Con bastante orgullo pero también con algo de timidez, escribo esta última columna con la convicción de ser, entre quienes formamos esta variopinta plantilla de columnistas y colaboradores habituales de EL MUNDO, el único que puede dar fe de haber estado vinculado a él desde el principio y hasta el final, a sus 41 años de fecunda existencia.Lea también: Rodilla en tierraFui testigo y partícipe en 1979 de su gestación, como todas dolorosa a veces pero esperanzadora siempre; de su nacimiento, su crecimiento y muerte, más dolorosa esta por lo que significó para el periodismo colombiano, ahora para infortunio, cada vez comprometido en mayor grado con intereses que no son los que le corresponde divulgar y defender hasta el cansancio.En esa época veía de desempeñar la corresponsalía de El Espectador en esta ciudad, orgullosa tarea que por 17 años había compartido con mi padre, Luis Pareja Ruiz.Quizá por esa experiencia me asignaron el cubrimiento – contra mi íntima aversión por tal tema – de la parte política, lo que hice en los primeros meses hasta que gracias a Dios fui relevado por el colega Jorge Carvalho.Después, haciendo de todo, pude ser testigo excepcional de ese crecimiento sin pausa que iba recorriendo día a día el nuevo exponente del mejor periodismo que por entonces se hacía en Colombia.Todo lo anterior puede parecer vacío y vanidoso en este triste momento, pero quise aprovecharlo para dejar constancia de mi agradecimiento con la vida, por haber podido ser parte de algo maravilloso e irrepetible en mi recorrido periodístico.Después de este introito para muchos intrascendente, resulta imprescindible aprovechar la prodigiosa memoria de Víctor León Zuluaga, el primer periodista que fue enganchado para el ambicioso proyecto, y quien tiene – como si fuera ayer – fresco el recuerdo de aquellos que lo acompañaron en el zarpe hacia su soñado destino.Con mi empirismo a cuestas era el más veterano pero no el más atrevido, ni el más emprendedor, ni el más decidido a triunfar, como esos jóvenes hombres y mujeres que llegaron con toda su carga vital, su atrevimiento y su inteligencia, a hacer de EL MUNDO un ejemplo de periodismo dinámico y moderno, no solo en Colombia sino en el continente.Resultaría imposible e injusto por las naturales omisiones, mencionar a los cientos de hombres y mujeres que con su granito de arena construyeron este ejemplo de periodismo, pero tampoco sería del caso omitir a aquellos que al lado de Víctor León Zuluaga, dieron esos primeros pasos al mando de Darío Arizmendi: Piedad Correa, Héctor Rincón, Marta Botero de Leyva, Rafael Cervantes, Jairo León García, José Roberto Jaramillo, Arturo Giraldo Sánchez, Adriana Mejía y Ana María Cano, entre otros muchos.Le puede interesar: Balance tangueroAlgunos podrán decretar el tradicional y triste minuto de silencio, pero el eco atronador de lo que fue y significó EL MUNDO en el periodismo colombiano, jamás podrá ser apagado.
En otros tiempos era común exigir recomendaciones de buen proceder a cualquier aspirante a un empleo, por modesto que este fuera, lo que garantizaba de entrada la vinculación de una persona capacitada y sobre todo honesta.Hoy, en medio de la decadencia moral sin atenuantes por la que transcurre el devenir colombiano, pesan e importan más las maniobras politiqueras, los chanchullos, las acomodaticias maniobras que buscan el beneficio inmediato y los torcidos de todo orden.Le puede interesar: Nido de ratasUna hoja de vida impoluta, sin mancha alguna en el transcurrir de una vida pública y el reconocimiento unánime de una ciudadanía informada y consciente, nada valen frente a previsibles prontuarios en gestación, tráfico electoral, acusaciones concretas de auxiliar fugas de delincuentes y fundadas sospechas de actividades nada edificantes.Con un fardo de estas últimas a sus espaldas, pesada carga moral que nadie vio ni a nadie le importó, fue nombrado ayer el político costeño, Arturo Char como nuevo presidente del Congreso, vale decir, antes los ojos del mundo que desconoce sus andanzas, como el funcionario colombiano más importante después del presidente de la República.Menos mal, porque no todo puede ser sal en la herida ni tragedia sin nombre, la Corte Constitucional declaró inexequible el numeral tercero del artículo 19 de la Ley quinta de 1992, que fijaba entre las funciones del presidente del Congreso, reemplazar al presidente de la República y al vicepresidente si se llegara a dar la ausencia de ambos.Desafortunada y muy poco probable posibilidad, pero como Colombia está para