La policía es una institución esencial para cualquier sociedad y debe evolucionar conforme evolucionan las sociedades.
Es hora de que la Policía de Colombia tenga un cambio estructural y profundo. No solo urge de cara al nuevo orden social ocasionado y develado por la pandemia, sino que causas recientes demuestran esa necesidad, tales como el cambio en el panorama nacional de orden público ante la desmovilización de las Farc y la errada respuesta ante las marchas de finales del 2019, entre otros aspectos de diversa índole no menos importantes.
La policía es una institución esencial para cualquier sociedad y debe evolucionar conforme evolucionan las sociedades. Una institución que no se adapte a los variables ritmos sociales empieza a chocar con los ciudadanos y sus organizaciones, incluso con el mismo Estado y sus entidades de todo tipo y ámbitos territoriales.
La actual crisis social provocada por la pandemia ha demostrado la importancia de la policía. Todos hemos visto como los agentes se han vuelto protagonistas en las calles y demás lugares públicos, son la voz, los oídos y las manos del Estado para afrontar directamente las crisis. Pero debe ser una voz calmada y una mano amiga. Los contenidos y el tono que el presidente, los ministros y los altos mandos de la fuerza pública manifiestan en sus alocuciones frente a los medios, deben manifestarse en las acciones de los agentes de policía en las calles. Cada agente de policía es la cara y la voz del Estado y una omisión, una errada actuación y un exceso suyos son todo el gobierno y todo el Estado equivocándose.
Lo primero es acentuar y agilizar más la desmilitarización de la institución policial hasta terminarla. Incluso, en épocas de mayor intensidad del conflicto con las Farc, varios abogábamos por sacar hasta donde fuera posible a la policía de la lucha activa armada contra esa y las demás guerrillas. El combate contra la insurgencia bélica no es misión policial, es competencia exclusiva de las fuerzas militares.
La respuesta está en la policía comunitaria que ya ha funcionado y funciona pero casi como excepción. Sin detrimento -jamás- de su misión de luchar con firmeza contra la delincuencia común, toda la policía debe ser comunitaria y la doctrina policial debe migrar completamente hacia allí. Esto implica una formación y una acción totalmente volcadas hacia la comunidad con toda la precisión y fortaleza social que el concepto comunidad implica: Un policía servidor del ciudadano, informador, colaborador y, en general, facilitador de la vida en sociedad con tendencia siempre a ayudar a satisfacer necesidades. Un agente de policía que no tenga vocación de servicio no puede ser agente de policía.
También y a la par debe darse un cambio en la actitud del ciudadano frente al policía: romper ese círculo vicioso de que los ciudadanos tratamos mal a los policías porque estos nos tratan mal
Esto, por supuesto, implica un cambio en la formación desde los aspectos mínimos hasta los más profundos. Idiomas, buen uso del lenguaje, preparación mínima en salud, conocimiento detallado e inteligente de tos territorios donde actúa cada agente, relaciones humanas, derechos humanos, educación en diversidad de género y en medioambiente, comprensión etaria, actualización constante en el mundo cultural, normatividad jurídica y otras materias más que enriquecen y amplían la mente de cada policial. Buscar una formación integral es clave. La cultura general es fundamental en una persona que debe interactuar constantemente con los ciudadanos autóctonos y pasajeros, amplía los diálogos como generadores de confianza mutua. Incluso, pensar en que a mediano plazo todos los policías sean como mínimo profesionales en algún pregrado. Sé que hoy hay esfuerzos en ese sentido, pero son muy insuficientes y no se traducen en la calle.
Un policía que nos indique cualquier dirección, un policía que nos pueda dar primeros auxilios básicos, un policía que medie en conflictos ciudadanos simples, un policía que nos informe las normas locales y nacionales y que no solo las haga cumplir, un policía que nos recomiende rutas y lugares, un policía que nos aconseje, un policía educador que nos enseñe conductas sociales, en fin, sí, un policía “todero” que nos facilite la vida cotidiana.
Y claro: Para tener un mejor policía en todos los aspectos se necesitan dos cosas claves: Primero, que sea muy bien remunerado (como debe ser) y, segundo, que los ciudadanos miren con el mayor respeto a cada policía. Que ser policía sea una de las ocupaciones más dignas y respetables de la sociedad. Es que, también y a la par, debe darse un cambio en la actitud del ciudadano frente al policía: romper ese círculo vicioso de que los ciudadanos tratamos mal a los policías porque estos nos tratan mal. Cultura, tolerancia, no prevención y buen trato.
Otro aspecto fundamental es un mayor cuidado en la alimentación sana e integral de los agentes, en servicios de salud y, en especial, mejorar los lugares de dormitorio y estancia de los agentes cuando por razón del servicio no duermen en sus casas. Que sean aposentos dignos del funcionario más importante y abnegado que debe tener la sociedad.
Hoy más que nunca debe volverse al policía de barrio, al policía de la cuadra si se quiere. Hay detractores de este concepto por ciertos lazos que se van formando en el tiempo entre el policía y algunos ciudadanos, pero esos lazos no tienen por qué ser perversos. Por el contrario, pueden y deben ser benéficos. La formación sí que es fundamental acá.
La transformación del fondo también requiere un cambio formal que es fundamental porque refleja hacia la comunidad esas nuevas doctrina y formación. Por ejemplo, cambiar totalmente el verde de los uniformes por un nuevo color que no aluda a lo militar. También propongo algo que levanta mucha controversia en nuestro país del sagrado corazón y de “patria te adoro en mi silencio mudo”: Cambiar el lema de “Dios y Patria” por uno más inclusivo, actual y comprensivo.