Cuento negro, con retratos
E. Puede llamarse J o K. Sin embargo E le va bien. Es de aquellos que podría decir: …tengo dos dientes falsos, solo mi dentista y yo lo sabemos… Es joven y si bien su expresión, en general, denota algo que no va con él es alegre y conversador, sin embargo necesita entrar en confianza, como la mayoría. En la medida que frecuenta las personas las barreras caen y su ingenio sale a flote, cuenta chistes y conversa sobre temas variados. Pero. Siempre hay un pero. Nunca ha podido superar el encogimiento que le causa el sexo opuesto. La presencia femenina lo apabulla y aun cuando entrado en confianza parece abierto a la conversación o incluso al amorío, una fuerza interior lo inmoviliza. Frente a una mujer preferiría ser otro…
M. Por la mirada, así, grande abierta, quizá para ver más de lo necesario, y la boca que rechina, tiene la apariencia de una mujer a punto de tomar una decisión o saltar, sin apoyo, por encima del charco que se atraviesa en su camino después del aguacero. Sin embargo no llega a tanto. La mirada abierta y la boca en pleno esfuerzo son síntomas de una intensidad reprimida. M quisiera ser la rubia platinada a quien un galán heroico conquista y se enamora perdidamente. Pero no es así, sus galanes son mucho menos que heroicos. No soporta los avances de D, el contador, que no cesa de acosarla. Se siente atraída por E, el subalterno de D, pero cada vez que se cruza con él lo ve tan reprimido que ha llegado a creer que su sentimiento se acerca más a la lástima que al amor y, no sin dolor, piensa que algún día abandonará la idea de seducirlo…
V. El vigilante, no lleva nunca la gorra que distingue su función, por eso hay clientes del banco que lo toman por un cliente más. No la utiliza para no desordenar el peinado en el que invierte minutos valiosos frente al espejo cada mañana y es causa de peleas interminables con X, su compañero. V solo piensa en su peinado y en su compañero, en ese orden; y no se interesa por nada más desde el día que E ignoró sus avances y por eso lo odia. Con su sonrisa de incógnita y los ojos a medio cerrar es testigo de que en el banco se cocinan ajustes, represalias, desquites y amoríos que mantienen en vilo al personal. Menos a él, dice con voz de canario, porque con X no necesita de nada ni de nadie más…
D. Tiene la mirada vidriosa de quien pasa horas frente a listados interminables de cifras. Su oficio es sumar, pocas veces restar, dineros que no le pertenecen. Su jefe, O, le exige precisión y claridad a toda prueba; los clientes son minuciosos hasta el último centavo y cualquier error se paga caro. D es un solitario, sin embargo la soledad que ha cargado durante años se ha vuelto insoportable y por eso se insinúa a M, para tener algo de compañía, pero ella solo tiene ojos para E, el contador subalterno, que no le presta atención. Cuando D cae en la cuenta de que para acercarse a M debe ganarse la confianza de E, convertirse en su amigo inseparable y hacer que le sirva de lazarillo, decide comprar su confianza. ¿Cómo? Con dinero del que cuentan en jornadas interminables cada día. Si toman un poco, nadie lo notará, piensa D…
O. Es un hombrecito pequeño de cabeza triangular, que peina los tres pelos que le quedan como si se tratara de una melena de león. De ahí los ojos desorbitados y el carácter áspero. Pero O, como todo el mundo tiene corazón y en secreto, sin que nadie lo note, es lo que cree, observa a M cuando camina por el pasillo, toma refresco en la cafetería o se aleja rumbo a su casa al final del día, entonces sueña con caminar a su lado. Desde la coincidencia de su ascenso a jefe de contadores con el ingreso de M al banco, O la persigue, mentalmente, claro. Una mañana se le ocurrió la idea de ordenar a E que le ayudara a organizar un encuentro accidental con ella en el salón cafetería de la esquina del banco. Incluso pensó en ofrecer al subalterno una suma que no hubiera visto nunca en su vida si hacía el puente con ella. Desgraciadamente, las semanas y los meses pasaron y nunca se atrevió a insinuar su pretensión a E y menos aún a acercarse a M. En despecho, cada día, se mostró más estricto con D…
B. El señor B. Es, según O, el hombre más importante del banco. Es el gerente. Todos los días a la hora del café, la pausa de los empleados, el señor B pasa por el hall del banco y como después de tantos años es amigo de todos pasa entre los clientes saludando como una reina, entra al pasillo, toma café, se pone al día de las noticias o los chismes y trata de estar al lado de M que solo tiene ojos para E. Por supuesto el señor B es pudiente, dueño de una cuantiosa fortuna y viudo. Desde antes de la muerte de su mujer tiene los ojos puestos en M. Ahora, libre y con la posibilidad de cumplir el deseo de estar cerca de la mujer que tiene su corazón en vilo, siente la felicidad cercana. Sin embargo el señor B prefiere no cortejar a M delante de todos y lleva su discreción al extremo; se limita a seguirla cuando sale en las tardes rumbo a su casa. Esta situación no puede extenderse más en el tiempo, el señor B lo sabe…
