los comienzos de la Villa fue la Plaza Mayor), que tenía edificios de tres pisos y la iglesia de La Candelaria o “Catedral Vieja”.Y así, con su vista crítica y descubridora, nos conduce por la colonial plazuela de la Vera-Cruz, al frente de la cual habitó el héroe del Bárbula, Atanasio Girardot, y nos lleva hasta la plazuela de San Benito y nos devuelve hacia oriente para llegar a la de San Francisco, con fuente, asientos, sendero, “con altas ringlas de nogales” y sentencia que es una plaza hermosa.Las palabras bien afinadas del cronista van por iglesias, de las que sabe a fondo los nombres de sus piezas, de sus disposiciones y distribuciones, y las diferencia entre viejas y nuevas. Es una correría levítica en la que la arquitectura religiosa toma diversas formas. Todo muy bien designado. Un documento. Y mostrando iglesias muestra, al mismo tiempo, los lugares donde están instaladas, los alrededores, las maneras de ser de sitios adyacentes. “El templo de donde salió el de Asís para entrar el de Loyoya está hoy modificado, retocado y adobado, con ese estilo jesuítico, de perendengues y ringorrangos, que tanto pasma y enfervoriza a los cristianos”.Un interesante ejercicio puede ser el de, tras examinar la crónica Medellín, compararla con lo que queda de esos días y cómo ha cambiado la ciudad. Qué ha permanecido. Qué se ha ido. Podrían hacerlo, digo yo, sin pretensión alguna de molestar, en las facultades de arquitectura, en las de periodismo, y otras en las que el urbanismo es esencial. Nunca sobra saber cosas sobre la ciudad en la que se habita y mejor aún cuando se tienen documentos esenciales como el que escribió hace cien años el novelista de Santo Domingo.La panorámica carrasquillesca sobre Medellín tiene unos acercamientos, como close-up, sobre las aguas de la ciudad. El río y las quebradas. Una ciudad de enorme riqueza hídrica y en cuyas corrientes se han tejido historias que van desde las instalaciones de acueductos, electrificadoras hasta fábricas de cerveza, no ha creado mitologías acuosas. No ha deparado nereidas y otros seres acuáticos. Y su río de la historia, su río en el que hoy nadie se bañaría ni siquiera una vez en él, para no entrar en las premisas de Heráclito, es una arteria sin cantos, sin poetas, sin siquiera un barquero que conduzca a los pasajeros al olvido.Y, en efecto, lo más fluido en estas consideraciones sobre la ciudad, está en las aguas, unas que se pueden desprender por las pendientes de Granizal, hasta las de El Poblado, Belén, América y Robledo. Y qué hablar de aquella que baja desde los breñales de Santa Elena y que, aún más que el río, ha tenido leyendas, crónicas, poemas, novelas y una historia que la ha erigido como una quebrada de renombres y referente urbano. La Santa Elena, o antigua Aná, es nuestra agua madre.Y así como podemos sentir el rumor de La Poblada, El Ahorcado, La Corcovada, La Canguereja o la Iguaná, la corriente del Aburrá, río de la cultura, de la historia, de los antes y los después de Medellín, es, quizá, la que más suena y resuena en la bien tejida crónica. “No tiene leyendas como el Rhin, ni sacros misterios como el Ganges; genios y ondinas desdeñaron sus aguas; ningún poeta le ha dedicado una estrofa; para nada le mencionaron las tradiciones mentirosas; la horda primitiva que trasegó por sus márgenes no le consagró siquiera la más salvaje de sus admiraciones…”.En su especie de elegía por el río Medellín, Carrasquilla avista que esas aguas, que ya han comenzado a ser en su cauce rectificadas, serán parte de un río muerto. Y ahí sí, ese río manso y hospitalario, se perderá en las oscuridades de la desmemoria. Agua sin nombre y sin siquiera un mohán que al menos promueva algún susto.Lea también: Luces en los ojos de la infanciaEscrita cuando la Villa devenida ciudad cumplió 245 años de fundación mediante cédula real, la crónica Medellín es una memoria aquilatada, en la que el estilo de riqueza léxica y de fluir sereno del novelista, cuentista y buen conversador se reparte en cada una de las celdas divisorias. La ciudad adentro y afuera. La ciudad que perdura, la que se metamorfosea, la del espíritu comercial e industrioso, la de los negociantes y fabricantes se desliza por las páginas como las aguas del río, con olores de incienso y de telas nuevas.
Hay un asombro que no termina ante la historia del bolero Bésame mucho, que también es interpretado en ritmo de tango. Lo compuso la mexicana Consuelo Velázquez cuando tenía 16 años (1932), y es cierto que el momento de creación ocurrió antes de su primer beso. Ha sido reconocida como una de las canciones más populares del Siglo XX, sin embargo, además de los momentos de gloria, se prohibió durante el gobierno del General Francisco Franco. (1)Lea también: Eladia al surEs innegable el carácter erótico de la letra, no obstante, el hijo de la compositora, Mariano Rivera Velázquez, cuenta que la canción se terminó en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial,“Consuelo, algo más madura para ese momento, se sentía particularmente sensibilizada frente a las historias de separaciones de novios y matrimonios jóvenes, cuyos hombres debían cumplir servicios militares y enfrentaban la posibilidad de la muerte. Estas reflexiones permitirían a Consuelo Velázquez poder dar término a la letra de la canción”. (2)“Bésame,bésame muchocomo si fuera esta nochela última vez.Bésame,bésame muchoque tengo miedo perderte,perderte después (…)”Los versos son el acercamiento al imperativo de vivir el presente que es lo único que le pertenece al sujeto, de acuerdo con el manejo de su voluntad y con los dictámenes del momento histórico.Por otro lado, quisiera agregar que en la suite Goyescas de Enrique Granados llamada Los majos