Una semana de controversias para Donald Trump con su habitual estilo de gobernar, pensando más en ser protagonista víctima de sus palabras. Lo que dice ya nadie lo toma en serio. Las amenazas, el arma preferida de negociación, ya no producen temor pues como ha pasado en varias oportunidades termina echando reversa. La cumbre política que celebraba los 70 años de la OTAN se convirtió en el hazmerreir de sus colegas, una muestra clara de que su liderazgo ha perdido credibilidad y vigencia. La Alianza Atlántica atraviesa uno de sus peores momentos por la soberbia del presidente norteamericano amagando con su retiro, pues considera que la Alianza es obsoleta y exigiendo un mayor aporte de los socios (algo en lo que tiene razón).

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Internamente, enfrenta un proceso de destitución que, aunque no va a ninguna parte, los hechos han demostrado hasta la saciedad el abuso de poder y la obstrucción a la justicia afectando a Ucrania en su guerra con Rusia, léase Vladimir Putin, el principal enemigo de las democracias. Lamentablemente, Trump cuenta con el respaldo irrestricto de los republicanos, una bancada arrodillada y temerosa de confrontar las verdades y evidencias presentadas en la Cámara de Representantes. Quien se atreva a disentir termina en el Gulag.

Los demócratas inician el impeachment convencidos de que su contraparte entendería las razones y tal como ocurrió con Nixon una buena parte de legisladores se sumaría a la causa. Entraron a un tiroteo armados de cuchillos. Los tiempos han cambiado y ahora la supervivencia política supera el honor a servir con independencia. Ciertamente, los demócratas insisten en que Trump es un abusador en serie del poder como lo ha demostrado una y otra vez, siendo la obligación del legislativo evitar que esta secuencia se repita en el tiempo.

Hoy es solicitar la ayuda de Ucrania para buscar presuntos hechos de corrupción de un contrincante en la campaña (Joe Biden) para beneficio personal y mañana aliarse con hackers extranjeros y torcer los resultados electorales mediante una guerra cibernética. Trump ha mostrado con sus acciones de lo que es capaz. No es sino mencionar apenas algunas de los delitos que de lejos son motivo de destitución: violación a la ley que prohíbe recibir ingresos producto de sus negocios particulares (el Hotel Trump en la capital). Violar las leyes electorales pagando por el silencio en el caso de la prostituta Stormy Daniels. Arriesgar la libertad de expresión llamando a la prensa ‘’enemigos del pueblo’’ y fomentar el odio racial atacando a sus críticos que han servido de testigos en las deposiciones del congreso.

Desafortunadamente, las acusaciones no han caído en terreno fértil para causar un impacto decisivo en un público tan dividido como su clase política. Quizás el electorado se acostumbró a los desmanes del presidente o esta hastiado de la politiquería de Washington. Cuando llegue el momento del juicio en el Senado luego de la votación a favor en la Cámara, los republicanos rechazarán la destitución por temor a la base que apoya a Trump. Entonces este último saldrá a cantar victoria sosteniendo, como lo ha hecho siempre, que todo fue una farsa y montaje de los demócratas.

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Y Trump llegará vivo a noviembre de 2020 listo a enfrentar quien sabe a quién el día de elecciones, nada de raro triunfante para ahora si hacer cuanto le venga en gana. Que viva la democracia trumpiana.