La agónica dictadura de Venezuela y la exhausta satrapía cubanas pueden intentarlo todo para permanecer en el poder.
Los colombianos creíamos agotada nuestra capacidad de asombro, pero esta semana dos acontecimientos probaron que estábamos equivocados: uno, el traslado de Seuxis Hernández, alias Santrich o Trichi, a una fundación de la iglesia católica, a pedido de la Conferencia Episcopal y la oficina de la ONU en Colombia, desde el hospital donde se le atendía por una huelga de hambre realizada para evitar su extradición por narcotráfico a pedido del gobierno de los Estados Unidos; el otro, la denuncia del complot para asesinar al expresidente Uribe y al candidato Duque.
Aunque las maniobras de los responsables de la oficina de la ONU en el país y de una pequeña parte del clero eran conocidas en relación con la protección de los criminales de las Farc, acordada por estos y el gobierno de Santos, incluso yendo más allá de lo acordado, ahora la complicidad raya con la perfidia. Que Santos viole la ley y sus propios acuerdos para mantener la impunidad de la Farc, es el pan de cada día. Que diga que fue un pedido de la iglesia, es otra de sus marrullas; pero que ésta afirme que fue un pedido de aquel, pero que no pretende torpedear la justicia, es una falta de respeto con millones de católicos, incluyendo prestantes sacerdotes.
Lo de los funcionarios de la Onu, simplemente confirma que no representan los intereses del pueblo colombiano ni los de sus víctimas, sino los de la Farc y las otras guerrillas, criminales de lesa humanidad y de guerra, y que desde hace tiempo han estado al lado de estas, como buenos representantes de la fronda burocrática internacional proclive a la extrema izquierda que se apoderó de los cargos de esa organización y que se paga con nuestros dineros.
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¿Cómo es posible que esas dos organizaciones contribuyan a que se viole la ley y se pisoteen los derechos de las víctimas, a nombre de una “acción humanitaria” que santrich y sus cómplices jamás tuvieron con los secuestrados, a quienes humillaron y ofendieron durante largos años? Que tampoco procede, porque se trata de un acto voluntario, en el que Hernández asume conscientemente todas sus consecuencias, con la pretensión de presionar a las autoridades y al país. Y que justifican falazmente, como queda claro en la explicación que le dieron al director del Inpec, quien dice que, en la Fundación, “según lo expuesto por los solicitantes se le podrían brindar las condiciones más acordes a su estado de salud física y emocional”, como si se le pudiese atender mejor sus requerimientos de salud en un albergue que en un hospital.
La consecuencia atroz de toda esta maniobra es que los criminales reafirman su convicción de que tienen atrapado al gobierno colombiano, que pueden seguir delinquiendo porque nada les pasará, todavía ahora, mientras los colombianos, especialmente, los jóvenes, reciben el mensaje de que ser delincuente paga, si se tiene el suficiente poder de fuego o de amenaza para amedrentar a las autoridades. Y toman nota del trato desigual que reciben los victimarios en detrimento de las víctimas y del imperio de la ley.
Los atentados contra Uribe y Duque son la alternativa de una alianza siniestra para desestabilizar el país y evitar el triunfo del segundo el próximo 27 de mayo. Los indicios apuntan a que hay elementos de los gobiernos de Cuba y Venezuela, junto con narcotraficantes colombianos, en el complot. Todos saben que unos y otros están extremadamente interesados en que la oposición colombiana no llegue al poder. La agónica dictadura de Venezuela y la exhausta satrapía cubanas pueden intentarlo todo para permanecer en el poder, saben que un triunfo de Duque cerrará el círculo que los aprieta en Latinoamérica y el mundo. Y los narcos, que se les acabará el negocio.
Santos, condena de palabra a Maduro, pero le da respiración artificial: recibe, porque no puede hacer otra cosa, a centenares de miles de venezolanos, quitándole de encima una carga al dictador, pero sin tomar medidas de fondo para socorrerlos. En los organismos internaciones critica a Venezuela, pero se opone a medidas drásticas que obliguen a Maduro a salir del poder. A su vez, éste ofrece su territorio para que los del Eln y la versión armada de las Farc acampen allí luego de delinquir aquí y allá, convirtiéndolos en una fuerza de choque contra el pueblo patriota; y de paso, trafican con estas guerrillas y otros grupos colombianos en el negocio de las drogas.
Los cubanos son expertos en servicios de contrainteligencia, a través del G2, que entrena a la Sebin venezolana. Con el G2 mantienen férreo control del gobierno de Maduro y aspiran a extender su domino a Colombia, como una medida de supervivencia: sin Venezuela están perdidos y sin la complicidad del gobierno colombiano esta dictadura no sobrevivirá mucho tiempo. Y con un presidente colombiano afín ideológicamente, o al menos, indiferente a la suerte de nuestros vecinos, cubanos y venezolanos habrán superado una crisis que los lleva al colapso, y los narcos de todos los pelambres mantendrían su floreciente negocio.
Con Duque, ese juego perverso se acabaría, por lo que la solución radical sería causar una hecatombe política en Colombia, al estilo de la que se produjo con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, asesinando a Uribe o a Duque. Ello llevaría al aplazamiento indefinido de las elecciones, a la pérdida del candidato eventualmente triunfador y a un desenlace político inimaginable, salvo el hecho de que habrían eliminado la amenaza a largo plazo.
Todo esto parece política ficción, pero no lo es. En la lucha por el poder, cierta gente es peor de lo que parece. Y en Colombia se está jugando el futuro de personas muy malas que no tienen escrúpulos y que harán lo que sea, si se les permite, con tal de conseguir sus objetivos. Duque y Uribe deben cuidarse, su círculo de seguridad debe revisarse y los ciudadanos tenemos que permanecer vigilantes y exigir al gobierno de Santos que cumpla con su deber de preservarles la vida. Hasta ahora, ha pasado de agache y no les ha dado ninguna respuesta a los colombianos. Porque si es cierta lo del atentado, y tiene trazas de serlo, las medidas diplomáticas y de denuncia ante la comunidad internacional no pueden esperar.
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Y una última observación: ¿ven cómo lo de Santrich y el posible atentado tiene como hilo conductor el narcotráfico y la desigualdad ante la ley a favor de los criminales?