El hombre o la mujer, no presta atención a la letra menuda, nadie lo hace, y sigue comprando minutos y guardando los recibos en un cajón bajo llave para el día que los necesite.
¿Qué se alcanza a hacer en un minuto? Escribir esta línea. En un minuto un locutor con buena dicción dice sesenta palabras, una por segundo. Sin embargo con ese número de palabras es posible contar una historia con comienzo, desarrollo y final. En sesenta segundos una persona, a paso rápido, atraviesa una avenida de cuatro carriles y le sobra tiempo. En un minuto se toman decisiones tan trascendentales como comprometerse en matrimonio, nacer o morir. Un minuto es mucho tiempo, demasiado, para algunas cosas; para otras no. Un minuto cuando uno está a la espera de algo o alguien es una eternidad, el mismo minuto cuando uno es el esperado es menos de un instante.
Y esto hablando del tiempo. Si pensamos en dinero, los doscientos cincuenta pesos que vale un minuto de celular vemos que es poco, tal vez lo único que se puede consumir por esa suma es un minuto, nada más. Una bolsa de agua en la ciclovía vale trescientos cincuenta y a veces, cuatrocientos pesos, lo mismo sucede con tres papas, cuatro zanahorias o una pucha de arvejas. Un refresco cualquiera o un jugo valen mucho más y en la mayoría de los casos se consumen en menos de un minuto.
Y ni hablar de pasajes, todos cuestan más de lo que vale el minuto, por supuesto si se hace la cuenta entre el tiempo de duración del trayecto y el valor del pasaje es posible que el minuto resulte más barato. Sucede igual con el mismo minuto pero no de conversación, sino, de trabajo para un asalariado que devenga el mínimo. Entonces, doscientos cincuenta pesos el minuto ¿es poco o es mucho? Una hora de trayecto en transporte público, cobrado a doscientos cincuenta pesos el minuto vale quince mil pesos, muy caro y no llevaría muy lejos si se tiene en cuenta que debido a las congestiones nada es rápido en las vías urbanas. Un salario del mismo valor el minuto alcanzaría los tres millones seiscientos mil pesos, es decir, el salario de un mando medio que tiene por función poner trabas a quienes buscan realizar diligencias oficiales y gastan muchos minutos intentando finiquitarlas. Es un salario promedio para un cargo con responsabilidades, incluso es posible que de sus decisiones dependan dos, tres o cuatro personas que no llegan a ese nivel salarial.
Visto y calculado desde la racionalidad de los doscientos cincuenta pesos y su valor de cambio en el día a día de las personas la cosa sucede más o menos como quedó descrito. Aunque sería posible hacer otras aproximaciones y extenderse al infinito sobre el tema, de manera que quede claro si ese valor por minuto es poco o es mucho entonces cabe la pregunta: ¿poco o mucho?, ¿para qué?
Para dar una solución a la pregunta, cabría entonces agregar ficción al asunto de los carteles que abundan en las calles y aceras de todas las ciudades anunciando minutos a doscientos cincuenta pesos (se han visto minutos más baratos). Tratemos imaginar que un hombre o mujer, con una pensión suficiente para vivir con ciertas holguras se preocupa porque ve su tiempo languidecer y quiere alargarlo pero ninguna de las terapias naturistas, bio-energéticas o deportivas le aseguran una mayor longevidad de la que tiene prevista su azar, que todos los tratantes desconocen, si no, no fuera azar, y por lo tanto ninguno puede, ni debe, pronunciarse o asegurar tiempos o fechas. Lo único tangible que queda es la oferta de doscientos cincuenta pesos el minuto de los carteles en las esquinas de la ciudad. El hombre o la mujer, hace cálculos, según su presupuesto diario puede invertir los quince mil pesos que vale una hora en su lista de compras de cada día, así al final del mes tendría un día y seis horas, y al cabo de cuatro meses podría disponer de cinco días de más, lo que da como resultado un mes en dos años. Todo esto sin contar que en períodos de primas salariales, junio y diciembre, o en meses fríos pero de poco gasto, podía invertir más en comprar minutos sin desbarajustar el presupuesto semanal. Incluso podría, como hacen las y los jóvenes de hoy, comenzar alguna dieta pero no para adelgazar, sino para comprar minutos dejando de lado cosas que es bien sabido acortan el tiempo: las grasas, los carbohidratos o el cigarrillo; incluso considera abandonar el trago pero como no se atreve a hacerlo por completo, rebaja los tres rones dobles semanales a uno los viernes y aumenta el consumo de vino, un poco más barato. De esta manera, calcula, puede cambiar, sin traumatismos un trago por otro.
El hombre o la mujer, se hace cliente de un puesto de minutos a tres calles de su casa por donde pasa a diario. La primera vez que quiso negociar una hora el vendedor se quedó sorprendido pero al cabo de algunos minutos de explicación aceptó el dinero y, a cambio, le entregó un tiquete donde aparecía marcado: sesenta minutos a razón de doscientos cincuenta pesos el minuto, a favor de, sigue el nombre del hombre o la mujer, para un total de quince mil pesos. Debajo, como en todos los recibos venía la letra menuda: “Este tiempo lo puede hacer efectivo el titular de este tiquete, personal e intransferible, en cualquier momento en horas hábiles y días laborables siempre y cuando la empresa continúe prestando sus servicios en el mismo lugar. Si por algún motivo hay cambio de sede y el titular no ha hecho efectivos sus minutos vigentes pierde todos los derechos sobre ellos.” El hombre o la mujer, no presta atención a la letra menuda, nadie lo hace, y sigue comprando minutos y guardando los recibos en un cajón bajo llave para el día que los necesite.
© Saúl Álvarez Lara / 2020