Con esta columna finalizo una larga colaboración con el periódico EL MUNDO de Medellín, por el cierre de esta querida publicación.Lea también: Las reformas políticasCon Irene Gaviria y Luz María Tobón aprendí a hacer periodismo, a resumir en pocos caracteres lo que antes decía en libros extensos y cursos universitarios completos.Debo reconocerlo, sin inscribirme ni pagar matrícula, asistí a una escuela de periodismo: el periódico EL MUNDO de Medellín. A nadar se aprende nadando y hacer pan en la panadería.Es cierto que he sido enviado especial de otros medios en acontecimientos internacionales claves, como la entrega de Hong Kong a los chinos para la Revista Semana, o cubriendo el Brexit en Londres para El Tiempo.Y también fue muy importante para mí la colaboración por años con la Revista Credencial, en la que escribí artículos de política a raíz de mis viajes a Sarajevo, Chipre, Etiopía, Malí, Birmania y muchos países latinoamericanos y europeos.Además, colaboro habitualmente desde hace dos décadas con artículos para el periódico oficial de la Universidad Nacional de Colombia, en el que ahora soy columnista mensual.Pero, realmente fue esa labor quincenal de la columna sobre las democracias en EL MUNDO desde 2011, con la que aprendí a comunicar el conocimiento aprendido a un público amplio.Y sobre todo porque hubo muy buen ambiente y comprensión de las diferentes formas de trabajar de los columnistas, y adaptación a cada uno hasta donde se podía.Nunca hubo intromisión en nuestros temas, y en el caso mío ni siquiera cuando en un asunto político muy delicado estuve totalmente en contra de lo expresado en la editorial.Pero en esa “libertad de cátedra” también hubo consejos muy válidos, sugerencias casi siempre, que me sirvieron para perfilar mi estilo y hacerlo más comunicativo.Siento que la inspiración pedagógica del periódico coincidió con mi percepción del papel de quien escribe, la acentuó y le dio legitimidad en un mundo en el que opinar se volvió para algunos sinónimos de insultar.Justamente lo que más agradezco es que nos hayan permitido a los columnistas este espacio permanente de proyección de nuestras ideas, en esa línea más cercana a la alfabetización cultural que a la erudición retórica.Y es que a los que la sociedad nos ha permitido dedicar toda la vida a estudiar, sentimos una necesidad imperiosa de transmitir a los otros el asombro intelectual que nos producen nuestras lecturas.El filósofo Epicuro intentó darle importancia a ese placer por el conocimiento, señalando que sobrevive a su satisfacción, a diferencia de los más básicos: beber, comer, dormir o tener sexo.Pero los seres humanos prefieren emociones fuertes, aunque estas se agoten en su ejercicio, como son, por ejemplo, la asistencia a eventos deportivos, los conciertos multitudinarios, y por supuesto la rumba propiamente dicha.En ese pequeño espacio que se le deja al conocimiento como opción lúdica en la sociedad, intentamos expresarnos quienes nos hemos dedicado a estudiar y a escribir.A veces algún libro nuestro tiene una cierta temporal visibilidad, o un artículo oportuno en un medio de gran difusión te hace héroe por unas horas, pero en general son pocos los que consiguen la atención de las multitudes.Y es que, aunque es verdad que ansiamos transmitir la emoción por las palabras y por los conceptos, tener un pequeño espacio de atención del público es difícil, aun cuando no pretendamos vivir de ser escritores.En verdad, quienes escribimos libros, artículos, y sobre todo columnas, hacemos disparos al aire, como decía León de Greiff en uno de sus poemas: “Yo, señor, soy acontista, mi profesión es hacer disparos al aire”.Y les quiero contar a quienes no conocen este extraño deporte, realmente más parecido a la pesca que a la cacería, que siempre llegamos con una pieza a casa, y eso es posible sobre todo si se tiene el privilegio de ser columnista.En efecto, cuando menos se piensa, alguien lo busca a uno para decirle que un libro propio o una columna por fin lo hizo entender algo complejo que antes no había podido descifrar. Y ahora me pasa con mis videos.A mí me ha sucedido repetidamente con todos mis temas: la Ciencia Política, las Relaciones Internacionales, el Derecho Constitucional, el Proceso Político Colombiano, las Migraciones, la Globalización y los Viajes.Y ahora con las redes, casi nunca falta alguien que te felicite por un artículo, una columna o un video en tu canal propio, aunque no contrates community manager y apenas sí tengas actividad en ellas.Obviamente la atención del público se hizo muy difícil de obtener justamente por estas redes, y, además, el consumidor de contenidos tiene poco tiempo, es muy visual y quiere todo masticadito, además de gratis.Por eso y porque hay que adaptarse a los cambios, decidí a comienzos de este año expresar mis ideas complementariamente a mis libros, artículos y columnas, a través de videos didácticos en You Tube: https://www.youtube.com/channel/UCCyToknz5_kuDmmI68EiohgCreo que fue también gracias a ese aprendizaje previo periodístico, con Irene y Luz María, y con todo el equipo, que pude desarrollar hace cuatro meses ese Canal de You Tube para ese propósito, que ha tenido buena recepción.El canal se llama David Roll, y está dedicado a dos temas: Política y Derecho Constitucional para extraterrestres, o sea para todo el mundo; y Cómo Viajar desde Casa por 140 países, para animar a la gente en el confinamiento.Con él he venido publicando un video diario, con ya casi 600 suscriptores y 15 mil visitas, a pesar de que no he podido invertir en recursos tecnológicos y ayudas profesionales.Creo que tanto las columnas como los videos del canal para mi han resuelto un obstáculo que tenemos todos los que nos dedicamos a estudiar y queremos transmitir lo procesado, el cual es de tipo filosófico.Y es que, tanto en el medio escrito como en el audiovisual, este problema filosófico de fondo es la dificultad de mostrar en pocos minutos a otros, algo complejo que uno ha descifrado estudiando mucho.Es un reto porque, como lo descubrió el filósofo Emanuel Kant, el conocimiento se organiza en tu cabeza en compartimientos mentales organizados, y puedes transmitir el contenido, pero no el continente, que es la clave.Y ahí es donde tanto las columnas como los videos cortos pueden obrar el milagro de transmitir lo complejo a casi cualquier persona, y por eso mis videos se llaman: para extraterrestres.Esto se debe a que creo como Sócrates de que todo el mundo puede entender cualquier cosa si la explicas paso a paso, porque el conocimiento está al alcance de todo ser racional.Por eso agradezco todos estos años en los que he podido ser columnista en EL MUNDO, porque me dieron la oportunidad cada dos semanas de publicar un cuento socrático sobre un tema específico y vital: las democracias.Sin embargo, debo confesar que cuando recibí la invitación en el 2005 de tener mi propia columna, en principio, dudé en aceptar porque tengo la deformación profesional de investigador académico: no me gusta opinar.Desde mis primeras lecturas de filosofía durante el bachillerato me había quedado clara la distinción griega entre Doxa (opinión) y Episteme (conocimiento), y decidí que no opinaría casi nunca de nada y lo he logrado.De hecho, he fracasado varias veces en mis intentos de participar en la red Twitter, porque me es imposible dar conceptos a otros que no sean conclusiones derivadas de un estudio serio y sistemático.Por eso fue por lo que con el equipo de EL MUNDO diseñamos una columna que no fuera de opinión, sino de exposición pedagógica de conocimientos, y en un tema en el que yo tuviera títulos, libros y fuera conferencista.Desde el principio sabíamos que la democracia no es un tema atractivo para el lector común, pero como el Periódico quería educar ante todo, aceptaron mi propuesta.Para más Inri, decidí bautizarla Democracias y Partidos, palabra esta última aún menos atractiva incluso que la democracia, en el mundo en general, pero sobre todo para el colombiano.El otro gran reto era escribir, por sugerencia mía, única y exclusivamente sobre este tema, por la aversión que mencioné a opinar de temas varios y a hablar de cosas que no he estudiado bien.Al final se hizo, y se puede decir que es la única columna periódica que existe, por lo menos en lengua española, exclusivamente sobre estos dos temas: democracias y partidos.Le puede interesar: ¿Por qué aspiro a la Corte Constitucional?Y lo más paradójico es que el experimento pudo mantenerse en el tiempo, pues pudimos desarrollarla quincenalmente y sin una sola pausa durante ocho años, sin cambiarle su enfoque pedagógico ni ampliarla a otros temas.Gracias al Periódico EL MUNDO, a Don Guillermo y el equipo con el que empecé, a Irene Gaviria y Luz María Tobón sobre todo, y a los columnistas también, con varios de los cuales he forjado una amistad intelectual que espero se mantenga en el tiempo.De las 170 entregas he seleccionado 100 de puro conocimiento politológico, que serán publicadas en 2021, junto con otros textos, en un libro que se llamará Democracia para Extraterrestres.
