La democracia no es solo votar. Hay más formas de participar que, además, conllevan valores
En el mundo no nos hemos ocupado de la democracia como debe ser. Permitimos dentro de ella todo tipo de juegos sucios, perpetuaciones, nepotismos, mesianismos, populismos, clientelismos y corrupción. Nos creímos el cuento de que era infalible. No. La democracia es frágil. Hay que cuidarla y nutrirla con el abono adecuado.
Casos como los de Brasil, EE. UU., Filipinas, Hungría, Polonia, Rusia y Turquía demuestran que la democracia puede llevar en su vientre su propio germen de destrucción que la carcome. La democracia es un sistema de gobierno, si se quiere un mecanismo, compuesto no solo por su fachada sino por un engranaje interno sofisticado y lubricado por ideas, principios y valores.
La democracia responde a toda una ideología marcada por la igualdad, la libertad y la solidaridad entre otros principios universales. Pero se prenden las alertas en el mundo: Poco a poco, país a país, perdemos la democracia.
¿Por qué? En primer lugar, nos acostumbramos a ver solo su cascarón, es decir, sus formas externas, incluso parcialmente. Creemos que solo se trata de ir cada cierto tiempo a votar por unas personas y así no es. La democracia tiene muchas otras manifestaciones y las elecciones son solo una de ellas. Nos contentamos con esa formalidad parcial.
La democracia no es solo votar. Hay más formas de participar que, además, conllevan valores como la libertad de expresión, la igualdad ante las leyes, la solidaridad para con los vulnerables, la posibilidad de movilidad social mediante la educación y empleos dignos, y la justicia imparcial e integra. Este es el segundo motivo por el cual se secan las democracias: Permitimos que succionaran sus principios, no solo necesarios para la dignidad de todos los ciudadanos, sino para mantener la misma democracia. Por eso son el lubricante de esa gran máquina compleja.
Se habla de reinventar la democracia y se culpa a las redes sociales. No. La misma democracia que tanto hemos pensado durante muchos años, sobre la que tanto se ha escrito, es aún válida, pero le perdimos la esencia y la ruta. La abandonamos a su inercia. La dejamos vaciar poco a poco para convertirla solo en una manera de buscar y conservar el poder. Olvidamos que es un sistema de gobierno, una forma de ver el mundo y un medio de buscar el desarrollo humano integral.
Días antes del triunfo de Bolsonaro, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos expresó: “Es una situación muy grave porque en Brasil se juega el futuro de la democracia en el mundo, es decir, la forma de convivencia social en la que todos somos libres e iguales".
Inquieta mucho. Y por favor, no se trata de izquierdas o derechas. Son los fanatismos, corrupciones y negligencias propios de todas las orillas. Es la pérdida de los valores mencionados que se encierran en dos palabras: Humanismo y dignidad. Y esa pérdida no es exclusiva de izquierdas o derechas. En nombre de ambas se han cometido y cometen atroces atropellos. Intentan una apariencia ideológica para cometer en su nombre todo tipo de exabruptos. La historia y la actualidad están ahí.
Paulo Sotero, director del Instituto Brasil del Centro Wilson (Washington) explicó qué significa para Brasil y la región la elección de Bolsonaro y los motivos que llevaron al fracaso de Lula y de su candidato Fernando Haddad (El Tiempo, 28-10-18). La corrupción en la izquierda le hizo un grave daño a la democracia en Brasil. Y agregó que “antes de la primera vuelta sabíamos que de los candidatos a la presidencia, el único que no tendría posibilidades de derrotar a Bolsonaro en el balotaje sería Haddad. Geraldo Alckmin, Ciro Gomes y hasta la misma ecologista Marina Silva tal vez tenían más posibilidades de derrotar al candidato de derecha. Primer grave error”.
Sucedió en Colombia en la pasada primera vuelta presidencial. Los ciudadanos escogieron los dos extremos cuando las encuestas daban como ganador en segunda vuelta a quien representaba un país hastiado de polarizaciones y odios.
Las personas como Bolsonaro solo miran hacia el espejo. Ahí comienza uno de los más graves problemas que corroen la democracia: Líderes políticos y ciudadanos que solo ven el mundo como ellos son. Que excluyen, cuando no es que abominan, los diferentes en ideas, razas, territorios, religiones, clases sociales o géneros. Y resulta que este planeta y sus países son de todos y para todos. Aquí estamos: Diversos pero humanos; distintos pero dignos; diferentes pero con los mismos derechos.