enamorados, hay una aria La maja y el ruiseñor, cuya música inspiró a la autora del bolero. Lo cantaron Andy Rusell, Nat “King” Cole, Frank Sinatra, Édith Piaf, Sara Montiel y por supuesto Los Panchos. Estuvo en varias bandas sonoras, entre ellas un film de Emir Kusturika Sueños de Arizona y Bésame mucho de Philippe Toledano.Es hora de dejar a esta compositora y pianista, oriunda de Jalisco, quien actuó como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional de México y supo que el bolero Bésame mucho fue cantado en más de 20 idiomas. “Su gran acierto en Estados Unidos fue la contextualización de la canción hacia las mujeres que esperaban a sus maridos en la Segunda Guerra Mundial” (3).Quiero tenerte muy cercamirarme en tus ojosy estar junto a ti,piensa que tal vez mañanayo estaré muy lejos,muy lejos de aquí.Existe en la historia del tango la brillante presencia de una joven de 14 años, Rosita Melo -Rosa Clotilde Mele- compositora del vals criollo Desde el alma, sinónimo de vals para los argentinos, según Roberto Selles, y considerado el más famoso del género rioplatense que se haya compuesto jamás, y por una uruguaya.Hay sin duda una consideración y es que la grandiosidad de la música fue el mérito para que el poeta Homero Manzi desarrollara sobre la melodía un lirismo tan bello y apasionado que llevaría hasta la esencia de un soneto de Francisco de Quevedo (4).Esta es la letra de Homero Manzi:“Alma, si tanto te han herido,¿por qué te niegas al olvido?¿Por qué prefieresllorar lo que has perdido,buscar lo que has querido,llamar lo que murió?Y estos versos de Quevedo se hermanan con la canciónDesde el alma“En los claustros de l’alma la heridayace callada; mas consume hambrienta,la vida, que en mis venas alimentallama por las medulas extendida.(…)”La siguiente estrofa venida de la poética del bardo del Siglo de Oro español se liga con la de Manzi al decir:“La gente esquivo, y me es horror el día;dilato en largas voces negro llanto,que a sordo mar mi ardiente pena envía.(…)”Y la de Homero Manzi:Alma, no entornes tu ventanaal sol feliz de la mañana.No desesperes,que el sueño más queridoes el que más nos hiere,es el que duele más.(…)”Desde el alma es un clamor salido en “una noche amarga” donde se expone la inutilidad de la tristeza y se exhorta a buscar nuevos horizontes. Recuerda el diálogo Fedón o sobre el alma de Platón, cuando Sócrates dice a Cebes “el vivir es para todos los hombres una necesidad absoluta e invariable, hasta para aquellos mismos a quienes vendría mejor la muerte que la vida; (…)”La letra está arropada por una hondura poética que conjuga herida y dolor para resolverlo en una forma de muerte que puede ser el olvido.Quisiera agregar que la primera grabación la hizo Roberto Firpo y la primera letra la escribió su esposo Víctor Piuma Vélez, la definitiva de Homero Manzi, se escribió para el film Pobre mi madre querida.Le puede interesar: Las mujeres del tango y las mujeres de LorcaPara terminar, decir entonces que el alma es un tema que ha pasado por discusiones filosóficas, por los más excelsos poemas y ha sido cuestión fundamental de religiones. No sería el alma un ser ajeno a la literatura y la encontré en la novela Cumbres borrascosas de Emily Brontë recitadas por Heathcliff ante la temprana muerte de Catalina: “¡Mi Dios! ¡Es indecible! ¡No puedo vivir sin mi vida!¡ No puedo vivir sin mi alma!”(1)ESPÍN, Manuel. La España resignada. 1952. 1960. La década desconocida.(2) https://www.culturagenial.com/es/cancion-besame-mucho/ IMAGINARIO. Andrea. Cultura genial, artículo.(3) Wikipedia.(4) Ciclo Canta sola a Lisi y la amorosa pasión de su amante.
La frase era de Mae West (eso le habían dicho) y todos los días se la repitió como una oración. “Las mujeres viejas vamos a todas partes”, se dijo subiendo las escaleras de su casa, mirando por la ventana, dándole de comer a los canarios que tenía en el patio de atrás, que eran tres y uno de ellos muy gordo; viendo la luna cuando se dejaba mirar y hasta cuando se pintaba las uñas. Le gustaba el color rojo vivo. También musitaba la frase al terminar de leer un libro o al apagar la radio después de una canción. Siempre apagaba el aparato cuando alguien estaba cantando y así la música y el canto le quedaba por un momento en la cabeza. Sonreía cerrando los ojos, que seguían siendo color almendra y redondos. A veces las arrugas se los rodeaban y le daban aspecto de nuez. Dos nueces, una a cada lado de la nariz un poco curva.Lea también: Un día de trabajoRebeca Abulafia, que por años siguió viviendo con su marido, aunque vivir, como nos contó, era ya una historia pasada, hacía tortas de miel y pasteles hojaldrados por pedido, arreglaba porcelanas quebradas (tenía herramientas de orfebrería, pinceles finos y pinturas italianas) y acompañaba al centro de la ciudad a toda amiga que se lo pidiera. La ciudad la atraía y buscaba cualquier excusa para salir del apartamento: necesitaba la gente, el ruido, una que otra emoción, ver cómo donde antes había algo, ahora se veía otra cosa.En los años que tenía, que eran los de la sequedad, Rebeca no había perdido el porte ni la risa. Conservaba unos buenos dientes. Y si bien el rouge le duraba poco en los labios, igual que el toque naranja suave que se aplicaba en las mejillas, la risa le compensaba estas faltas. Y a su marido, un buen vecino ya, le sonreía. Lo vio regarse por encima del sillón desde donde miraba el televisor. Por los días de esa expansión, el hombre había dejado de rezar (ya no creo en D’s, para que lo sepas, le dijo en 1999), se había olvidado de toda ingeniería (había ejercido la ingeniería civil) y los libros de su biblioteca ya no se movieron más. Cada tanto, la mujer los limpiaba para que el polvo no se tomara