En mi más reciente libro ¡Reforma política ya! expresé claramente mi pensamiento de cómo debe adelantarse una reforma política para que tenga éxito en su aprobación, en su puesta en marcha y en su aceptación social.Lea también: ¿Por qué estudiar la democracia electoral?En esta misma semana el Congreso tendrá que comenzar a analizar cómo va a ocuparse de dos reformas políticas importantes. Una de ellas es la propuesta por el Partido Liberal, en la que se crean instancias nuevas de decisión sobre temas electorales, entre otras cosas. La otra es el Código Electoral, una anhelada unificación que ya se esperaba.Son dos esfuerzos importantes que prefiero no juzgar anticipadamente. Además, como suelo decir en mi Canal de You Tube, Ciencia Política y Derecho Constitucional para Extraterrestres: (https://www.youtube.com/channel/UCCyToknz5_kuDmmI68Eiohg), prefiero que el propio ciudadano opine de acuerdo con unos criterios que esas dos ciencias ofrecen para no dejarse engañar por la multitud de opinadores que la tecnología nos ha traído.Una vez que usted conozca ambos proyectos por usted mismo o por los medios o redes, juzgue en qué medida cumplen estas reglas que yo considero son necesarias de utilizar, basado para desarrollarlas en esas dos disciplinas, para considerar buena, legítima y viable una reforma política.El primer criterio es el de Ingeniería Institucional, desarrollado por el trío franco-italiano-alemán: Duverger, Sartori y Nholen. Aunque los seguidores de unos y otros debaten mucho entre ellos, en general los tres aconsejan un estudio muy prolongado, profundo y experto antes de proponer una reforma política. El primero es muy institucionalista, el segundo es más bien comparativista y el tercero tiene un enfoque llamado histórico-empírico, más apegado a la realidad de cada país.La primera pregunta a hacer entonces por ustedes respecto de estas dos propuestas es si fueron el producto de estudios de este tipo. Si es así sería interesante conocerlos, saber quiénes y con qué preparación específica en el tema los adelantaron, dónde fueron publicados y cuándo se debatieron en el mundo académico, interinstitucional y ante el gran público, por medios y por redes.La segunda pregunta tiene que ver con esos mismos tres autores, y sería esta: ¿si se dio ese estudio profundo, en cuál de los tres enfoques se sustenta lo propuesto, o si es una combinación de los tres o se basa en otros desarrollos científico-políticos; y sobre todo cuál es la relación entre la propuesta teórica básica y lo propuesto finalmente?Una tercera pregunta que puede hacerse el interesado cuando lea los proyectos, es: ¿hasta qué punto las propuestas allí consignadas reflejan o no un largo y previo debate nacional y un cierto consenso, como para que tengan legitimidad y aceptación tanto en los partidos como en los ciudadanos? Por ejemplo, para no ser tan abstractos, es un hecho que la lista cerrada ya venía siendo un concepto decantado, aunque no la forma en la que está proponiendo, que es innovadora, en el proyecto de El Partido Liberal. Por el contrario, la idea de unos nuevos tribunales tuvo un amplio rechazo en su momento por lo que tendrá esta propuesta menos aceptación y posibilidades de aprobación y beneplácito ciudadano, experto y no experto. Por otra parte, no queda claro quién perderá competencias y porqué debe perderlas, cómo se instalarán, si va a afectar la descentralización o a concentrar demasiado poder, etc.Una cuarta pregunta, y que es esencial para el proyecto de Código Electoral, es si lo propuesto es una reorganización técnica necesaria y esperada de normas que no afectan el poder político, o si por el contrario se trata de todo un replanteamiento de las reglas del juego. A primera vista, debo decir, para no sonar etéreo, que al parecer, ese proyecto sí tiene la primera cualidad y no la segunda, pero el ciudadano debe estar tranquilo con ello antes de que avance la aprobación.¿Por qué tanto “perendengue”? Dirían en mi tierrita antioqueña. Pues, porque si la gente no cree, como dicen los estudios, en las instituciones ni en los electos, ni en los procesos, con mayor razón estas reformas deben ser al mismo tiempo rigurosas, consensuadas y pedagógicamente discutidas antes de llegar al Congreso o, por lo menos antes de ser aprobadas.Hay que reconquistar el amor del ciudadano por su país, por sus partidos, por sus instituciones. Y cambiando las reglas del juego político sin esa democracia deliberativa previa, sin una clara preparación intelectual de lo propuesto, va a ser difícil esa reconciliación. Confiemos en que eso haya sucedido, pero hay que comprobarlo.En síntesis, lo que quiero decir aquí es que el ciudadano interesado en estos temas no debe sentarse a analizar si esta o aquella norma le parece buena, mala o regular. Debe mirar todo el proceso de decantación que dio lugar a esas propuestas, pedir que se haga público, y después juzgar, analizando ese recorrido, si puede presumirse que las propuestas van a tener más aciertos que errores.Para los expertos en estos temas siempre es mejor que un proyecto de tipo técnico surja del debate entre varios organismos del Estado, de un logro consensuado escalonado que da lugar a esa propuesta, previo el debate académico experto, además.Si así fue, tendrá éxito en su contenido y en su aplicación, pero si es solo una voz institucional va a tener dificultades en ambos sentidos. Este dato será bueno saberlo bien para dar un veredicto, pero sabiendo qué tanta fue la intensidad de la colaboración institucional y si hubo dialogo abierto y continuado. Como académico reconozco que el proyecto de Registraduría me fue dado a conocer con cierta anticipación, no así el otro.En cuanto a los proyectos surgidos de partidos políticos, habrá que preguntarse qué tanto se debatieron internamente, si hubo casi que unanimidad antes de presentarlo, y sobre todo si se fogueó el proyecto con otros partidos, por lo menos los cercanos