P es el patinador. Desde el día en que descubrió el cuerpo, que no reconoció, recostado de frente contra la pared del orinal, sin vida y ensangrentado, no ha podido cerrar la mirada de terror que lo acompaña a todas partes. No esperaba encontrar lo que encontró aquella mañana en el baño para hombres del primer piso. Como patinador, es decir, mensajero entre funcionarios, es quien lleva y trae todo entre las distintas dependencias y “todo” significa “todo”: incluso chismes, dires, desdichas, inventos, verdades y mentiras. Digamos que el hallazgo en el orinal aceleró la sorpresa en sus ojos ya desencajados por el estupor que le causaban las intenciones secretas de sus compañeros de trabajo. La facilidad para ir de un puesto a otro, intercambiar ideas con todos, también con O que se permitía esos deslices con él, y recibir a veces bajo juramento de estricto secreto, confidencias azarosas, había convertido a P en el “paño de lágrimas” del banco. Para los investigadores P es aquel que por sus intimidades con todos corre el riesgo de hablar más de la cuenta…
E-2. Nadie lo vio, solo V quien dijo a los detectives que antes de que P encontrara el cuerpo ensangrentado había notado la presencia de E en los pasillos alrededor de la máquina de café, cerca del baño de hombres, pero cuando lo llamó con la intención de recriminarlo porque todavía no era hora de la pausa, éste no le respondió. V cayó entonces en la cuenta de que no se trataba del E que todos conocen sino de otro, idéntico, su hermano gemelo con bigote, dijo. Sin bigote, agregó, era igual, los mismos ojos, los mismos hombros caídos, la misma flacura lastimosa. Como a V le molestaba E sobre todo después de que lo rechazó, agregó que le pareció extraño verlo fuera de su puesto antes de la hora del descanso. También dijo que E no fue la única persona que merodeó por allí antes del descubrimiento y que, el muerto, cuando todavía estaba vivo, claro está, había pasado cerca de su puesto pero eso no era extraño…
Epílogo. Un detective con cara, figura y bigote de detective en servicio llegó al banco minutos después de que la alarma fuera activada. Nadie hasta ese momento se había atrevido a tocar el cadáver. Cuando el detective y dos de sus colegas dieron vuelta al cuerpo incrustado de frente contra la pared del orinal y con cinco heridas de puñal, la sorpresa fue mayor. El muerto era nadie menos que el señor B. Los presentes se miraron interrogantes: D mira a O con temor; O se siente observado, busca a E entre el grupo y solo alcanza a verlo detrás de M; todos, sin excepción miran a M que lanzó un grito pequeño y con la mano coronada por uñas rojas se tapó la boca. El único que no centró su mirada en ella fue E porque se encontraba a sus espaldas; pero todos notaron la forma insistente como V clavó sus ojos en E, seguramente en busca del bigote que llevaba aquel que imaginó como su hermano gemelo poco antes de descubrir el cadáver. El único que no mostró expresión fue el detective. Se limitó a observar los presentes uno por uno. M era la más conmovida porque, aunque no lo pareciera, sospechaba el por qué de las frecuentes visitas a tomar café del señor B y como, en la práctica, las esperanzas de conquistar a E eran mínimas, su interés ya se había volcado hacia el señor B. Esa intención, si M la hubiese mencionado, habría convertido a E en el sospechoso número uno. Si lo hubiera sabido, P no se hubiera guardado un chisme de ese tamaño. Desde su lugar, algo alejado del grupo para no interferir en el dolor de los empleados, el detective tomaba nota y hacía el análisis de la situación. En ese momento P notó algo extraño en el ojo izquierdo del detective. Es de vidrio, se dijo, y lo murmuró al oído de V pero éste no lo escuchó porque su atención estaba puesta en E. Mientras los forenses hicieron las diligencias del levantamiento, el detective midió, evaluó y sacó conclusiones. Todos, anotó en su libreta, tienen razones para matar al señor B: por envidia, por celos, por M. Todos culpables, anotó mientras miraba de reojo las actitudes falsamente conmovidas. Los diez ojos clavados en M y las cinco heridas en el cuerpo de la víctima certificaban su duda. Del gemelo de E, posible asesino, nadie dijo nada, el detective concluyó que era un invento de V para distraer su atención…
© Saúl Álvarez Lara / Reescrito en estos días de confinamiento…