el lugar. Así que siguió atenta a que su marido no desapareciera. Lo oyó toser, moverse en el sillón, maldecir, pedir algo de comer o solicitar una bufanda. En días y noches, Rebeca llegó a la certidumbre que ya no era comida ni ropa limpia lo que ponía al alcance de su marido, sino ofrendas a un Buda. La mujer le había escrito a su hija: tu padre se infla como un globo, una tarde estallará o saldrá volando. Pero no te preocupes, ya sé qué hacer en este caso. La hija le respondió hablándole de una nueva casa, de un reconocimiento importante a su esposo (era médico) y de otro embarazo que había llegado a nada, a un aborto minúsculo (decía en un renglón de letra pequeña). Que el padre explotara o saliera volando, pareció importarle poco.Con la frase, las mujeres viejas vamos a todas partes, Rebeca, cuando no tenía nada qué hacer (pasaba cuando llovía mucho), se dio también a tejer. Y fue por los días del rouge que desaparecía en la boca (debe tener los labios secos, se dijo) cuando los pedidos de pasteles y tortas fueron disminuyendo, al igual que las porcelanas que se quebraban. Así que se miró las manos y se dijo: a tejer. Comenzó con unas carpetas, pasó luego a los calcetines. Hizo quipot (sombreritos para el rezo), tejió un par de bufandas en las que abundaban las lámparas de siete brazos y habló de sus tejidos en la sinagoga, en la parte donde se hacían las mujeres, sacando del bolso unas muestras. Las quipot gustaron mucho. Un sábado, en el rezo de la mañana, vio que algunos hombres las estaban usando. Se sintió muy bien. Ese día, leyendo las oraciones del sidur (libro de rezos), intercaló: las mujeres viejas vamos a todas partes, y lo dijo en voz alta. La mujer que estaba su lado, la esposa de nuestro panadero, la miró extrañada. ¿Qué dices?, le preguntó. Lo que hay que decir a esta edad, le respondió Rebeca. Sigue rezando.Tortas, pasteles, tejidos, una que otra reparación, caminatas acompañando a sus amigas a comprar o esperarlas mientras hacían una fila en el banco, lo que le servía a su marido y ponía encima de la mesita al lado del sillón, la comida que les daba a los canarios, lo que miraba por la ventana, el rouge que se le caía de los labios, todo esto comenzó a anotarlo, Rebeca Abulafia, en una libreta. Y a esas notas le agregó entradas a lugares equivocados, cines en los que la película la durmió, restaurantes pequeños en los que alguien le guiñó un ojo, calles interminables bajo el sol, taxistas que nunca le hablaron y la miraron por el retrovisor, no fuera y ella sacara una pistola y se las pusiera en la nuca (esto que anotó la hizo sonreír, no tenía cara para hacer esto). La libreta era pequeña y gorda, las páginas tenían renglones y su letra era como una marcha de hormigas. Y algunas de las notas las hizo con letras hebreas. Si alguien va a leer esto, que lo lea en todas las direcciones, se dijo. También añadió algunos dibujos, lo que la llevó a la infancia. Los barquitos abundaban a lo largo de esas notas, al igual que trenes que echaban humo.Las mujeres viejas vamos a todas partes, no estaba mal la frase de Mae West, la de la cintura de avispa y muchos hombres detrás. La del cine en blanco y negro y un pianista que ambientaba la escena. Pobre Mae, suspiró Rebeca en medio de un juego de cartas. Y las otras que jugaban con ella, preguntaron: ¿quién es Mae? ¿Un perrito? Rebeca, ya sin rouge en los labios, les sonrió.-Es una mujer vieja- les dijo.-¡Ah!- dijeron las otras y volvieron a sus cartas. Rebeca pensó que con rabia o susto, pues escupieron sobre las manos para que no las tocara el mal de ojo. Por los días de Rebeca Abulafia (que fueron muchos y variados), muchas de esas mujeres habían atravesado el mar con maletas grandes en las que se escondieron algunos demonios y duendes de la vieja tierra. Y a esos había que escupirlos e incluso machacarlos, si aparecían en la tabla de la cocina o en alguna conversación. Claro que en ocasiones aparecían en las camas, pero las jugadoras de cartas se hacían las dormidas.La ciudad con sus calles arboladas, avenidas cargadas de vehículos, semáforos cambiantes, buses repletos, taxis amarillos, gente con sombrero y sin él; con avisos y vitrinas donde se exhibían desde ollas a pequeños santos de yeso, aceras donde algunos trataban de vender algo medio escondido, mujeres de caderas amplias y tacones, edificios con porteros mirando el teléfono o leyendo el periódico, fue el escenario vivido de Rebeca Abulafia, sin contar resolanas, lluvias largas y cortas, y predicadores de la Biblia en algún parque. Y cuando llegaba a su casa, descansaba. Aunque hubo una ocasión en que llegó, calentó agua y luego puso sus pies adentro de la palangana, tomó una navaja de filo delgado y, frente a su marido, se rebanó un callo. El hombre la miró con cansancio: un día de estos caerá uno de tus dedos a mi lado y yo vomitaré.-Te hará bien-, dijo Rebeca.Pero lo del dedo no pasó y ella siguió caminando, subiendo y bajando escaleras, y en ocasiones saltando en la acera como si jugara a la rayuela. Unas veces la miraban y otras no. Una vecina le preguntó:-¿No estás muy vieja para eso?