ideológicamente.Todo lo anterior nos conducirá a saber si ya hay unos pre consensos adecuados para su aprobación y un buen ambiente o si, como sucedió a finales del siglo pasado, se va a volver un Frankenstein, tal cual sucedió con el proyecto Pastrana, o se va a hundir por motivos políticos en el primer debate como el proyecto Samper; o si va a ser finalmente aceptado por amplio debate como la exitosa reforma de 2003.Le puede interesar: ¿Qué es la ingeniería electoral?Bienvenidas entonces estas propuestas de reformas políticas, aunque algunos hubiéramos preferido que surgieran como producto de un gran diálogo nacional como el que sugerí en mi libro. Pero aún sin ese requisito, un tanto idealista, pueden ser acertadas, llegar a ser aprobadas y modernizar la política colombiana. ¿Cómo lo sabremos? No hay que ser futurólogo. Aplique estas reglas básicas usted mismo y juzgue, sin dejarse influir por medios ni redes sociales, más allá de que le den una información clara para hacer este estudio. En síntesis, no importa tanto su contenido por ahora sino tener claro cuál fue el proceso intelectual que dio lugar a la elaboración de estos proyectos, y saber si sobre los temas delicados que afectan la participación política y el juego de poder, hay o no consensos logrados previamente, no solo a nivel académico y experto, sino también entre los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil que se ocupan de estos asuntos.
El día de ayer me anunciaron que soy uno de los finalistas para la terna a magistrado de la Corte Constitucional, y me han vuelto a preguntar muchos a qué se debe esa aspiración y si es un viejo sueño o un nuevo reto, y por qué me considero preparado para el cargo. Quiero contestar esas preguntas en esta columna sobre las Democracias, de este periódico EL MUNDO, que me ha acompañado por tantos años en mi trabajo como constitucionalista y politólogo.Lea también: Fórmulas mágicas en lo electoralHe dicho sin pudor que me he preparado toda la vida para el cargo de magistrado de la Corte Constitucional, aunque no tenía idea de que así era.Ni cuando a los 14 años devoré los 12 tomos de la Historia del Mundo de Salvat, que era el Google de la época, vendido puerta a puerta.Ni cuando a los 16 me obsesioné por la filosofía de la obediencia política, leyendo a los grandes autores sobre el tema, desde Platón hasta Freud.Ni incluso cuando a los 18 decidí aterrizar esas filosofías en preguntas concretas sobre el orden político y constitucional, y me hice monitor de ello en mi facultad de derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.Ni siquiera cuando rechacé las primeras ofertas laborales que por mis buenas notas tuve al graduarme de abogado y me fui a España a especializarme en el más importante instituto de Derecho Constitucional del mundo hispanohablante.Tampoco todavía cuando haciendo mi doctorado sobre evoluciones democráticas en la Complutense decidí hacer mi tesis sobre las reformas constitucionales en Colombia.Y mucho menos cuando caído el muro de Berlín decidí entender la historia política y el surgimiento de las democracias visitando todas las democracias del mudo, y algunas autocracias. De las primeras sólo me faltan algunas pocas que están en islas y de las segundas unas 40, algunas de las cuales están en guerra.Les aseguro que yo no estaba pensando en la Corte Constitucional como objetivo, cuando ya siendo abogado en ejercicio en España, miembro del Colegio de Abogados y empleado de un bufete, además de profesor honorífico en la Complutense, decidí volver a Colombia para ayudar a desarrollar la Constitución del 91 cuyo proceso y aprobación me había perdido.Tampoco cuando al regreso rechacé ofertas en empresas privadas y más bien acepté ser el director fundador de la segunda carrera de ciencia política que se fundaba en Colombia y profesor de Teoría del Estado en los posgrados de Derecho Constitucional de casi todas las facultades de derecho importantes en Colombia.Ni aún cuando fui contratado a los 29 años primero por el Ministro del Interior de la época y luego por el presidente de la República para asesorar comisiones de Reforma Constitucional y para elaborar proyectos de acto legislativo que fueron presentados al Congreso.Les quiero insistir en que si bien yo elegí este camino no elegí la meta hasta hace muy poco, y que no tuve el sueño temprano de esta magistratura a la cual aspiro hoy.Además, soy consciente de que depende de un factor externo a mí, la decisión del Consejo de Estado y de los demás electores en el Congreso, comprobar si estos cuarenta años de preparación en Derecho Constitucional y Ciencia Política, como investigador asesor deben ser puestos ahora al servicio de la modernización del país en la Corte Constitucional.En lo que sí quisiera enfatizar es que con ese proceso de aprendizaje estoy agradecido porque obtuve todas las becas posibles y las más altas notas existentes, el casi total de honores que se podía conceder, los más altos cargos académicos y distinciones por investigación a las que me propuse. Les aseguro a mis lectores que no lo hice por competitividad sino por simple hábito del deber, el mismo que por extrapolación imprimiré en esta labor, si los electores me conceden la posibilidad de poner todo esto al servicio de mi país.Lea también: ¿Qué es la ingeniería electoral?Por eso quiero finalizar diciendo que a pesar de esa obsesión por hacer las cosas bien, no aspiro al cargo como un merecimiento sino como un deber, por haber tenido el privilegio de estudiar al tope en universidades privadas pagadas por mi familia en Colombia y en públicas con becas en España, y por agradecimiento a la sociedad por haberme dado la posibilidad de dedicarme al estudio de la Política y del Derecho Constitucional como principal actividad laboral para sostener a mi familia, además de haber podido publicar tantos libros y artículos sobre estos y otros temas en un mundo tan competido en ese sentido.