grandes tragedias y así lo ha ratificado a lo largo de su atormentada historia, nada descartable era llegar a tener a Arturito desempeñando ese papel.Este nuevo confaloniero que será el encargado de portar la enseña de la moralidad, del buen hacer y de la administración ejemplar de una importante rama del poder público, de entrada ya cumplió con uno de los que parecen ser requisitos para desempeñarse como presidente del legislativo: Tener líos con la justicia, y equiparar así a doce de los trece antecesores suyos en el cargo para no dejarse aventajar por ellos.Arturo Char cuenta con los suficientes méritos para acompañar esa nómina de servidores de la patria, la cual vale la pena recordar para que tantos olvidadizos o cómplices vuelvan a la realidad: Carlos García, Nancy Patricia Gutiérrez, Dilian Francisca Toro, Mario Uribe, Luis Humberto Gómez Gallo, Miguel Pineda Vidal, Javier Cáceres, Luis Alfredo Ramos, German Vargas Lleras, Armando Benedetti, Juan Manuel Corzo y Hernán Andrade.Debe mencionarse otro aspecto importante de la persona encargada de tamaña responsabilidad: Su salud, pues de acuerdo con los registros de asistencia en el último período, Arturo Char presentó 149 excusas médicas; o está muy enfermito o es muy astuto para esconder sus otras actividades.Le puede interesar: Justicia Especial para el DelitoValdría la pena preguntar: ¿si ese estrafalario número de excusas se presentó cuando las sesiones eran presenciales, a cuánto podrán llegar ahora que vienen las sesiones virtuales ?Lo cierto de todo este episodio protagonizado por la clase política colombiana, es que su caída libre hacia el desprestigio y su poca credibilidad entre los ciudadanos, son cada día más evidentes.TWITERCITO: Izar banderas y discursos, no es independizarse de la politiquería y la corrupción
Acaba de terminar en Medellín el llamado Festival Internacional del Tango, y puede asegurarse sin temor a equivocación, que esta versión no tendrá un lugar de preeminencia en la historia, ni será recordado con mucho fervor por los verdaderos amantes, cultores y defensores del género, como es y se define el autor de esta nota.Le puede interesar: Crimen de lesa tanguitudMás y más Gardel, su vida, su mito y su accidente repetidos hasta el cansancio desde hace más de sesenta años, y coreografías circenses también hasta el infinito, coparon buena parte de la programación.Para que algunos quedáramos con esa sensación pudo haber influido sin duda alguna el ambiente un tanto frío, enrarecido, distante y nada favorable que vivía la ciudad por la penosa situación sanitaria y económica, acompañado de una programación que en materia musical y eminentemente tanguera no estuvo ni ofreció mayor cosa a la altura de lo deseado.En este último ámbito resulta imposible no evocar, con mucha nostalgia y tristeza, pasadas ediciones del festival de Medellín, las cuales permanecerán en eterna memoria, tal su calidad y el impulso que le dieron al tango-tango en su momento, con el desfile insuperable de figuras trascendentes.Hoy los organizadores ni siquiera apelan a figuras contemporáneas de algún renombre que signifiquen o representen el verdadero tango, y se limitan a mantener y fomentar una tónica innovadora -modernista la llaman algunos- que lo único que hace es desvirtuarlo y enrarecerlo.No se pide, ni mucho menos, porque además es imposible, ver de nuevo figuras rutilantes de las décadas del cuarenta al setenta u ochenta, pero sí algún esfuerzo para disfrutar de los mejorcitos que hay ahora en Buenos Aires o Montevideo, y que todavía hacen y saben a tango, sin haber caído hasta ahora en las estrafalarias apariciones de quienes se denominan innovadores.El arreglista musical, sobre todo en el tango, trabaja para embellecer aún más el tema puesto bajo su inspiración, pero no para destrozarlo y creer que está descubriendo el mundo con cuanta barrabasada le dé por garrapatear en el virgen pentagrama.Pretender como ocurrió en este festival modernizar Cambalache, el legendario tema de Discépolo para darle dizque un toque de “modernidad”, no sólo es un adefesio sino un crimen de lesa tanguitud, e ignorar que hay temas en el mundo que no admiten “arreglo” porque hacérselo es un sacrilegio.A estos creadores solo les resta entrarle con castañuelas a la Serenata de Schubert, o con timbales a la Quinta Sinfonía de Beethoven, para “modernizarlas”.En lo que tiene que ver con el baile, este festival volvió a mostrarlo como número de consumada acrobacia, pero muy lejos de una actividad social, cálida, romántica, tentadora, como