- Rebeca le dijo que no. El rouge de los labios solo le cubría el labio inferior, lo que le dio el aspecto de alguien que hubiera perdido los dientes de adelante. Pero cuando sonrió se le vieron completos, aunque un poco amarillos. Ella se los cuidaba mordiendo raíces secas de limoncillo. Ese día de la vecina, se preguntó si valía la pena seguir tejiendo, pero llegó a la conclusión de que cada tanto no vendría mal juntar una hebra de lana con otra. No le dijo nada a la vecina, que parecía clavada a la puerta del edificio. La tarde ya estaba cayendo y esa mujer era un reguero de luces y sombras.Rebeca Abulafia caminó y caminó (aunque cuando le dolían las piernas se calmaba el dolor con anti-inflamatorios), a veces con una caja de tortas y pasteles, en otras con un paquete que contenía hilos y agujas, las más yendo y viniendo como un pájaro. Y mientras lo hacía y los relojes marcaban las horas, enterró al marido (en la sinagoga, rezando el kadisch, sus amigas le pidieron que llorara), tejió más calcetines y bufandas y al final, después de escribirse muchas veces con su hija y anotar cosas en la libreta, hizo las maletas, cerró la casa y tomó el tren de la tarde, un día asoleado. ¿A dónde se fue? No lo sabemos. Quienes hablaron con su hija no recibieron ninguna respuesta convincente. O sí, que andaba por alguna ciudad, parando en las esquinas a tejer y a pintarse los labios. Y que en la espalda lucía un cartel: las mujeres viejas vamos a todas partes.Lea también: En viaje-Claro que esto no es fácil de creer- dijeron los judíos del edificio cercano al apartamento donde vivía Rebeca. A uno de ellos, a don Abraham Selig que sabía de herramientas y tenía una ferretería, Rebeca Abulafia le había dejado la llave de la puerta, pidiéndole que, si entraba, no destapara nada. Y fue don Abraham el que acotó:-No se dice creer sino aceptar, admitir, certificar. Uno cree en cualquier cosa-. Se oyó el canto de los canarios cuando lo dijo, lo que fue raro, pues Rebeca Abulafia se había ido con ellos. Cuando salió con las maletas y la jaula en la mano, se la veía muy graciosa. La vecina esa de cuando la vio jugando a la rayuela, dijo: ni tanto.
Cuando se miran los álbumes y se aprecian los conciertos de Grave Digger, se percibe la gran influencia que ha tenido el grupo sobre el tema de Escocia, con sus gaitas incluidas en varias canciones y sus trajes con kilts o faldas escocesas, todo esto desarrollado principalmente en la mente de su líder fundador y vocalista Chris Boltendahl. Y aunque la banda en sus 40 años de carrera y 20 trabajos producidos se ha enfocado también en otras historias como las Cruzadas, los Dioses Nórdicos y la leyenda del Rey Arturo entre otras, el tema de la lucha por la libertad de los escoceses contra los Ingleses siempre ha sido de su interés, incluyendo además su admiración por la belleza geográfica de las Tierras Altas o Highlands. El oscuro ambiente, sea cual fuere la temática, está siempre acompañado de la guadaña de la muerte, su sombría mascota.Lea también: Jaime Ocampo, su vida entre la música y la educación Es así como Fields of Blood hace parte de la tercera entrega con esta temática. La primera inició en 1996 con el álbum Tunes of War (Melodías de guerra) y la siguiente fue en 2010 con The Clans Will Rise Again (Los clanes se levantarán de nuevo). En el contexto de la trilogía nos encontramos con relatos de los valientes William Wallace y Robert Bruce que buscaron la independencia de Escocia, y las diversas batallas que tuvieron los clanes durante años hasta la unión de las coronas en el siglo XVII. Canciones como Scotland United, The Battle of Flodden, Rebellion (The Clans Are Marching), Paid in Blood, The Clans Will Rise Again y Valley of Tears son estandartes de esta secuela.Musicalmente Fields of Blood tiene el distintivo de Grave Digger, un heavy metal melódico, con muchos riffs, velocidades moderadas que permiten entender el mensaje de la voz cruda y gruesa de Chris, con varias voces masculinas que empoderan los coros de las canciones y también las gaitas que las encontramos en algunos temas que nos llevan figurativamente, a paisajes épicos de otras épocas.Chris Boltendahl, fascinado por la historia de Escocia, sus batallas, castillos y clanesPara destacar algunos temas, el álbum inicia con el instrumental The Clansmans Journey, a base de gaitas escocesas para entrar fuerte con el tema All for The Kingdom (“soy un soldado escocés, sin temor luchamos hasta el último aliento, todo por el reino”) que por cierto tiene un sobrio solo de guitarra con el toque de la música clásica. Heart Of Scotland (“Robert the Bruce, un forajido se hizo cargo de la orden, la rebelión fue la única opción que tuvimos, nació una leyenda”) tiende a ser un himno, una enorme canción que tiene de todo y que transmite mucho sentimiento, que empalma muy bien con la balada Thousand Tears (“Mis lágrimas fluyen como un río de sangre, en el valle mi alma está cubierta de barro”), con voz melancólica y compartida con la voz femenina de Noora Louhimo de la banda finlandesa Battle Beast. Gathering Of The Clans (“La reunión de los clanes, un llamado a las armas, un eco a través de las tierras altas”) tiene un impresionante intermedio gaitero, muy folk y el cierre es con la canción que da título al album Fields Of Blood (“Un país que no puede ser más bello, cruel y encantador al mismo tiempo, siglos de sufrimiento, de almas caídas y agonía, nos quitaron todo, Campos de sangre, nuestro legado nunca morirá”), una pieza de diez minutos que resume toda la filosofía del trabajo, y la propia esencia de la banda. Es una canción dramática que infiere un réquiem a los revolucionarios caídos.Desde la izquierda: Chris Boltendahl, Marcus Kniep, Jens Becker y Axel 'Ironfinger' RittLa idea del Fields of Blood comenzó hace dps años, cuando Chris Boltendahl recorrió Highlands y escribió letras que le envió al guitarrista para escribir la música. Con el tiempo todo fue tomando forma y era el momento de lanzar el trabajo, por sus 40 años de la banda y porque luego la industria discográfica podría saturarse cuando se salga de la pandemia. La magnífica carátula condensa las épicas historias, las batallas en campos sangrientos. El diseño lo realizó Alexander Tartsus, un artista ruso que vive en Siberia. Chris lo descubrió en Facebook y aunque por lo general, solo dibuja portadas para bandas de death metal, aceptó de inmediato, y captó perfectamente las ideas para este gran cuadro.Le puede interesar: Votación por los grandes guitarristas del rockA Chris lo acompañan los músicos Jens Becker en el bajo desde 1998, Axel Ironfinger Ritt en la guitarra desde el 2009 y Marcus Kniep con los teclados desde el 2014 y que toma la batería a partir del 2018. Grave Digger logran capturar con esta mística temática desarrollada en esta trilogía, y la mejor forma de asimilarla es escuchar su potente heavy metal siguiendo sus letras y esmerarse en traducir, para terminar, como se dice coloquialmente, empeliculándonos.templodelrockk@gmail.comwww.facebook.com/templo.delrock.9