Los partidos hay que observarlos, estudiarlos, y no solo despreciarlos como hace la mayoría, incluso en la academia, como si algo que a uno le parece feo no existiera por ese motivo. Si no se estudian no hay manera de proponer normas para su mejoramiento (por eso hablamos de partidos y reforma electoral en mi grupo de estudios), ni cómo sugerirles cambios, sabiendo que de ellos depende la democracia en muchos sentidos, aunque tantos les escupan a la cara, absurdamente.Lea también: La muerte de los partidosPor eso el jueves 25 a las 9 de la mañana por la plataforma meet: https://meet.google.com/ori-fazf-khzestaremos haciendo el lanzamiento de nuestro Obsrevatorio de partidos y reforma electoral por parte del Grupo de investigación de partidos y reformas electorales de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, que dirijo desde su fundación en el siglo pasado, y que cumplió 20 años de funcionamiento ininterrumpido hace poco, con una docena de libros publicados y varios centenares de artículos y ponencias.Pero, ¿por qué seguimos estudiando esto en lo que ya nadie cree? Pues porque existen y cuentan, sencillamente. Ahora están proliferando artículos sobre la agonía de los partidos y la fatiga de las democracias, con motivo de los estallidos sociales del año pasado e incluso de los más recientes. Pero yo realmente creo que son los estudiosos de los partidos los que están fatigados y no estas organizaciones ni las democracias.Y es que las personas que durante décadas defendieron el estudio de los partidos desde la Ciencia Política contra una lluvia infinita de flechas estilo vikingo provenientes de muchas direcciones, ya están al parecer, como decimos en Medellín, “mamados”, y van en retirada.Es verdad que siguen publicando a un ritmo importante muchos interesantes libros y van con magníficas ponencias a los congresos de Ciencia Política. Pero después de tantos años de ocuparse de la parte más atacada del asunto democrático, no se les ve el mismo ánimo de siempre.Personas que antes insistían en la necesidad de institucionalizarlos (un término complejo que significa que no sean como efímeros más o menos), ahora dicen que eso es lo de menos, como les dijeron sus críticos a ellos por más de 30 años.Grupos de estudio que dejaron su juventud en las lides de la medición politológica de los partidos, la cual siguen haciendo, ya están como contaminados por las críticas de siempre de que no se debe defender a los indefendibles, y con mucha timidez hablan hoy, pero de manera un tanto vergonzante, de los conceptos de fragmentación (exceso de partidos que genera teóricamente gobernabilidad) o de volatilidad (mucho cambio en las votaciones que también afecta la eficacia supuestamente).Yo realmente no tengo claro si también debo bajarme de este bus, como están haciendo tantos, a mi parecer para mejorar el aplausómetro de los auditorios y las redes, que engrandece a los hipercríticos y desprecia a los serenos propositivos.Creo que no lo voy a hacer porque lo que me llevó a ellos fue mi interés desde que era estudiante de Derecho por entender la dinámica política en la que la Democracia Constitucional puede perfeccionarse, y no una simple curiosidad pasajera.Pero tampoco lo haré porque luego, como estudiante de especialización en Derecho Constitucional, y de doctorado en Ciencia Política, y como profesor e investigador, me obsesioné nuevamente por comprender las complejas relaciones entre las normas constitucionales y los actores colectivos más visibles de las democracias.Sigo pensando que la reforma normativa constitucional de tipo electoral, orientada especialmente a los partidos, puede mejorar las democracias, y que los estudiosos debemos investigar normas y partidos simultáneamente para proponer alternativas, aunque no nos hagan caso los propios partidos ni los legisladores, según se dice, o la galería no nos aplauda.Afortunadamente en 30 años los estudios, libros, carreras, congresos en estos temas se multiplicaron de manera impresionante, y los pocos que estábamos en eso, por lo menos en Colombia, dejamos de sentirnos solos y vimos con alegría que las nuevas generaciones hasta nos fueron “corriendo la silla”.Pero lo que está pasando ahora es terrible, y no quiero meterle la culpa ni a las redes ni al paso de los años sobre los cuerpos y mentes de quienes nos dedicamos a esto. Realmente no sé qué pasó. Yo veo es como si los gladiadores solitarios de antes entregaran las armas justo cuando el león ya está dormido, para animar a los asistentes al circo romano de la descuartización verbal de las democracias. Y es inaudito porque en este siglo ya todo el continente europeo es democrático, casi toda América y Oceanía, y hasta lugares impensables antes en África y Asia.Por eso quiero felicitar a los estudiantes ahora egresados: Felipe Cortés, Isaac Morales y Carolina Mariño, por este observatorio coordinado enteramente por ellos aunque bajo mi dirección. Hay que ver el tono sereno con el que hablan de los partidos como en otros tiempos, sin agregarle aclaraciones críticas para ganar vítores como se acostumbra hoy en día.Y ese observatorio a partir de mañana estará disponible, para el público en general y no solo para los expertos, en Internet, pero únicamente de manera digital, y no por la pandemia, sino porque esto jóvenes son de un ecologismo tal que me obligaron a renunciar a parte del presupuesto (pequeñísimo con el que se hizo esto, por cierto), para no contaminar con papel sin ser necesario.Le puede interesar: Ciencia política en la nueva políticaViendo su esfuerzo y sus resultados, quizá descubro que también estoy un poco cansado así no quiera reconocerlo, y aunque no me haya vuelto un escéptico antipartidos a la moda, tal vez sea hora de volver a mis preocupaciones iniciales de tipo más jurídico-constitucional y dejarles a ellos esta pesada carga, como hacían los viejos con los jóvenes en las procesiones de Semana Santa. Pero si me llego a bajar del bus, espero no hacerlo como quien deja una religión por un repentino ataque agnóstico, tal como está sucediendo, creo yo, con muchos de los que siempre defendieron a los partidos en la academia y en los medios. Este OBSERVATARIO, es una muestra de ello. ¡ Espero!
