Todos cuantos, a través de los años, han estado al cuidado del Colegio, han trabajado amorosamente por afianzar sus pasos de Institución modelo de superación y de adelanto cultural
En este nuevo aniversario, el octogésimo quinto, de nuestro amado Colegio, saludo respetuosamente a la comunidad del CEFA: sus cuerpos directivo, administrativo, profesoral y estudiantil.
Todos cuantos, a través de los años, han estado al cuidado del Colegio, han trabajado amorosamente por afianzar sus pasos de Institución modelo de superación y de adelanto cultural; y, además, mantener viva en el alma de las alumnas, la imagen de su ilustre fundador, doctor Joaquín Vallejo Arbeláez quien pensó en la mujer como un integrante imprescindible de las comunidades guardianas del presente y del futuro de la patria; en consecuencia, había que educar a la mujer en la libertad, en el compromiso y en el honor; así, fundó este Colegio con características diferentes y con objetivos de una alta consciencia espiritual, cultural y humanística.
Su primer nombre fue el de Instituto Central Femenino. Me enorgullezco de haberme tocado la primera rectora, señorita Lola González Mesa; la primera secretaria, señorita Cecilia López Restrepo; la primera bibliotecaria, señorita Tulia Restrepo Gaviria. Los convoco a todos ustedes a recordar con agradecimiento a quienes mantuvieron y realizaron brillantemente el deseo del doctor Vallejo.
Mis niñas amigas,
Se me ha dado la grata oportunidad de reencontrarme de nuevo con ustedes, en este otro aniversario.
Tuve que enfrentar una minuciosa selección de ideas para poder escribirles, ya que las circunstancias no nos permiten otro canal.
Contarles la historia del CEFA, sería monótono, bien por todo cuanto, al respecto, saben ustedes, como también, por las cuatro páginas completas sobre dicha historia que hace algunos años yo publiqué en el periódico El Mundo; y, todavía más, por otra publicación que escribí en el mismo periódico, al cumplir sus gloriosos 84 años. Relatar mi trayectoria académica y de servicios sería egolatría y el mejor modo de aburrirlas a ustedes.
Por tanto, hoy, en la cima de mis 93 años, he decidido abrir mi maravillosa “caja de Pandora” que contiene, no males y desgracias como en el mito de los griegos, sino ilusiones, triunfos, alegrías y realizaciones, y permitirles a ustedes conocer algunos de mis momentos de estudiante y de profesora de esta honorable Institución, refugio de mi juventud, primer escalón de luz y de paz en mi camino:
1.
A mis trece años, por cumplir, entré por primera vez al plantel: venía de un pueblo del suroeste de Antioquia y de un colegio de monjas. ¿Pueden imaginar lo que sentí viendo esta mole de edificio y a las profesoras elegantes, jóvenes, alegres y sabias?
Entré, con otras niñas de mi edad, tímidas y aleladas como yo, a presentar el examen de admisión. Estuve bien calificada en todo, pero descalificada en lenguaje y redacción; ese fue el informe que me dio la señorita Albertina Moreno, y todo, porque ese escrito no era mio, “usted está muy niña para escribir esas cosas sobre lo que quiere ser como maestra”. Pasé la tarde sentada en el borde del corredor en donde está la campana y frente a la rectoría, viviendo el dolor de no poder estudiar en el Instituto Central Femenino….
Al atardecer, y ya de salida, la señorita Lola González, la rectora, vio mi tristeza, averiguó la causa y me citó para el día siguiente; ¡me daban otra oportunidad! Llegué temprano y en una silla y en el mismo punto donde había rumiado mi tristeza, yo debía redactar en una hoja que me dieron, todo cuanto yo veía desde allí… Una niña de pueblo, de trece años de edad, no alcanza a dimensionar el espacio en donde estudiaría seis años….
Mi miedo por todo lo nuevo, personas y espacios, la soledad de mi corazón y mi mirada escudriñando por los alrededores, me pusieron en un trance de incapacidad mental…. Al fin empecé a escribir… a escribir… y llené la hoja por lado y lado. Lo que más recuerdo es que describía la vestimenta lujosa y elegante de cada profesora que pasaba junto a mí. La rectora leyó mi escrito; mientras ella leía, yo una niña pueblerina, tímida y llorona, me iba sintiendo aniquilada….
Sin decir nada, me miró y me dijo: “Todo está bien. Dentro de dos días puede matricularse”. Cuando volví en mí, no pude ordenar el tropel de sentimientos, ni contener las lágrimas.
2.