para ser ejecutada por una pareja.Lea también: Tango verdadEspectáculo circense más apropiado para funánmbulos y equilibristas que para una pareja de enamorados que quieran divertirse, quienes por el contrario deben sentirse intimidados ante la imposibilidad de realizar tal cúmulo de maromas en una pista de baile, algo totalmente distinto a lo que antes era bailar tango.A los volatineros de hoy hay que recordarles estos versitos:Que saben los pitucos, lamidos y shushetas/ Que saben lo que es tango, que saben de compás/ Aquí está la elegancia, que pinta, que silueta/ Que porte, que arrogancia, que clase pa’ bailar/… Así se baila el tango, sintiendo en la cara/ La sangre que sube a cada compás/ Mientras el brazo como una serpiente/ Se enrosca en el talle que se va a quebrar/ Así se baila el tango, mezclando el aliento/ cerrando los ojos pa’ escuchar mejor/ Como los violines le cuentan al fuelle/ Por qué desde esa noche Malena no cantó
El mundo ha asimilado en las últimas semanas -en pro y en contra– el poderoso mensaje transmitido por hombres de color arrodillados en un terreno de juego o simplemente en la vía pública, como enfática protesta a los atropellos que contra su etnia han sido propinados desde época inmemorial por las autoridades blancas de los Estados Unidos.Las dos últimas víctimas aportadas por los negros a esa práctica de terror fueron George Floyd, asesinado en público y son sevicia inaudita por un policía blanco en Mineapolis, el 25 de mayo, y Rayshard Brooks, muerto en Atlanta, por la espalda, el 12 de junio.Lea también: ¿En qué quedamos por fin?Dos casos más que sirvieron para exacerbar los ánimos y desatar, no solo más genuflexiones en las calles, sino oleadas de protestas que casi siempre degeneraron en vandalismo, saqueo e incendios de propiedades en muchas ciudades, en simultánea con la airada respuesta del presidente Donald Trump, en la cual hasta llegó a insinuar a su ejército violar la Constitución para reprimir los desmanes.Opuesto como siempre el mandatario estadounidense a esta clase de demostraciones por parte de los ofendidos, los hechos mencionados sirvieron para traer a la memoria la génesis de lo que ha sido, al menos durante su mandato, el enfrentamiento secular de blancos y negros.Alérgico a esa orgullosa rodilla negra en tierra desde que el deportista Colin Kaepernick la sublimó en histórica noche, en un acto que le mereció el recordado y sonoro hijueputazo del presidente Trump, a este parecen conformarlo más las constantes genuflexiones de algunos dirigentes, no por invisibles para el vulgo, menos importantes en sus aspiraciones dictatoriales.A falta de pan buenas son tortas pensará en su interín el rubio mandatario, al comparar las protestas visibles y orgullosas de sus conciudadanos de color que solo problemas le acarrean, con esas otras sumisas demostraciones que alimentan su insaciable ego y a veces llegan más rápido de lo que el mismo desearía.Acaba de ocurrir con su desaforada pretensión de apoderarse del Banco Interamericano de Desarrollo al frente del cual ya dijo que pondrá una ficha suya, rompiendo una tradición de más de setenta años en los que la entidad ha sido orientada por manos latinoamericanas.Más tardó Donald Trump en revelar su avidez burocrática a escala internacional, que el presidente de Colombia, Iván Duque, en acudir presuroso a brindarle su respaldo, sin siquiera tener en cuenta la opinión de sus socios ni las consecuencias funestas que tal zarpazo puede tener a corto, mediano y largo plazo.Esta clase de posiciones sumisas por parte de un país que no tiene política exterior ni canciller, al decir del expresidente Ernesto Samper, es también una rodilla en tierra, con la diferencia de que no es altiva y admirable, como la de los negros, sino un ejercicio de calistenia al servicio de intereses no nacionales.Posición no demasiado difícil de ejercer pues era nada más que la repetición de otras ya asumidas anteriormente, por ejemplo, con la vía libre dada a la presencia de la soldadesca estadounidenses en territorio colombiano, y el apresurado alineamiento frente a la doctrina asumida por Estados Unidos contra Cuba.Le puede interesar: Otro virus a la vista Aquello de llevar el hierro entre las manos para que no pese en el cuello, no son palabras huecas ni para sentirlas es necesario haber nacido en una altiva región: Se requiere también, de alma y corazón, renunciar a permanecer uncido a cualquier yugo, por lustroso que este sea.TWITERCITO: Por ahí comentan que el que tanto se obsequia su valor abarata.