He defendido las bondades de la virtualidad académica en mis columnas y en mi canal de You Tube: Canal de David Roll. Política para Extraterrestres, que justamente creé para difundir miniconferencias que complementen las clases virtuales en vivo.https://www.youtube.com/channel/UCCyToknz5_kuDmmI68Eiohg,También he expresado en uno de esos videos que la interacción exitosa es posible con una conjunción de tecnología, voluntad de reinvención de los profesores y buena disposición anímica de los alumnos: Como Enseñar Ciencia Política en Tiempos de Pandemia.https://www.youtube.com/watch?v=KuexORV4eJE&t=355s.Y mis estudiantes de posgrado, en un video que elaboraron para mi canal con motivo del día del profesor, insistieron igualmente en que bien manejadas las clases por estas vías pueden ser muy satisfactorias: La virtualidad Vista Desde los Estudiantes.https://www.youtube.com/watch?v=ymFvn-Xbr6E.Yo personalmente estoy maravillado de ver, como si se tratase de una película de ficción, que puedo teletransportarme a las cien casas de mis estudiantes de este año para explicarles unos conceptos complejos en vivo, come en la “Dimensión Desconocida” de mi infancia.Le puede interesar: La enseñanza virtual es un aprendizaje en equipoY no deja de asombrarme que puedo interactuar con ellos frente a frente a través de preguntas y respuestas viendo sus caras, y hasta ponerles mis diapositivas en la pantalla. Esto, además de cantidad de posibilidades de interacción grupal a distancia que aún estoy descubriendo.Incluso puedo hacerles varios tipos de evaluación, con metodologías virtuales propuestas por ellos mismos, que hasta el momento parecen exitosas, aunque estamos en ensayo-error todavía, con mínimas quejas pero no nulas.Cuando empecé a ser profesor universitario hace varias décadas, no podía imaginar que yo podría dar clases a través de una especie de televisor con comunicación de ida y vuelta, en una cosa llamada el computador portátil, y que los estudiantes las podrían ver en un teléfono que parece un borrador de tablero con botoncitos.Menos aún que podía ser dueño de mi propio canal de “televisión”, el de You Tube, para que mis estudiantes pudieran ver las charlas complementarias a las virtuales que yo subo a él. Y quien podría haber imaginado que además lo podrían hacer a la hora que quieran muy fácilmente, sin pagar yo ni ellos nada, salvo lo que ya previamente se había invertido para tener un equipo y una conexión a internet.Al principio del confinamiento, sin embargo, se planteaba en varios medios y redes que la virtualidad educativa era una nueva forma de exclusión social y hasta se promovieron paros virtuales.Pero estrictamente en el mundo universitario, ni incluso en el de la universidad pública en la que me muevo, hasta donde he podido percibir, no se ha dado tal situación más allá de unos pocos casos perfectamente manejables.Por lo menos en mi caso y en el de muchos colegas que lo expresaron en chats colectivos y redes, sucedió todo lo contrario: se reportaba una asistencia casi total y en muchos casos mayor que la presencial habitual, con permanencia además de la mayoría y muestras de asistencia real continua.Algunos decían que estábamos pensando con el deseo, pero pronto las encuestas hechas por las propias universidades públicas decían lo mismo: la gran mayoría de los estudiantes estaban llegando a las clases virtuales activamente.Al parecer, el gran temor de que muchos no tuvieran un computador o un teléfono inteligente o buen acceso a internet no se cumplió, aunque seguía siendo claro que sí había unos pocos casos en esa situación.Y empezamos a tener noticias de que tanto universidades como profesores y empresas o personas particulares se movilizaron para reducir esos casos de no accesibilidad a la educación virtual universitaria a cifras muy pequeñas estadísticamente.Todo ello, aunque es evidente que ciertas carreras requieren presencialidad en algún porcentaje de sus clases, que de ninguna manera puede ser reemplazado por las más sofisticadas plataformas virtuales, como algunas de medicina y artes, por ejemplo.A raíz tanto de que el acceso a la virtualidad no era universal y de esas limitaciones obvias de una parte la enseñanza universitaria que requería ser presencial, a la educación virtual de emergencia durante el confinamiento le llovió artillería desde muchas colinas.Para empezar se prohibió usar el término virtual y hasta las máximas autoridades educativas se cuidaron mucho de aclarar que una cosa son las clases por internet y otra la educación virtual, vista como el conjunto de sofisticadas técnicas de educación no presencial que han venido utilizando las universidades a distancia.Por otra parte, reaparecieron los autonombrados profetas de la justicia social para decir que debido a esa no universalización de la virtualidad académica universitaria, se estaba creando una nueva forma de discriminación y de exclusión del conocimiento contra las clases menos favorecidas.Algunos estudiantes (sé de un caso solamente y en una sola asignatura de una universidad pública fuera de Bogotá), también pescaron en río revuelto y promovieron paros virtuales cuando se aproximaban las evaluaciones, alegando imposibilidad física de un buen número de acceso a la virtualidad (lo cual se comprobó no era cierta).Pero también hubo profesores (sé de una carrera solamente y en una universidad pública fuera de Colombia), que se negaron a dar clases virtuales por considerarlas absurdas, y en lugar de ello bombardearon a sus estudiantes con PDFs y encargos titánicos que ni ellos mismos podrían haber asumido, y lo hicieron en el peor momento del confinamiento.La cuestión es que si miramos cada uno de estos y otros ataques que se le hacen a esta opción temporal de educación universitaria, no tienen asidero en argumentos reales, y más bien en algunos casos parecen oportunismo personal y estrategia política para otros fines. O simple ignorancia.Pero veamos antes el primero de los más serios de esos argumentos: el no acceso universal a la virtualidad, porque no todo el mundo tiene un buen computador o un teléfono inteligente ni disponibilidad de conectarse al internet de manera fácil, barata y ágil.En el caso estrictamente universitario, del que estamos hablando, eso resultó una falacia, al juzgar por las encuestas que se hicieron en las universidades tanto públicas y privadas, y cuando se integren los estudios con seguridad mostraran un cubrimiento casi universal.Fue realmente una sorpresa para casi todos los de cierta edad como yo, por lo menos en las grandes ciudades pero no solo en ellas, que prácticamente toda la población estudiantil universitaria, incluso en universidades públicas, ya era virtual por decisión propia y tenían los aparatos necesarios, así como un acceso a internet básico por lo menos.A decir verdad fue más difícil en muchas ocasiones para nosotros, los viejos y no tan viejos profesores, actualizarnos durante el confinamiento al modo de vida virtual en el que ya estaban los jóvenes estudiantes, ya inmersos en esa nueva forma de comunicación imparable sin presencia física.Yo mismo confesé recientemente en otra columna de este periódico, La enseñanza virtual es un trabajo en equipo, que habiendo aprendido a “escribir a máquina” en una escuela de secretarias con las pesadas IBM de entonces, mi paso a la virtualidad académica durante este encierro, había requerido de muchas ayudas externas y esfuerzos personales.De hecho, y como han señalado profesores en todo el mundo y sobre todo en Colombia, es verdad que nuestro trabajo se triplicó, al mismo tiempo que el gobierno nos bajó el sueldo a algunos, vía impositiva, y fuimos nosotros los que asumimos los gastos de la adaptación virtual contratando asesores, comprando equipos y ampliando el acceso a internet.Pero ese es otro debate que no tiene que ver con los estudiantes, quienes son finalmente nuestro principal objetivo. O dicho de otra manera, ellos son nuestros cliente y ellos deben ser atendidos lo mejor que se pueda en cualquier circunstancia, bien sea que paguen sus padres, ellos o el Estado por sus estudios.Yo personalmente creo que ese era el tipo de sacrificio que en una situación de emergencia se le pedía al gremio al cual pertenezco y lo asumí plenamente.Pienso que, así como se han entregado a la causa de la sobrevivencia de la sociedad no solo médicos y policías sino infinidad de personas de todos los oficios, también los profesores debíamos hacer nuestro mejor aporte desde casa, y creo que lo hemos hecho de manera muy generalizada