-Llegó el primero de febrero de 1941, primer día de clases; anduve perdida por corredores, casitas, patios, capilla, tercer piso, sin encontrar “mi salón”; cuando logré identificarlo, la clase estaba terminando….
3.
-De ocho a once y de dos a cinco, todo el día tomando nota de las exposiciones de las profesoras, pues como era un colegio recién creado, abierto, flexible, liberal, descomplicado, único en Colombia que formaría a la mujer como maestra y como bachiller para poder ingresar por primera vez a la universidad, debía tener una nueva pedagogía basada en los más grandes educadores europeos como María Montessori, Ovidio Decroly, Pestalozzi, etc.
Teníamos que oír y retener rápidamente los conceptos e ir fijándolos por escrito. No había frecuencia de exámenes, ni tareas ni consultas, ni preguntas que lo comprometieran a uno con lo aprendido. Solo cada tres meses había un examen general de todo el contenido anterior, con preguntas y respuestas extensas y complicadas. Como era un colegio que había nacido con el objetivo de ser distinto, de destacarse como lo mejor, las alumnas debíamos asumir ese compromiso. Solo los exámenes trimestrales daban cuenta de cuánto era nuestro estudio y nuestro compromiso. Las reflexiones acerca de los resultados eran entre profesor y alumna; luego, nosotras firmábamos el acta de calificación y la devolvíamos a la rectora. No estaban de moda las reuniones de padres de familia y nunca las hubo en mis seis años de estudio; nuestros líos teníamos que resolverlos nosotras, hablando con la persona indicada.
4.
Andando el tiempo, ya hacía dos años que yo seguía conociendo a las profesoras, a mis compañeras, las dependencias del colegio, e íbamos a empezar tercero (hoy: octavo) cuando se nos agregó una materia nueva: Psicología evolutiva. El profesor era el doctor Miguel Roberto Téllez cuyos conocimientos y su gentil talante nos subyugaron de inmediato. Al año siguiente, en cuarto, los alumnos del Liceo Antioqueño fundaron un periódico y nos pidieron colaboraciones.
¿De dónde salió mi impulso? No lo sé. Pero, fui la única que escribió; pensé que sabía mucha psicología y escribí un artículo sobre ella; en clase, se lo presenté al profesor para que le arreglara “algunas cositas”. El doctor leyó detenidamente mi texto y me lo devolvió diciéndome: “esto no es psicología esto es literatura”. Mi “ego” cambió: ya la niña pueblerina, asustadiza todavía, no era la estudiante de psicología en la que creía brillar, sino la “aprendiz de brujo” en literatura, cátedra regentada por el eminente maestro Conrado González Mejía.
5.
Ayudaron a ese cambio, los “Concursos literarios del Instituto Central Femenino” realizados cada año con motivo de las “Fiestas del Colegio”; concursos que alentaban mis ilusiones y daban vuelo a mi cerebro, pues iba siendo una adolescente convencida de que podía realizar muchas cosas, y porque el Jurado me asignaba el primer puesto….
6.
Pero, otras circunstancias me hacían retroceder y me recortaban mis sueños: en educación física nunca pude llevar el ritmo de los ejercicios que había que realizar, guiados por el férreo conteo del profesor Alberto Rendón: “un, dos”… “un, dos”… “un, dos”; cuando nos enseñaba “a marchar” para los desfiles, yo siempre lo hacía con el pie contrario; aún lo oigo diciéndome, muy quedo, en los desfiles por las calles de Medellín: “cambie de pie, señorita”.
7.
Las prácticas pedagógicas de semanas enteras en la escuela anexa, se llevaban todo mi esfuerzo y me agotaba y desconsolaba cuando la directora de prácticas, señorita Nina Yepes y el profesor de historia y filosofía de la educación y de pedagogía, profesor Absalón Guzmán, enumeraban mis equivocaciones, mis desaciertos y me calificaban con tres con cinco; nunca alcancé un cinco en toda mi vida de estudiante.
8
La física siempre me dolió en el alma y en el cuerpo, el profesor era de la Universidad Nal, de nombre Diógenes a quien solo le veíamos la cara cuando – después de haber llenado todo el tablero de fórmulas, ejercicios y otros enigmas- nos preguntaba: ¿entendieron, señoritas?, ¿entendimos qué profesor? Y volvía a llenar el tablero con más de lo mismo.
9.
En la clase de historia universal nos sorprendían todos los acontecimientos, pero uno, que estaba aconteciendo, nos hacía suspirar: la abdicación de Eduardo VIII al trono de Inglaterra para poder casarse con la norteamericana Wallis Simpson, divorciada dos veces. Al lado de esta bella historia de amor, teníamos, también, que explicar en el examen trimestral, la intrincada historia de los Luises, reyes de Francia: sus vidas, sus alianzas, sus guerras….
