Ahora en época de innovación, a esas maniobras desdorosas se dio por llamarlas “perfilamientos”, en un intento por adornar y acaso minimizar la gravedad de un asunto que deja prácticamente en cueros al presidente, a su ministro y al generalato.
Los opinadores suelen lamentarse a veces por la aparente carencia de temas lo suficientemente importantes, como para merecer su atención y desarrollo en unas cuartillas que hagan conocer de sus lectores la actualidad en distintos campos.
En Colombia, por fortuna, esa aparente carencia casi nunca se da, debido a que la sagaz “malicia indígena” de la que todos sus habitantes parecen tener una superlativa dosis -en especial su clase dirigente– entregan a cada paso material suficiente para mantenerlos abastecidos.
Acaba de suceder en los recientes días con dos noticias que es necesario acometer, antes de que los atenidos colombianos, tan pertinaces para señalar y acusar cuando les conviene y también proclives a imitar el gato con sus porquerías, decidan enviarlas enancadas en su quebradiza memoria hacia el olvido.
Una tiene que ver con el nuevo escándalo que por enésima vez sacude a las fuerzas militares y compromete de manera grave a sus altos mandos, y al civil que se supone los manda, y la otra con el ofensivo derroche que, a la manera de narco opulento y ostentoso, acaba de protagonizar el gobierno.
En la que involucra a los más importantes hombres de uniforme, responsables hasta que no se demuestre lo contrario del ilegal y vergonzoso seguimiento ordenado a 130 personas entre periodistas, políticos, funcionarios y hasta fichas claves del mismo gobierno, ya por lo menos quedó una cosa en claro: en ella no actuaron los inteligentes sino los brutos.
Ahora en época de innovación, a esas maniobras desdorosas se dio por llamarlas “perfilamientos”, en un intento por adornar y acaso minimizar la gravedad de un asunto que deja prácticamente en cueros al presidente, a su ministro y al generalato.
Estos en su favor alegan desconocer que tal podredumbre estuviera ejerciendo su poder corrosivo en el interior del Ejército, lo que deja como conclusión que hubo y hay una ignorancia y una descoordinación tales, que el vacío de mando y de poder en semejante estamento es de asombrosas dimensiones.
El otro hecho que amerita escribir está relacionado con los exóticos gastos hechos en los últimos días por el Gobierno, sin tener en cuenta la angustiosa situación que atraviesa el país y las ingentes necesidades que debe entrar a cubrir con los cada vez más escasos recursos estatales.
Eso de derrochar en la compra de 23 lujosas y blindadas camionetas para mejorar “la seguridad” del presidente, es una agresión a los ciudadanos, partidarios más bien de cambiar el rojo de los semáforos que esos aparatos encontrarán a su paso, por el rojo de los raídos trapos que cuelgan ahora en miles de ventanas.
Justifican la compra de los aparatos diciendo que su trámite venía de atrás, como haría el marido infiel ante su esposa al ser sorprendido con su nueva concubina: “Tranquila mija que yo la conocía desde el año pasado”.
¿Y qué tal los $3.500 millones para también “mejorar” la imagen presidencial en las redes sociales, afortunadamente libérrimas hasta el momento y no sometidas a la tiranía de una pauta oficial?
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