con la virtualidad académica.Pero también considero que en algún momento se nos deberá reconocer el sobretrabajo y el sobregasto, aliviarnos la carga un poco, y compensarnos de alguna manera.Sobre todo pienso que, por lo menos, no debían imponernos más exigencias que excedan nuestros contratos, como la ingeniosa idea que circula por ahí de que dividamos en tres los cursos grandes y les impartamos clases presenciales separadamente el próximo semestre, y en escenarios de dudosa bioseguridad.En síntesis, es verdad que fue necesario, hasta donde yo conozco por lo menos, ayudar a tener acceso a la virtualidad académica a una muy pequeña minoría de estudiantes que, por diferentes circunstancias tanto geográficas como económicas y hasta personales, se estaban quedando con un acceso restringido a las clases virtuales.Sin embargo y como ya señalé, es un hecho que tanto entidades públicas y privadas y personas espontáneas repartieron tablets, tarjetas de acceso a internet e hicieron otro tipo de estrategias para garantizar que esa minoría se redujera prácticamente a un número no mayor de estudiantes al que usualmente no asiste a clase por diferentes motivos.Por eso creo que la pregunta que nos debemos hacer sobre este no universal acceso (en el ámbito universitario insisto), que es una realidad indiscutible, es si el porcentaje es realmente significativo en comparación con la asistencia habitual a las aulas en tiempos normales.Mejor dicho, es muy probable que descubramos con estudios adecuados, que los estudiantes universitarios, tanto en universidades públicas como en privadas, asisten mayoritariamente a las clases, son evaluados de manera acertada y están contentos con las clases virtuales.La segunda crítica es más difícil de combatir, y hacer referencia al hecho de que educar es más que dictar unos contenidos y que en varias carreras por decirlo de alguna manera: “la cara del santo es la que hace el milagro”.La cuestión es que puede ser cierto que la virtualidad es más compleja que abrir una plataforma, hablar con micrófono y cámara, conversar con algunos y hacer un examen virtual por otra plataforma, y otras pocas acciones.Pero la respuesta es que la virtualidad académica universitaria no solo no es nueva, sino que en Colombia, en los últimos 5 años sobre todo, estaba alcanzando unas dimensiones de cambio de paradigma para el futuro, como se dijo repetidamente el año pasado:(https://www.elespectador.com/noticias/educacion/una-educacion-cada-vez-menos-fisica-articulo-735695 ).No tiene sentido por todo lo dicho retornar el semestre entrante abruptamente a la presencialidad en las universidades sin hacer un análisis adecuado de cómo está funcionando la educación virtual en este tiempo de emergencia y un balance de ventajas y desventajas.Pero no solo por el peligro que puede representar todavía este año, como es mi caso, el riesgo de reunir a mis 70 estudiantes de pregrado en el salón histórico habitual, a mis 30 de electiva en el saloncito de siempre que era una oficina, o a mis 10 de posgrado en una mesa de junta como estábamos haciendo antes del confinamiento.También hay que ver, por lo menos a corto y mediano plazo, y para la mayoría de las carreras (por supuesto no para las asignaturas que requieren presencialidad), cuáles pueden ser los beneficios adicionales de prolongar la virtualidad un poco más y pensar si se puede volver parte de la estrategia educativa en el futuro, combinada con las clases presenciales claro está.Adicionalmente habría que analizar cuánto dinero se ahorra un estudiante de pocos ingresos si no se desplaza todos los días a la universidad sino la mitad o menos del tiempo original, mejorando su nivel de vida y capacidad de compra, eso sí, sin dejar de recibir sus subsidios.Pero además, se podría investigar cuanto tiempo adicional tendría para estudiar más e incluso para comenzar a tener prácticas laborales, ayudar a la comunidad y la familia u otras actividades culturales o deportivas. Esto se puede hacer restando, del total de tiempo desde que sale de la casa y regresa, el número de horas que realmente estuvo en clase, y seguramente dará la cuenta entre tres y cuatro horas en las grandes ciudades.Valdría la pena igualmente que se mida el impacto ambiental positivo de esa no presencialidad parcial, y que se estudie la posibilidad de ampliar a partir de ello el cupo universitario a algunos de los muchos que no pudieron acceder a la educación pública superior en parte por limitaciones de espacio.Creo que la universidad virtual llegó para quedarse, por lo menos en el ámbito público en el que no hay que justificar matrículas a veces exorbitantes con música clásica en los parqueaderos.Lea también: ¿Debe hacerse una reforma política durante la covid-19?Estoy hablando por supuesto de una virtualidad parcial, quiza mitad y mitad en las carreras que sea posible, y puesta en marcha de una manera estratégica y planificada, diferente a la que tuvimos que vivir y aun estamos experimentando en esta emergencia.Finalmente, considero que por lo menos en el resto del año debería mantenerse la situación actual por lo menos en las universidades públicas en las que la asistencia virtual ha sido más que mayoritaria, no solo por los peligros de salud por todos conocidos, sino porqué además así se puede porque así podemos ir profundizando en el aprendizaje y construcción de este nuevo modelo de vida y de enseñanza.
¿Cómo convertir un viejo maestro de la era de los libros en un profesor virtual en dos meses de confinamiento?Le puede interesar: El optimismo político afortunado de la Generación XEn mi caso no fue fácil, porque yo no usaba portátil y mi computador principal no tenía cámara ni micrófono, pues es un clon viejo.Además de eso soy miope y astigmático, por lo qué no podría usar mi teléfono para las clases salvo ocasionalmente, ni con ayuda de mis tres gafas de diferente graduación.Para completar, mis horarios de clase coincidían con los de mi esposa, quien también es profesora universitaria, y no vivimos en una casa sino en apartamento, lo que dificulta clase simultaneas, además de que no teníamos aparatos adecuados para ello.Y por si fuera poco mi hijo aún en bachillerato tenía las clases a la misma hora, y cierta dificultad previa para adaptarse a aulas no presenciales.Adicionalmente yo era el típico –no geek- (no aficionado a la tecnología), que había desertado del Facebook rápidamente y nunca me había podido acostumbrar al Twitter.Aunque con dificultad había montado unas paginas Web para mis grupos de investigación, se me habían expirado y se volvieron irrecuperables por algún truco empresarial que no entendí.Además, aunque no era de los que pensaba que Instagram era una sopa de preparación instantánea, sí era de los que pronunciaba el nombre de esta red con tilde en la última a, y no dejaba que mis hijos subieran fotos mías ahí.Y como todo cincuentero, era también de esos que golpea la pantalla del celular con la uña del dedo índice, porque que aprendió a “escribir a maquina” en la “escuela Rémington de Comercio” de Medellín (“que tarde o temprano usted visitara”), en las pesadas IBM y sus inoprimibles letras a y ñ del dedo pequeño.El lector se preguntará entonces como es que dadas esas circunstancias en el transcurso de dos meses mi esposa y yo hemos dado las clases con entera regularidad y satisfacción plena de casi todos los estudiantes, y de los jefes.También querrán saber como hemos podido hacer evaluaciones sin que por el momento hayamos tenido protestas, más allá de las de uno u otro alumno despistado que llego tarde a la fiesta virtual.Estoy seguro de que también quisieran que les explicáramos de que manera mi hijo ahora atiende sus clases regularmente y sus exámenes sin mayores problemas y sin mayores ayudas de nuestra parte.Le puede interesar: ¿Cómo sabemos si las medidas contra la covid-19 son las adecuadas?Pero sobre todo imagino que tienen curiosidad de como fue posible que un viejo profesor de la era de los libros haya podido crear en dos meses un canal de You Tube para complementar sus clases, con más de cincuenta viedos subidos, cada uno con un escenario y una propuesta de comunicación diferente, sin tener estudio ni equipos y menos financiación externa.Pues la respuesta la encontrará en varios videos recientes de mi canal de You Tube: https://www.youtube.com/channel/UCCyToknz5_kuDmmI68Eiohg/Pero quiero adelantarles que fue gracias a la ayuda espontánea de muchas personas, y es por eso que la enseñanza virtual no es una aventura solitaria sino un trabajo en equipo.
