Intento despertarme de este sueño dentro del sueño, pero no lo consigo
En la madrugada del 23 de noviembre tuve una pesadilla Walking Dead. Soñé que como en la serie de zombis o muertos vivientes mis vecinos en Bogotá se armaban con palos y pistolas para combatir una turba imbatible que supuestamente se aproximaba a la urbanización en la que vivo. Soñé que, como los personajes de ese drama, ninguno de ellos se sentía ya protegido por el Estado sino por unas débiles redes de solidaridad improvisadas en esa noche. En mi pesadilla eso me creaba gran angustia, porque siendo politólogo sabía que a la larga sin esa coraza jurídica estábamos perdidos. Como toda obsesión nocturna, veía también absurdas imágenes televisivas muy vívidas de muertos vivientes destruyendo estaciones de buses y acorralando policías, tumbando puertas de supermercados y otras barbaridades. Para mayor martirio Morfeo se burlaba de mí mostrándome otras escenas en las que, mientras esto pasaba en unas partes de la ciudad, en otras, miles de personas seguían marchando, o protestando con ollas, de manera festiva y en estricto sentido pacífica, pero diciendo algunos ingenuamente ante la televisión que así se apaciguaría la violencia. Los sueños en la posmodernidad son sofisticados, y mientras miraba a los vecinos listos para destruir a los zombis desde la parte interior de la reja, con palos de escoba sin punta, otra película pasaba frenéticamente en mi mente enloquecida por la macabra pesadilla. En ella bailaban decenas de whatsapps y twitters con los más absurdos contenidos. En algunos de esos mensajes mis amigos de derecha me regañaban porque yo había escrito en una columna que existe una izquierda moderada, y me acusaban por no denunciar en prensa una conspiración internacional al más puro estilo de película post apocalíptica, que supuestamente era evidente a cualquier ojo atento. En otros mensajes personas progresistas del centro a la izquierda, algunos de los cuales provenían de personas amigas o que admiro o aprecio, inferían de las protestas pacíficas y de los desmanes conclusiones extrañas. Varias de ellas me parecía que incluso no resistirían la prueba del análisis lógico de un niño de primaria. La locura onírica además me traía videos de personas de diversas ideologías, que hablaban en mensajes de Twitter haciendo afirmaciones absurdas dignas del Guasón, y hasta con la risa nerviosa del personaje. Cuando desperté, tras el sueño nada reparador posterior a la vigilia de la resistencia anti zombi, a la que me sumé como vigilante atento cuando ya todos se habían ido a dormir, descubrí con tristeza que lo único falso de esa pesadilla eran los zombis. Pero me di cuenta de que todo lo demás era cierto: ¡Que sí se destruyeron bienes públicos y privados con enloquecida alegría! ¡Que la gente salió armada a sus portales pensando que el Estado ya no podría defenderlos! ¡Que muchas personas sensatas de todos los colores políticos dijeron incoherencias como en una epidemia zombi mental! ¡Y que algunos de ellos lo hicieron con gran autoridad y aire de sabiduría como en reunión de locos en la hora del recreo, o con el frenético entusiasmo de brujas en aquelarre! Intento despertarme de este sueño dentro del sueño, pero no lo consigo.