FICHA TÉCNICATítulo original: Den Skyldige Año: 2018 Duración: 85 minutos País: Dinamarca Dirección: Gustav Möller Guion: Emil Nygaard Albertsen, Gustav Möller Música: Carl Coleman, Caspar Hesselager Fotografía: Jasper Spanning Reparto: Jakob Cedergren, Jessica Dinnage, Omar Shargawi, Johan Olsen, Maria Gersby, Jakob Ulrik Lohmann, Laura Bro Productora: Nordisk Film Género: ThrillerLa ópera prima del director danés Gustav Möller ha recibido los mejores comentarios de la crítica internacional. El drama The Guilty es sorprendente por las limitaciones de locaciones y actores que tiene 85 minutos de duración y tiene prácticamente un solo actor cuyo accionar se desarrolla en un espacio limitado, la estación de policía, donde lo más importante es lo que se escucha detrás del comunicador.Lea también: Bacurau, la cinta brasileña surrealista que llama la atenciónThe Guilty es la historia de Asger Holm (Jakob Cedergren), un ex oficial de policía que ha sido suspendido de sus funciones y relegado a ser un operador del servicio de emergencias mientras se investiga una de sus actuaciones en su labor por corrupción. Durante su rutinario turno de noche, recibe la extraña llamada de una mujer aterrada y se da cuenta de que la mujer al otro lado del teléfono ha sido secuestrada. Pero él no puede moverse de esa mesa, desde allí tendrá que ayudarla.Él no puede moverse de esa mesa, desde allí tendrá que ayudarla.En primer lugar, The Guilty, tuvo importantes reconocimientos de la crítica internacional en 2018, como: el Premio del Público - Drama Festival de Sundance, Mejor Guion en el Festival de Valladolid, Mejor película extranjera en National Board of Review (NBR). Los reconocimientos ayudan a fortalecer una cinta que está bien estructurada a partir de un guion sólido, cuyo eje es la tensión que va creciendo a medida que avanza la película, gracias especialmente al trabajo de sonido y a la impecable interpretación del actor Jacob Cedergren, quien está frente al intercomunicador.Para el director Gustav Möller, el sonido tenía que cumplir un rol fundamental en la cinta, porque para él, el espectador era pieza clave para entender lo que pasaba en la película, donde la mayoría de sus escenas se desarrolla en una pequeña estación de policía. Entonces, con el sonido lo que se buscaba era recrear las imágenes de lo que se escuchaba en el filmeAsí lo manifestó en una entrevista para el portal el asombrario.com: 'No siempre se está hablando en la película, incluso diría que se habla poco. Sin embargo, todos los sonidos que se oyen a través del teléfono, las sirenas del coche de policía, los limpiaparabrisas barriendo la lluvia, Rashid abriendo la puerta, sus pasos en la casa vacía, todo esto crea imágenes. Trabajamos mucho el sonido ambiente de la película. Basta con oír el motor de un coche para imaginárselo. Una puerta que se abre crea una casa. Dibujamos las imágenes con sonidos'.Además, la sólida actuación de Jacob Cedergren es fundamental para potenciar el filme. La forma como encara las situaciones, a pesar de la adversidad, lo llevan hasta los límites y entiende que la única posibilidad de salvar a Iben (la mujer que dice ser secuestrada) es a través del celular. El personaje es intenso física y mentalmente, él va exteriorizando de manera progresiva la ira de un personaje que hace todo lo posible para pasar desapercibido. En The Guilty, un cuestionado policía intenta hacer el bien.Le puede interesar: Young Ahmed es la búsqueda de la fe radicalizada en el IslamComo lo manifiesta Möller en la entrevista: 'Su trabajo le obliga a estar en un único entorno, como lo está el público mientras ve la película, nada más'. Y es allí, en qué radica el éxito de un filme que tuvo muchas limitaciones en la producción por el poco presupuesto, '...las limitaciones nos obligan a aportar nuevas ideas, a probar con cosas nuevas'. Asimismo, el director utilizó en su forma narrativa algunos elementos de dos de sus cineastas favoritos: Sidney Lumet y Martin Scorsese para aumentar la tensión en la escena. Así lo afirmó en la misma entrevista:Desde luego. “Hace que aparezcan sentimientos transversales y dejen entrar el caos. Por ejemplo, la película Tarde de perros (1975), de Sidney Lumet, con Al Pacino. Me gusta el ambiente estresante que afecta a la interpretación. Leí varias entrevistas, me fijé en cómo la rodaron con largas tomas y varias cámaras. Hice lo mismo con The Guilty. Al usar tres cámaras y hacer tomas muy largas, tengo suficiente imagen para montar en tiempo real, no hace falta repetir tomas. El momento es único”.Parece que sus referencias han sido Lumet, Scorsese, el cine de los 70…“Sí. Lumet y Scorsese son dos de mis cineastas favoritos. Son de la gran época del suspense. Creo firmemente que el cine debe ser entretenido, pero que también debe conmover, debe ser complicado, debe hablar del ser humano, de la política, como hacían entonces. Lo que más me gusta de una película es que presente un reto y que me entretenga a la vez. Lo paso realmente bien cuando