En una época cuando el boxeo no había perdido su esencia por culpa de los innovadores que lo convirtieron en boxifútbol, este deporte era protagonizado por figuras como Joe Louis, Rocky Marciano, Sonny Liston, Casius Clay, Joe Frazier, George Foreman y en el ámbito más local por Kid Pambelé y Bernardo Caraballo.Lea también: Otro virus a la vistaEstos llamativos duelos que siempre eran la pelea de fondo de la jornada se promocionaban muchas veces como “el combate del siglo”, pero terminaban en la fecha pactada, así algunos alcanzaran el límite de asaltos programados.Los contendientes y sus séquitos, una vez suplido el trámite eminentemente deportivo, suscribían en forma tácita una especie de pacto de no agresión y la reconciliación y el colegaje eran manifiestos, situación civilizada que como por ósmosis, se extendía también a sus miles de seguidores.Luego de cada fajada por la corona, un acontecimiento que acaparaba por igual titulares, fotografías, críticas y alabanzas, el ambiente tornaba a la normalidad, al tiempo que comenzaban a hacerse los preparativos para otra contienda épica que de nuevo congregara todas las expectativas.Colombia parece haber regresado a esas épocas doradas del deporte de las narices chatas, y presencia ahora, con más tristeza y desesperanza que júbilo, un desigual combate entre dos pesos pesados de la política, para colmo en muy diferente categoría y pesaje.“Kid” presidente y “Baby” alcaldesa, recién incorporados al tenebroso mundo de las cuerdas y la lona, andan enfrascados ahora en una pelea larga, sin sentido y al parecer eterna, mientras el país al uno y la ciudad a la otra, se les deshacen en sus manos sin que alcancen a darse verdadera cuenta de lo que está pasando.A falta de un promotor avezado, malicioso y explotador como el mechudo Don King, ventajoso organizador de los más rimbombantes espectáculos sobre el ring, estos imberbes fajadores llegaron a disputar el desigual duelo aupados por personajes poco afectos a las más elementales normas de deportividad.Figuras que congregan y dividen por igual y cuyo objetivo no es el fajín de cualquiera de los pesos en disputa, sino el absoluto poder de un universo ya de por sí plagado de porquerías de todos los tamaños, como que en el se han desempeñado a lo largo de los últimos tiempos.Mientras en el tinglado ambos fajadores se tambalean y aparentan muestras de debilidad, unas veces por los rectos a la mandíbula o las fintas inteligentes de una y otro, la contienda amenaza con convertirse en una sui géneris por ser la única que terminará con tres perdedores: los dos litigantes y los perplejos y defraudados espectadores que se sienten estafados con el espectáculo brindado.Como sucede casi siempre después de un intercambio de golpes y afrentas, segundones y correveidiles acuden presurosos a mitigar las consecuencias desastrosas del enfrentamiento, mientras los únicos que parecen cobrar pírricos dividendos son los siempre bien acomodados promotores.Le puede interesar: ¿En qué quedamos por fin?Lo grave en este caso es que no se sabe cuándo terminará el enfrentamiento y cuánto más tendrá que abonar la indefensa ciudadanía por el pésimo espectáculo que parece va a prolongarse más de la cuenta.TWITERCITO: En esta lid el único noqueado volverá a ser el pueblo
Desde tiempos inmemoriales al colombiano se le impuso la creencia de que la iglesia y el ejército eran instituciones intocables, que estaban más allá del bien y del mal y no podían ni debían ser objeto de cuestionamientos o reparos, así muchas veces saltaran de bulto sus imperfecciones y desvaríos.Le puede interesar: Alguien falta a la verdadOlvidaban esos recalcitrantes y dogmáticos orientadores del pasado, que tanto la una como el otro estaban formados por seres humanos y en ningún caso por espíritus gloriosos, propensos en consecuencia, cuando no predispuestos totalmente, a faltar a su misión y violentar las normas que los regían y obligaban.Existía entonces un temor reverencial a cuestionar o criticar, y mucho menos a denunciar irregularidades que a veces resultaban evidentes, porque en el imaginario colectivo solo era posible mencionar tales instituciones para loarlas y agradecerles su papel en el transcurrir cotidiano.Por fortuna esta situación de mansedumbre y obligada pero errónea forma de juzgar esos dos estamentos ha cambiado, y ya no se adquiere, porque sí, el denigrante calificativo de apóstata o de apátrida, según a quien vaya dirigido el cuestionamiento por los malos procedes de sus miembros.Buena prueba