Si una cosa ha quedado clara en esta situación de vergüenza que afronta ahora la institución, es que al tan cacareado título de “héroes de la patria”, no califican los que en su interior libran una denodada y absurda batalla por el poder
Desde tiempos inmemoriales al colombiano se le impuso la creencia de que la iglesia y el ejército eran instituciones intocables, que estaban más allá del bien y del mal y no podían ni debían ser objeto de cuestionamientos o reparos, así muchas veces saltaran de bulto sus imperfecciones y desvaríos.
Olvidaban esos recalcitrantes y dogmáticos orientadores del pasado, que tanto la una como el otro estaban formados por seres humanos y en ningún caso por espíritus gloriosos, propensos en consecuencia, cuando no predispuestos totalmente, a faltar a su misión y violentar las normas que los regían y obligaban.
Existía entonces un temor reverencial a cuestionar o criticar, y mucho menos a denunciar irregularidades que a veces resultaban evidentes, porque en el imaginario colectivo solo era posible mencionar tales instituciones para loarlas y agradecerles su papel en el transcurrir cotidiano.
Por fortuna esta situación de mansedumbre y obligada pero errónea forma de juzgar esos dos estamentos ha cambiado, y ya no se adquiere, porque sí, el denigrante calificativo de apóstata o de apátrida, según a quien vaya dirigido el cuestionamiento por los malos procedes de sus miembros.
Buena prueba de ello, en lo que toca con la primera, es que las frecuentes noticias e investigaciones relacionadas con los innumerables casos de pederastia en los que aparecen comprometidos sacerdotes de la iglesia católica, ya no constituyen un impenetrable misterio ni están amparados por el manto del silencio.
Lo anterior, no obstante el afán de las jerarquías y de ciertos poderosos círculos de la sociedad y aún de varios medios de comunicación, empeñados todos en que la aberrante situación pase inadvertida y no lastime el ya disminuido respeto de miles de fieles que han comenzado a ver las cosas tal como son en la dolorosa realidad.
En relación con la segunda organización, casi todos los días algunos de sus miembros se encargan de recordar que en su seno también cohabitan, junto con los heroicos y vencedores, aquellos que la deshonran y envilecen con sus condenables procederes, tal como ha quedado en evidencia con el último escándalo que sacude sus cimientos.
Si una cosa ha quedado clara en esta situación de vergüenza que afronta ahora la institución, es que al tan cacareado título de “héroes de la patria”, no califican los que en su interior libran una denodada y absurda batalla por el poder, dentro de la cual la intriga, al ritmo de la inteligencia o la contrainteligencia, es el arma preferida.
“Héroes de la patria” -y el pueblo raso así lo reconoce– son aquellos que en llanos y montañas, con calor o con frío, ahitos o con hambre, fatigados o con brío exponen su vida noche y día, y no los que desde cómodos escritorios y en medio de plena seguridad dictan las órdenes.
Con el escándalo actual se ha sabido que Colombia tiene más de cincuenta generales, quienes con toda lógica aspiran a ascenso y poder, lo que supone una emulación intestina en la que a veces tengan que aparecer o emplearse métodos no muy ortodoxos ni de buen recibo.
Este panorama explica y hasta justifica la innegable división que existe, negada de dientes para afuera pero sabida y tolerada al interior, sin que hasta el momento se hayan tomado las medidas radicales que le pongan fin y vuelvan a colocar al ejército colombiano a la altura de lo que ha sido tradicionalmente a lo largo de la historia.
TWITERCITO: Atención… fir…! Al ascenso… mar…!