Hace menos de un año publiqué un libro cuyo nombre es: ¡Reforma política ya! Por ello muchas personas creen que yo estaría de acuerdo con hacer reformas políticas en estos momentos, pero no es así. Como he dicho reiteradamente en este y otros medios, considero que en tiempos de crisis no se debe hacer mudanza, según decía el fundador de los jesuitas: San Ignacio de Loyola.Lea también: ¿Debe hundirse la reforma política?Pero también es cierto que ello no significa descuidar el debate como dije recientemente en mi canal de YouTube: David Roll, POLITICA para extraterrestres. En él explico cómo llevo más de 1/4 de siglo escribiendo sobre la reforma política, dando clases sobre ella y asesorando instituciones públicas en ese tema, por lo cual es evidente que yo sí creo en la necesidad de reformas políticas para mejorar la gobernabilidad democrática.Por supuesto habrá que hacer algunos cambios en estos tiempos difíciles, pero de carácter transitorio y sobre todo para afrontar los obstáculos que supone la pandemia. Pero no creo que es momento de modificar el sistema electoral, ni mucho menos el ordenamiento territorial de manera radical.Lo que sí aplaudo son los esfuerzos que se están haciendo en las altas cortes, en la Registraduría, en las universidades, etc. Hay muchos líderes y muchas personas trabajando en la reforma del código electoral, en ir pensando una mejor reforma política para obtener mayor legitimidad y otras cuestiones similares.Lo que quiero significar es que esos procesos no se deben frenar, pero tampoco acelerarlos por motivo de la crisis de salud y económica.El mensaje final que he expresado en mi canal de YouTube es mi gran conclusión en esta columna: la coyuntura debe servir para que se revivan los debates, se continúen los procesos de análisis de reforma, se descongelen los diálogos intelectuales y políticos en torno a estos temas, pero siempre con la precaución de no promover pequeños golpes de estado sin la debida deliberación colectiva en torno a un tema.Me preguntan mucho en los medios si la relaciones entre los gobernadores y los alcaldes deben modificarse constitucionalmente, y la respuesta mía ha sido que por ahora no. Recientemente en la emisora de la Universidad Nacional expresé en este sentido que, por supuesto, nuestro ordenamiento territorial debe repensarse y que la descentralización que iniciamos en el 91 necesita una reestructuración, pero que en la actual coyuntura lo que debemos hacer es regirnos por lo que dice la Constitución y lo que ordenan las leyes.Lo invitamos a leer: Fórmulas mágicas en lo electoralEn síntesis, y como explico en el video que aquí anexo, la reforma política es necesaria, pero debe ser un proceso de decantación deliberativa muy serio, sin afanes imprudentes, pero tampoco con dilataciones permanentes.Ver el video en: https://youtu.be/RJcLd_y2GEI@DavidRollVel
Cada uno de nosotros recibe un mínimo de diez mensajes diarios en los que alguien opina sobre las medidas tomadas en cada país sobre la pandemia, y en los noticieros abundan las críticas en todas las geografías del planeta, lo que desconcierta a la mayoría.Lea también: La opinión de un politólogo, TRUST, TRUST, TRUSTEn mi canal de You Tube, y en su línea Política para Extraterrestres, intenté resolver esta situación en un video para quien está angustiado también con esta situación de incertidumbre que se suma a todas las demás dudas que tenemos:Vea el canal aquí: En él, básicamente lo que digo es que la ciencia política ya nos ha dado instrumentos para entender las decisiones políticas y que no podemos olvidarnos de esas ayudas. Esto sobre todo para no dejarnos mangonear de los opinadores, muchos de los cuales son serios, pero un gran número también auténticos ideólogos aprovechándose de la tragedia,y a veces ignorantes crasos con ínfulas científicas. Este es el método que propongo para que cada uno califique:En primero lugar, hay que reconocer que quien debe tomar las decisiones es el que la Constitución dijo que debía hacerlo, llámese presidente o alcalde, obviamente con los respectivos controles institucionales y mediada la democracia deliberativa necesaria en nuestros modernos sistemas políticos (o sea, escuchar a expertos, comunicadores y ciudadanos).Pero dicho esto, no queda claro si lo están haciendo bien o no, y ahí es donde cada uno puede opinar sin límites y a veces de manera irresponsable. Por eso considero que debe recurrirse a las fórmulas que utiliza la ciencia política para medir una política pública, y que cualquier ciudadano puede intentar su propia conclusión sin tragar entero lo que le dicen en redes y medios no siempre neutrales.Los autores nos dicen que el paso inicial es determinar si la autoridad reaccionó rápidamente al problema. Mire cada líder de este país y de otros y póngale 0 si reaccionó tarde o 5 si fue rápido, o una nota en el medio. Actuar es lo primero en políticas públicas y actuar pronto.Luego mire si las medidas tomadas eran en ese momento objetivamente eficaces, con independencia de los resultados, aunque estos son una pista para medir también lo adecuado que fue una política. Es decir, pregúntese si lo que decidió un presidente o una alcaldesa o un gobernador era lo que tocaba hacer en el momento. No se concentre en lo que pasó después sino en si esa persona además de actuar rápido hizo lo que debía hacer, lo adecuado.Para medir lo anterior se debe mirar lo que dicen las normas, lo que establecen los protocolos nacionales e internacionales y lo que para esa época decían los expertos sobre el asunto. Las emergencias desbordan a veces los protocolos y el conocimiento de los expertos como en este caso, pero no es culpa de nadie, ni de los expertos ni de los políticos. Para dar un ejemplo, en Armenia el protocolo de terremotos decía que los bomberos debían hacer esto y aquello, pero lo primero que se cayó fue la estación de bomberos y entonces había que acudir a otros protocolos o hacer lo sensato si estos no lo decían.Todo esto es para decir, y no quiero defender ni a Duque, ni a Trump, ni a Claudia ni a Bolsonaro o a Sánchez, sino pedir objetividad al juzgar sus políticas públicas anticoronavirus, incluso de manera comparativa. Mejor dicho, como decimos en Medellín, no nos podemos olvidar de que “si uno supiera por donde se va a caer pasaba arrodillado”. Pero entonces, ¿cómo lo medimos? Dirá usted.Le puede interesar: ¿Quién debe tomar las decisiones en un país?En derecho no se puede exigir lo imposible a nadie, pero en política se acostumbra hacerlo y es injusto. No se puede adivinar, no es una obligación. El gobernante debe actuar rápido, consultar protocolos, consultar expertos y actuar, como decimos en derecho de personas “como un buen padre de familia”. En síntesis, Debemos ver si el gobernante hizo lo que parecía adecuado en ese momento y no lo que después resultó que debía ser lo adecuadoEn este examen unos se queman y otros se salvan. Pero yo no les voy a decir mi opinión. Tomen la fórmula que les doy proveniente de varios autores y aplíquenla ustedes mismos. Luego vean los mensajes en redes y decidan si el que juzga esas políticas lo hace con la sensatez que les he explicado o no.