la tensión me obliga a inclinarme hacia delante en mi butaca, entonces descubro más cosas”.BSO RECOMENDADA‘Highlander’ Compositor: Michael Kamen y QueenEn 1986 llegó a la pantalla ‘Highlander’, una historia que cautivó a millones de seguidores en todo el mundo. El director Russell Mulcahy plasmó una idea que permitió desarrollarla en cinco películas más y una serie de televisión y se convirtió en una película de culto.El score de 'Highlander' fue escrito por el compositor Michael Kamen (1948 -2003), quien trabajó estrechamente con Brian May, de Queen, en la creación de la partitura; Kamen escribió la mayoría del material orquestal mientras que May escribió el tema de amor de la película, 'Who wants to live forever', y algunas canciones adicionales para la banda sonora de la película, incluyendo 'A Kind of Magic' y 'Princes of the Universe'.Y la banda sonora extendida como celebración de los 25 años de esta película ya se puede escuchar en www.bandassonoras.coFacebook: Bandas Sonoras
Todo lo que aparezca en un cuento es porque debe ser necesario, imprescindible. En esa premisa se encierra su perfección, o sea, aquello de nada sobra, nada falta. La ambientación, la manera de relatar, la situación o situaciones expuestas, el manejo inteligente de la tensión, los momentos de intensidad, son elementos del género. Hemingway, más que un escritor de largo aliento, era, sobre todo, un excepcional autor de narrativa breve (incluida la periodística), en cuyos cuentos, por decir algo Los asesinos, también aparece aquello que se ha denominado el minimalismo. Ese escritor, que en vida se confundió con la leyenda, paradigma público del macho, una figura que osciló entre la farándula y el heroísmo, dejó un legado que puede ir desde la torería, el boxeo, la pesca, las situaciones extremas de la guerra y, como lo veremos en esta nota sobre uno de sus cuentos maestros, hasta los safaris salvajes.Lea también: La señorita quiere escribir un cuentoSu experiencia en África (fue un escritor en cuyas obras de ficción aparecen, además de las de su país de origen, geografías españolas, italianas, francesas, cubanas) le permitió la escritura de varios relatos, como Las verdes colinas de África, y en su primer viaje a ese continente, acompañado por Pauline Pfeiffer, su segunda esposa (tuvo cuatro), Kenia, antigua colonia del imperio británico, lo sobrecogió no solo por la belleza de sus llanuras, sino por la exuberancia de su fauna.El cuento La vida breve y feliz de Francis Macomber (escrito en 1936) es una derivada del conocimiento que adquirió en los safaris, incluidas palabras de las lenguas nativas de Tanzania y Kenia. Como bien se sabe, Hemingway, dentro de sus características literarias, tiene la soberbia orfebrería de los diálogos, recurso de difícil manejo que, por lo demás, encarna el privilegio de la economía: un diálogo bien confeccionado debe dar muchísima información en pocas palabras. Permite este recurso caracterizar personajes y dar cuenta de otros aspectos, como bien pasa, por ejemplo, en Los asesinos. García Márquez (admirador de la técnica hemingwayana), decía que el autor de El viejo y el mar era una excelsitud en la elaboración de diálogos, asunto que el de Aracataca poco empleó en sus alucinatorias novelas y tampoco (o de modo muy restringido) en sus cuentos.La vida breve y feliz de Francis Macomber, un cuento de un poco más de doce mil palabras, es una lección literaria en varios aspectos, entre ellos los de su comienzo, en los que, en pocas líneas, plantea una sugerente inquietud, pone en el ring de las peripecias a los tres personajes clave de la narración y al lector en expectativa. Podría decirse, además, que el relato inicia con la denominada técnica de “in media res”, o, en otras palabras, la de comenzar más o menos por la mitad de la historia, lo que implica el uso de la analepsis, más conocida en el cine como flashback. Valga anotar, entonces, que este relato, en el que el autor da cuenta de sus conocimientos de cacería de leones, búfalos e impalas, tiene un enorme influjo del cine. Sus imágenes, bien podría decirse, son como una sucesión de fotogramas.“¿Qué es lo que pasó?”, podría preguntarse el lector al comienzo de la narración en la que hay un fingimiento, después unos diálogos cortos, lo que induce a continuar la lectura con más interés, el que se va acrecentando para poner en claro, con dosis de suspenso muy medidas, las relaciones entre Francis Macomber, un estadounidense con cara de adolescente a sus 35 años; Margot, su mujer díscola, y Robert Wilson, un inglés, cazador profesional, que en la narración se convertirá en una especie de definidor de situaciones extremas.La técnica narrativa de Hemingway, en las que, desde luego aplica su visión sobre el iceberg (acerca del subtexto), es como la de una elevación de cometa: se suelta la pita y se recoge, se alarga y se recobra. Va dando puntadas, a veces sutiles, en otras más manifiestas, y el lector se va enredando en la telaraña tejida por el escritor, con un narrador omnisciente, que se mete en los pensamientos de los personajes, pero, a su vez, como lo observará el lector, cambia de punto de vista y lo ubica desde los ojos de un león que está a punto de perecer.Francis, además de ser un tipo adinerado, alguien que parece tener en lo económico su vida resuelta, no es, o al menos no lo aparenta, feliz con su esposa, una tipa de frivolidades y, sobre todo, que le ha puesto a su marido unos cuernos de alce. El cornúpeta vive un drama, no tanto porque su mujer lo engañe y sea de baja cama, sino, sobre todo cuando el relato toma su camino cronológico de avanzar y de no utilizar vistas atrás, por las iniciales demostraciones de cobardía ante la presencia magnificente del denominado “rey de la selva”. Esa exteriorización del miedo lo hará a él, que es un pusilánime, un “rey de burlas” de Margaret y, a la vez, concederá un aprovechamiento de la coyuntura de parte del colorado Wilson, que, como el lector se dará cuenta, es un manejador de este tipo de circunstancias, de las que, además, sabe extraer plusvalías.En esta narración poderosa y con flequillos psicológicos, el lector podrá saber cómo es un safari, se enterará de las tiendas, las maneras de hablar y de actuar de los sirvientes, los cocteles como el gimlet, pero, ante todo, se enfrentará a una tragedia contenida, que se va desgranando con cuentagotas, con habilidad en las puntadas, en el tejido literario. Una demostración brillante del escritor que, desde muy joven, lo denominarán en ambientes sociales y periodísticos como “papá” Hemingway.