de ello, en lo que toca con la primera, es que las frecuentes noticias e investigaciones relacionadas con los innumerables casos de pederastia en los que aparecen comprometidos sacerdotes de la iglesia católica, ya no constituyen un impenetrable misterio ni están amparados por el manto del silencio.Lo anterior, no obstante el afán de las jerarquías y de ciertos poderosos círculos de la sociedad y aún de varios medios de comunicación, empeñados todos en que la aberrante situación pase inadvertida y no lastime el ya disminuido respeto de miles de fieles que han comenzado a ver las cosas tal como son en la dolorosa realidad.En relación con la segunda organización, casi todos los días algunos de sus miembros se encargan de recordar que en su seno también cohabitan, junto con los heroicos y vencedores, aquellos que la deshonran y envilecen con sus condenables procederes, tal como ha quedado en evidencia con el último escándalo que sacude sus cimientos.Si una cosa ha quedado clara en esta situación de vergüenza que afronta ahora la institución, es que al tan cacareado título de “héroes de la patria”, no califican los que en su interior libran una denodada y absurda batalla por el poder, dentro de la cual la intriga, al ritmo de la inteligencia o la contrainteligencia, es el arma preferida.“Héroes de la patria” -y el pueblo raso así lo reconoce– son aquellos que en llanos y montañas, con calor o con frío, ahitos o con hambre, fatigados o con brío exponen su vida noche y día, y no los que desde cómodos escritorios y en medio de plena seguridad dictan las órdenes.Con el escándalo actual se ha sabido que Colombia tiene más de cincuenta generales, quienes con toda lógica aspiran a ascenso y poder, lo que supone una emulación intestina en la que a veces tengan que aparecer o emplearse métodos no muy ortodoxos ni de buen recibo.Le puede interesar: El país de las maravillasEste panorama explica y hasta justifica la innegable división que existe, negada de dientes para afuera pero sabida y tolerada al interior, sin que hasta el momento se hayan tomado las medidas radicales que le pongan fin y vuelvan a colocar al ejército colombiano a la altura de lo que ha sido tradicionalmente a lo largo de la historia.TWITERCITO: Atención… fir…! Al ascenso… mar…!
En los dos últimos meses la covid-19 se ha convertido, gracias a la virulencia jamás imaginada en los primeros días de su aparición, en la más importante y casi exclusiva noticia de los medios de comunicación en todas las naciones.Y no es para menos dada la agresividad con la que atacó, primero en China -su casi seguro origen- y después a los más representativos países del mundo desarrollado, encabezados por el ostentoso Estados Unidos, y aquellos que en Europa eran insignia de bonanza y progreso, principalmente Italia, España y Alemania.Lea también: Nido de ratasAunque no se sabe con certeza en cuantos meses a futuro expirará la pandemia, subestimada por algunos equivocados dirigentes que pusieron el dinero por encima de la vida, lo cierto es que su letalidad cesará, tras dejar un catastrófico balance mundial en materia de salud y economía.Colombia, empero, en estos momentos, no puede incluirse entre los territorios que en el tiempo venidero estarán libres del ya famoso virus, pues en sus entrañas está incubándose otro que, aunque solo a ella afectará, promete ser tan nefasto como el que ahora se está enfrentando con más o menos exitosos resultados.Si como tanto se ha especulado la actual covid-19 surgió en las entrañas del vasto, legendario y misterioso territorio asiático por la manipulación de un murciélago, también el que está empollándose ahora tendrá su procedencia animal, con una salvedad: ya aquí se logró la transmutación, pero al revés.Si allá fue de animal a humano, en Colombia pasó de irracional a pensante, según lo anunció en días pasados el propio presidente de la república, Iván Duque, quien identificó a los protagonistas de semejante engendro como “ratas de alcantarilla” y “vampiros banqueros”.Las roedoras, acostumbradas a arrastrarse y vivir en las cloacas, en esta nueva concepción que está gestándose cambiaron su status quo y ahora se mueven como Pedro por su casa por entapetados y exclusivos salones, donde se devoran los cada vez más escasos recursos del Estado que deberían orientarse a la atención de millones de dolientes.Y los otros, seres entre el mito y la realidad, aquí sí son personajes de carne y hueso, y tampoco para ellos son extraños los recintos lujosos desde los cuales diseñan y manejan a placer sus enmarañados tejemanejes, que al final les permiten aumentar, con prisa y sin pausa, sus ya enormes caudales.