10.
En 1945, una gran noticia inundó el Instituto Central Femenino: Alguien gritó que se había terminado la Segunda Guerra Mundial; nosotras cursábamos el quinto año (hoy: décimo) y, precisamente, en clase de Historia Universal hablábamos y comentábamos sobre la Guerra. La emoción nos sobrecogió, y Fanny Posada y yo salimos corriendo del salón y empezamos a tocar la campana; por supuesto, todas las alumnas salieron a los corredores y patios a aumentar la algarabía, a cantar, a aplaudir, a marchar por los corredores…. Pero, lo más destacado fue que el profesorado respetó nuestro entusiasmo. Nos dejaron disfrutar libremente el acontecimiento.
11.
-En 1946, el hecho más emocionante fue el estreno del Himno Oficial del Instituto Central Femenino, hoja de ruta para la mujer en su presente y en su futuro. Con uniforme de gala y en plenas fiestas del colegio- mes de septiembre – íbamos por toda La Playa hasta Junín para entrar a la Catedral a dar gracias por nuestro Colegio. Todo el año el maestro Carlos Vieco, su autor-compositor se había dedicado a enseñárnoslo. La letra pertenece al canónigo doctor Bernardo Jaramillo, un excelente poeta. Por eso el día del estreno, nuestra marcha por las calles de Medellín, al compás del má bello himno que se haya compuesto, fue triunfal. Es exactamente el mismo que hoy ustedes cantan con orgullo de triunfadoras.
12.
-Diez de diciembre de 1946, el día de nuestro grado: nuestro diploma, un enorme cartón con los escudos de Colombia y Antioquia y nuestro nombre escrito en letras bellas y sobresalientes, y luego el nombre del Colegio y la oficial disposición que nos declaraba: “Maestra Superior”. El acto de graduación se efectuó en la recién remodelada Biblioteca del Colegio. Nos tocó estrenarla.
13.
-La vida nos llevó lejos de nuestro muy amado colegio……hubo tiempo para ir a la Universidad por mi cartón como “experta en letras”, tiempo para casarme y criar cuatro hijos y, años después, volver al colegio a entregarle 29 años de vida como profesora, Ya él nos había acogido seis años como alumnas.
14.
-El primero de febrero de 1963, en una linda mañana, llegué al Colegio para dar comienzo al maravilloso ciclo de ser maestra de literatura e idioma; y, el primero de febrero de 1991 cesaron mis actividades: llegó la jubilación. Me había dicho, con las palabras del poeta: “Como vine me iré: calladamente”, y así ocurrió mi retiro como profesora jubilada del Instituto Central Femenino, cuna del Tecnológico de Antioquia (TdeA) fundado por la doctora Olga Osorio de Cuervo en 1981. Al separarse el Tecnológico, años después, por orden del Ministerio de Educación, y ya fortalecido y con su camino despejado, nuestro Colegio volvió a llamarse CEFA.
15.
El domingo 8 de octubre de 1967, cuando celebrábamos, un poco tarde, los treinta años del Colegio, un periódico de la ciudad expresó:
“……Culmina su semana clásica. Su nombre clásico: Instituto Central Femenino. Sus primeras graduandas: año 1939. Ahora se llama: Centro Educacional Femenino de Antioquia. La gente le abreviaba el nombre en sencilla demostración de cariño: el Central Femenino. Y en estas tres palabras se insinuaba un mundo de tesoros: libertad, feminidad, belleza, juventud, esperanza…”
16.
Pasaron los años, (2001) y vuelvo a ser sorprendida por el más grande y noble homenaje que he recibido en mi vida: La doctora Gladis Otálvaro, como rectora, y la Junta Directiva identifican la biblioteca con mi nombre. Mis niñas: allá está ese nombre, acompañando las luchas de ustedes y aplaudiendo sus logros, y aquí estoy yo con el mismo empeño en que nuestro CEFA perdure en el tiempo como baluarte de los valores femeninos de nuestra tierra.
Y el secreto de la perdurabilidad de los valores y de la fortaleza de alumnas y exalumnas, para enfrentar el diario vivir, nos lo dijo el ilustre autor de la letra del Himno, en su segunda estrofa:
Juventud anhelante de gloria
Y sedienta de luz y más luz,
Sin luchar no se alcanza victoria,
Ni se asciende a la cima sin cruz.