¿Quién que es no temblará ante un león?, ¿quién, aunque esté armado con dispositivos de tiro apropiados como los que se utilizan en este cuento, no sentirá ponerse sus nervios de punta ante los rugidos y la figura del formidable felino? Y entonces sabrá por qué hay un proverbio somalí que advierte que “un hombre valiente siempre le tiene miedo a un león tres veces: la primera vez que ve su rastro, la primera vez que lo oye rugir y la primera vez que se enfrenta a él”. El león, en este recorrido literario salvaje, está conectado con símbolos de poder y fuerza, y, en simultánea, con el miedo, en este caso el de Francis, que siente y padece la humillación y el desprecio, de su mujer, de una parte, y hasta de los asistentes del cazador mayor Wilson.Hemingway de safari en ÁfricaEs una historia, con todos los ingredientes para ser interesante y bien hilvanada, que va mostrando los cambios y transiciones, quizá sutiles, en los sentimientos y la personalidad de Macomber, pero también en la del arrogante Wilson. Macomber, que después del incidente pavoroso con el león va a perder el miedo, trazará su destino en otra jornada, en la cacería del búfalo. La relación hombre-selva, hombre-diversión, hombre-animales, cultura-naturaleza, va navegando en una corriente que tiene varias facetas que anuncian que el título del cuento tiene su ironía.En La vida breve y feliz de Francis Macomber todo está calculado. Hay una suerte de matemática, de precisión asombrosa, de tratamiento avezado del tema, que al final el resultado es una maravillosa obra de arte que, por supuesto, implica una artesanía de las sutilezas y de “lo hecho a mano”. El triángulo Francis-Margaret-Wilson está cosido con agudeza y da pie para preguntarse qué tan felices o tan desgraciados son, además del hombre que le da título al relato, la mujer cuya vida gira en torno a bagatelas, al dinero y a mantener sobre todo su conexión matrimonial con un sujeto que tiene plata. Y en la mitad de esa geografía material y mental está el grandote Wilson. El contrapunto de Macomber.En este cuento, aparte del intenso drama humano, se recoge una visión sobre la cacería, sus normas, la ventaja que tiene un tipo armado frente al instinto de conservación de animales como los que aquí aparecen no como un decorado sino como esencialidad y necesidad. Hay que saber de leones y búfalos y rinocerontes y del viento y del suelo y de las maneras de ser de las praderas de esos países africanos, que estuvieron bajo la férula del imperialismo británico. Y tales asuntos los domina el autor.Macomber, el cornudo, va transformándose según las circunstancias y los acontecimientos. De pronto, tras sufrir tantos reveses, se erige como un héroe (el antihéroe también lo utiliza Hemingway en otras obras), como un ser que, sin saberlo, va rumbo a un sacrificio para agradar quizá a un dios desconocido. O, por qué no, su actitud cumbre, la de ya no sentir miedo, puede ser un “tource de force”, el esfuerzo máximo tras el cual ya no habrá nada. Como el saludo en la arena de los gladiadores al emperador.Wilson, que utiliza palabras de la India (como un recuerdo del colonialismo de su país natal en esa otra parte del mundo) para referirse a Margot, la mensahib, parece entender al final la tragedia interior del hombre que lo contrató para que fuera su guía en las faenas de cacería. Y comienza a sentir por la “americana” un desprecio, tal vez una muestra de asco, más allá de que diga que “en un safari las mujeres son un fastidio”. ¿Qué hay más arriba de la cornamenta exuberante de un búfalo? ¿Qué significados pueden desprenderse del enfrentamiento de un hombre que ya no siente miedo con la enormidad de un hermoso bóvido?Y en este punto se puede aventurar una presunción de la que apenas hay remotos indicios en la obra: ¿Francis Macomber es un impotente sexual? ¿Acaso por ello la mujer busca otras camas? El lector puede ahondar en estas circunstancialidades que de todas formas son parte de lo que la aventura del señor Macomber propone e insinúa. La literatura es también otra fuente para la especulación, el pensamiento, las búsquedas de causas y efectos. Y, siguiendo estos vectores, es asimismo la posibilidad para escudriñar en qué consiste la felicidad.Le puede interesar: La pesadilla de la casa tomada¿Si es feliz Francis Macomber? Por momentos, se aprecia el “sentimiento de felicidad desmedida e irracional” del protagonista; en otras instancias, más bien parece un hombre triste, defraudado. Alguien que se sabe engañado, pero nada puede hacer, ¿por qué? Ah, y se podría ensayar otro interrogante: ¿es Francis Macomber un cazador cazado? En este cuento formidable, en el que el viejo Hemingway (cuando lo escribió era todavía joven) demostró su sapiencia técnica y su bagaje sobre la caza, sobre el hombre, sobre la infidelidad y sobre el miedo, entre otros aspectos, hay, digo, una canción de vientos tristes que suena por las praderas kenianas, con un gusto a ginebra y zumo de lima, ¡ah!, y por qué no, a whisky, bebida que también sirve para controlar los nervios.