“Ratas de alcantarilla” y “vampiros banqueros” que son o se hacen los sordos ante tan vergonzosos calificativos, así vengan de tan alta procedencia, la misma sordera que padecen y aplican con inaudita soberbia ante los requerimientos de quienes hoy más que nunca los necesitan en esta emergencia.Si el éxito científico de una transmutación es atribuible al conocimiento, la dedicación y el saber de decenas de profesionales que han dedicado toda su vida a conquistar tal logro, estas calidades y cualidades no se requieren en Colombia para alcanzarlo.Le puede interesar: Qué contrasteEn el país otros son los factores determinantes, entre ellos el amiguismo, el dejar hacer, la complicidad, el pasar de largo, la omisión y el esguince a la ley y las más elementales normas.Como estará de grave el asunto, que hasta un ex jefe de Estado que no es modelo de nada, le exigió al Superintendente Financiero “tener los pantalones bien puestos y no alinearse con los bancos”, nido de los vampiros denunciados por el propio presidente.TWITERCITO: Especulando sobre transmutaciones, ¿qué tal una entre paloma y oveja que trascienda al hombre colombiano?
En esta actualidad donde todo se ha vuelto pandémico o anti pandémico, resulta casi extraordinario encontrar un tema distinto a algo que no tenga relación con el ya famoso y letal virus que tiene al mundo al revés y promete no dejarlo quieto al menos en el cercano inmediato.Lea también: Justicia al por mayor y al detalEl dichoso y socorrido auxilio llegó por fin pero no vino despojado del todo de las primeras letras del terminacho de moda – pandemia – aunque nada concreto tenga que ver con ella y su catastrófico balance en materia de salud.Se trata y bienvenido sea, del vocablo pandemonio, certero para significar la espantosa situación que en Colombia ha vivido eternamente todo aquello relacionado con la justicia y su, casi nunca, pronta, cumplida y recta aplicación.El introito tiene que ver con la decisión anunciada en las últimas horas por la Fiscalía Delegada ante la Corte Suprema de Justicia, de llamar a rendir indagatoria al gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria Correa, dentro de la investigación que se le adelanta por la presunta irregularidad en la adjudicación de un contrato para rehabilitar la vía entre Caucasia y Puerto Berrío, efectuada en el 2005.Abstracción hecha de quien es la persona encartada, asombra la celeridad que en medio de ese pandemonio en que vive la justicia colombiana, ejerció el funcionario actor, quien quizá aburrido de espulgar papeles en esta interminable cuarentena, encontró ese negocio que estaba engavetado hace tres lustros y le dio por desempolvarlo para ponerlo a tono con la actualidad.Quien esto escribe es lego absoluto en menesteres de juzgados y de antemano presenta excusas por su posible error, pero lo más seguro es que el tal delito -- si lo hubo – haya prescrito en estos quince años transcurridos, que seguramente son más que el doble de la pena a imponer por la supuesta falta.En medio de su ignorancia cree también que uno de los fundamentos para el éxito de cualquier investigación es la inmediación de la prueba, la cual en este caso para el acucioso y célere funcionario es prácticamente inexistente, habido el tiempo pasado.Lo que se busca en este caso es un efecto y un daño político, como ha sucedido en muchísimos otros asuntos manejados por la Fiscalía y quienes en ella trabajan, movidos más por ciertos intereses que por la aplicación de una justicia verdadera.¿Si esto ocurre con una investigación en la que está comprometido un personaje de la talla del actual gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, qué pueden esperar otras personas del común pendientes desde hace años de que se les defina la situación?La forma como actúa la justicia en Colombia, por medio de inspectores, jueces, fiscales o magistrados, no solo cusa risa incontenible sino vergüenza y rabia, porque si algo hay detrás es el sesgo, la preferencia, la manipulación, la desviación y el favorecimiento, pero nada de rapidez, rigurosidad e igualdad.Lea también: El paraguas OdebrechtSi como dicen el tiempo es el peor enemigo de la justicia, Colombia y su paquidérmico aparato judicial es prueba permanente y palpable de ello.TWITERCITO: Esta cuarentena tan larga le permitirá a algunos fiscales descubrir posibles fallas en los primitivos contratos de alhorría.