Todo el mundo tiene el derecho hoy de decir lo que quiera en las redes y reenviar sin límite y cada cual verá qué abre o lee. Y aunque esto está causando mucha confusión, no me atrevería a llamar la atención a nadie por eso.Especialmente los contenidos de entretenimiento o educativos son válidos siempre. Yo mismo creé un canal de YouTube para difundir conferencias propias de mi especialidad que no son de opinión sobre la crisis, y consejos de viajes light para entretener a quienes les llegan o los abren en esta cuarentena. https://www.youtube.com/watch?v=y3HJbQ01SIc&feature=youtu.bePero es un dilema muy grande en una situación como la actual saber cuándo comunicar opiniones del tema de la crisis en particular a los demás, o transmitir datos que consideras valiosos. Aunque ahí tampoco me atrevo a regañar a nadie.Lea también: ¿Nuevos tiempos en el mundo democrático?Sin embargo, cuando tienes acceso a expresarte en medios de comunicación la cosa varia, especialmente si tienes una audiencia mínima, mediana o grande. He pensado mucho en eso y se me ocurrió el siguiente instructivo, que yo mismo he aplicado.Primero: Si uno es una persona que habitualmente escribe en medios es normal que siga expresándose en sus columnas habituales o cuando lo entrevistan en temas relacionados con la crisis. No debe uno frenar eso porque hay una responsabilidad previamente aceptada, pero tampoco tiene sentido extralimitarse en esas colaboraciones habituales, porque hay saturación actualmente y no se debe abusar de ese acceso privilegiado. Igual si acostumbras reenviar estos contenidos a tus contactos, creo que debes seguir haciéndolo normalmente, sin ampliarlo más allá de ciertas proporciones.Segundo: Dicho lo anterior, creo que uno solo debe escribir de lo que es experto en relación con la crisis y no de todos los temas, en los que hay especialistas mucho mejor preparados. El médico que hable de salud, el politólogo de políticas públicas, etc.Tercero: ¿Qué pasa si a uno le llega una información que uno cree fehacientemente que es vital, aunque uno no sea experto? Considero que el primer paso es utilizar los contactos posibles para que esa información llegue a los tomadores de políticas públicas, y mejor que sean estos el presidente, ministros, gobernadores o alcaldes en lugar de mandos medios, antes de publicar nada y menos mandarlo por redes.Cuarto: Si uno ve que no llegaron o no se les está haciendo caso porque no se están tomando esas medidas urgentes y eso ahondará la crisis, tampoco creo que tenga sentido divulgarlo en tus escritos públicos, a menos que seas un muy reconocido comunicador, cuya palabra realmente va a incidir en la toma de esas decisiones. Esto porque crearás pánico sin lograr nada y darás material para peleas entre políticos y líderes ideológicos, que frenarán las decisiones en vez de impulsarlas.Quinto:Creo que las autoridades electas y particularmente el ejecutivo en cada país son quienes deben tomar decisiones, manteniendo los diálogos obligatorios con otros poderes que cada Constitución establezca en momentos de crisis. En este sentido no considero que ni siquiera un experto deba sugerir desobedecer un decreto a sus lectores, sino más bien comunicar a las autoridades cuando una medida es ineficaz, contradictoria o insuficiente, hasta donde le sea posible hacerlo. Y si decide expresarlo deberá ir a más y no a menos, es decir, sugerir a los lectores obedecer lo ordenado y si lo considera oportuno ir aun más allá de ello si al experto le parece necesario, mientras que no contraríe lo decretado expresamente. Es decir, pedir que sean más cuidadosos aun de lo que exige el Gobierno, por ejemplo, pero no menos. No es práctico ni legitimo autonombrarse profeta, y aunque en las redes es inevitable en los medios hay una ética específica que lo hace no recomendable.Sexto: “En tiempos de crisis no hacer mudanzas”. Considero que, aunque consideres como experto por ejemplo que las relaciones entre el gobierno central y los electos gobernadores y alcaldes deben revisarse porque no están siendo útiles o justas en el combate de la crisis, no creo que debas alentar a los lectores a ponerse de un lado o de otro. Sobre todo, debes dejar en claro que el ordenamiento territorial aprobado es el vigente y que, en tiempos de crisis, como decía San Ignacio, no se hacen cambios. Hay que invitar al diálogo si hay grietas, pero no insinuar que cada departamento, ciudad grande o municipio actúe autónomamente excediendo lo que dice la Constitución comos si fuera la Edad Media, ni tampoco que se le quiten algunas de las atribuciones que se le dan a las autoridades regionales y el ordenamiento permite en tiempos de crisis.En síntesis, en estos momentos hay una palabra clave en ciencias políticas, que se usa mucho en inglés, la cual en tiempos normales hace gobernable una democracia y en tiempos de emergencia como el actual puede ayudar a salvarla: TRUST, TRUST, TRUST (Confianza, confianza, confianza). Es decir, hay que confiar en nuestro ordenamiento legítimamente constituido, en los líderes elegidos, y sobre todo en la capacidad de diálogo cuando hay discrepancias entre ellos y con los expertos o la sociedad en su conjunto.Le puede interesar: ¿A quién le toca armar el nuevo modelo?Señores lectores y personas con acceso a medios de comunicación: En síntesis, como politólogo sé que, aunque no lo parezca, en políticas públicas la información dirigida al gobierno debe ser enviada estratégicamente, en lugar de causar preocupaciones innecesarias en los demás lanzando gritos al aire a la opinión pública, especialmente en tiempos de crisis. Es decir, a veces menos es más y este puedes ser uno de esos casos.