¿Qué se alcanza a hacer en un minuto? Escribir esta línea. En un minuto un locutor con buena dicción dice sesenta palabras, una por segundo. Sin embargo con ese número de palabras es posible contar una historia con comienzo, desarrollo y final. En sesenta segundos una persona, a paso rápido, atraviesa una avenida de cuatro carriles y le sobra tiempo. En un minuto se toman decisiones tan trascendentales como comprometerse en matrimonio, nacer o morir. Un minuto es mucho tiempo, demasiado, para algunas cosas; para otras no. Un minuto cuando uno está a la espera de algo o alguien es una eternidad, el mismo minuto cuando uno es el esperado es menos de un instante.Lea también: VecinoY esto hablando del tiempo. Si pensamos en dinero, los doscientos cincuenta pesos que vale un minuto de celular vemos que es poco, tal vez lo único que se puede consumir por esa suma es un minuto, nada más. Una bolsa de agua en la ciclovía vale trescientos cincuenta y a veces, cuatrocientos pesos, lo mismo sucede con tres papas, cuatro zanahorias o una pucha de arvejas. Un refresco cualquiera o un jugo valen mucho más y en la mayoría de los casos se consumen en menos de un minuto.Y ni hablar de pasajes, todos cuestan más de lo que vale el minuto, por supuesto si se hace la cuenta entre el tiempo de duración del trayecto y el valor del pasaje es posible que el minuto resulte más barato. Sucede igual con el mismo minuto pero no de conversación, sino, de trabajo para un asalariado que devenga el mínimo. Entonces, doscientos cincuenta pesos el minuto ¿es poco o es mucho? Una hora de trayecto en transporte público, cobrado a doscientos cincuenta pesos el minuto vale quince mil pesos, muy caro y no llevaría muy lejos si se tiene en cuenta que debido a las congestiones nada es rápido en las vías urbanas. Un salario del mismo valor el minuto alcanzaría los tres millones seiscientos mil pesos, es decir, el salario de un mando medio que tiene por función poner trabas a quienes buscan realizar diligencias oficiales y gastan muchos minutos intentando finiquitarlas. Es un salario promedio para un cargo con responsabilidades, incluso es posible que de sus decisiones dependan dos, tres o cuatro personas que no llegan a ese nivel salarial.Visto y calculado desde la racionalidad de los doscientos cincuenta pesos y su valor de cambio en el día a día de las personas la cosa sucede más o menos como quedó descrito. Aunque sería posible hacer otras aproximaciones y extenderse al infinito sobre el tema, de manera que quede claro si ese valor por minuto es poco o es mucho entonces cabe la pregunta: ¿poco o mucho?, ¿para qué?Para dar una solución a la pregunta, cabría entonces agregar ficción al asunto de los carteles que abundan en las calles y aceras de todas las ciudades anunciando minutos a doscientos cincuenta pesos (se han visto minutos más baratos). Tratemos imaginar que un hombre o mujer, con una pensión suficiente para vivir con ciertas holguras se preocupa porque ve su tiempo languidecer y quiere alargarlo pero ninguna de las terapias naturistas, bio-energéticas o deportivas le aseguran una mayor longevidad de la que tiene prevista su azar, que todos los tratantes desconocen, si no, no fuera azar, y por lo tanto ninguno puede, ni debe, pronunciarse o asegurar tiempos o fechas. Lo único tangible que queda es la oferta de doscientos cincuenta pesos el minuto de los carteles en las esquinas de la ciudad. El hombre o la mujer, hace cálculos, según su presupuesto diario puede invertir los quince mil pesos que vale una hora en su lista de compras de cada día, así al final del mes tendría un día y seis horas, y al cabo de cuatro meses podría disponer de cinco días de más, lo que da como resultado un mes en dos años. Todo esto sin contar que en períodos de primas salariales, junio y diciembre, o en meses fríos pero de poco gasto, podía invertir más en comprar minutos sin desbarajustar el presupuesto semanal. Incluso podría, como hacen las y los jóvenes de hoy, comenzar alguna dieta pero no para adelgazar, sino para comprar minutos dejando de lado cosas que es bien sabido acortan el tiempo: las grasas, los carbohidratos o el cigarrillo; incluso considera abandonar el trago pero como no se atreve a hacerlo por completo, rebaja los tres rones dobles semanales a uno los viernes y aumenta el consumo de vino, un poco más barato. De esta manera, calcula, puede cambiar, sin traumatismos un trago por otro.Le puede interesar: Como un dibujo de CuevasEl hombre o la mujer, se hace cliente de un puesto de minutos a tres calles de su casa por donde pasa a diario. La primera vez que quiso negociar una hora el vendedor se quedó sorprendido pero al cabo de algunos minutos de explicación aceptó el dinero y, a cambio, le entregó un tiquete donde aparecía marcado: sesenta minutos a razón de doscientos cincuenta pesos el minuto, a favor de, sigue el nombre del hombre o la mujer, para un total de quince mil pesos. Debajo, como en todos los recibos venía la letra menuda: “Este tiempo lo puede hacer efectivo el titular de este tiquete, personal e intransferible, en cualquier momento en horas hábiles y días laborables siempre y cuando la empresa continúe prestando sus servicios en el mismo lugar. Si por algún motivo hay cambio de sede y el titular no ha hecho efectivos sus minutos vigentes pierde todos los derechos sobre ellos.” El hombre o la mujer, no presta atención a la letra menuda, nadie lo hace, y sigue comprando minutos y guardando los recibos en un cajón bajo llave para el día que los necesite.© Saúl Álvarez Lara / 2020