En esta o en cualquier otra forma de diálogo social, se necesita un norte, una estrategia que distinga los intereses de los ciudadanos de los de aquellos que los utilizan, y una posición suficientemente fuerte para que la gente vea que hay gobierno
En la columna anterior advertí que el país podría terminar en caos generado por la acción de los partidos revolucionarios, que infiltran las organizaciones sociales y políticas de todo tipo y crean, además ejércitos irregulares y grupos de choque controlados absolutamente con ellos, de manera que puedan coordinar simultáneamente acciones pacíficas y violentas a través de células que cumplen el papel que se les ha asignado.
Como señalé, era lo que ocurriría con el paro nacional, convocado por dirigentes de organizaciones sindicales, estudiantiles, etc., algunos de los cuales probablemente militan en partidos revolucionarios y coordinan sus acciones en este y otros movimientos, con los grupos de choque y de sabotaje.
Este tipo de organización desvirtúa el legítimo derecho a protestar que tienen miles de personas de buena fe que buscan defender sus intereses y terminan siendo manipulados y convertidos en rehenes de los disturbios que generan los que manejan los hilos reales. Para estos, los objetivos-algunos razonables, otros, difusos amplios (para que cualquiera se pueda identificar con ellos) y muchos basados en falsa información situación- del paro sólo son la excusa para generar el caos generalizado con la esperanza de crear una situación prerrevolucionaria que termine en el asalto al poder.
Y si no ¿cómo se explica que en fracción de segundos aparezcan encapuchados que vandalizan todo lo que pueden, provocan y golpean a las fuerzas del orden, que amarradas a protocolos de actuación en esta clase de situaciones terminan siendo saco de boxeo y blanco de agresiones, muchas de las cuales son mortales? Es evidente que hay una organización sofisticada, que requiere de gente entrenada y coordinada que utiliza incluso bandas de delincuentes comunes, a las que estimulan en su accionar vandálico, que actúa para sembrar el pillaje, saquear tiendas de todo tipo, casas y conjuntos residenciales y aplican tácticas de repliegue y reagrupamiento, con motos y bicicletas que dan soporte a los que están delinquiendo, y que se mantienen en el tiempo, no sólo en el lapso de un día sino de dos o más, según requieran las tácticas y las estrategias de los máximos y, algunos de ellos, ocultos dirigentes de esos partidos? Hasta los cacerolazos probablemente fueron planeados inicialmente como apoyo al paro por parte de los organizadores que salieron a reclamar esa acción. Afortunadamente, su control se les escapó de las manos: mucha gente protestó contra las secuelas violentas del paro a pesar de que lo apoyaran, pero, también hubo otros que sólo intentaban manifestar su protesta contra este y su rechazo a la violencia generalizada que amenazaba su vida y tranquilidad y la exigencia al gobierno de que frenara estos actos. En los dos casos, la condena a los excesos es un aire fresco.
Ahora bien, lo que comienza a insinuarse, como segundo paso estratégico, es crear organizaciones de base de grupos de vecinos, campesinos, indígenas, afrocolombianos, desempleados, obreros, empleados, jubilados, etc., estudiantes que se autoconviertan en poder constituyente autogestionario, que desconozcan el gobierno legítimo, elegido por más de diez millones de votos, y proclamen un estado distinto y en contravía de la democracia que hoy nos rige. Ese es el llamado que hace Petro cuando convoca a la prolongación del paro para construir cabildos de ciudadanos que se autodeterminen.
Eso, exactamente fue lo que permitió a Lenin y a su minúsculo partido bolchevique, asaltar y derrocar al gobierno democrático de Kerensky bajo la consigna de todo el poder a los soviets, es decir a esas organizaciones embrionarias, que constituirían el estado, que, precisamente, se llamó Unión Soviética. Y todo con la estrategia que Mao Tsetung sintetizó muy bien en el aforismo según el cual solo se necesita una chispa para incendiar la pradera. Piensen ustedes en un caos generalizado que somete al pueblo a situaciones de terror y desabastecimiento, que lo lleven a aceptar cualquier salida, particularmente, la revolucionaria, que fue la que lo llevó a esa situación, con el argumento de que sólo ellos pueden garantizar la paz y la estabilidad, sin caer en la cuenta de que una vez en manos de esas organizaciones, se acabará la autodeterminación, serán sometidos a la dictadura de un partido único, en la que las gentes tendrán una paz romana, es decir, la que da el sometimiento, el desabastecimiento generalizado y la hambruna, como ocurrió en la Unión Soviética, en China, y ahora en Cuba y Venezuela, que serán los aliados de la casta dirigente que irrumpe a sangre y fuego y que meterá a la cárcel o asesinará a los ciudadanos que hoy marchan en una la democracia que les garantiza el derecho a la protesta, cuando se rebelen contra la dictadura, como ocurrió y ocurre en los países mencionados.
Ahora bien, hemos llegado a la situación de estos días porque el gobierno de Duque, en su buena fe, ha contemporizado con esos dirigentes que, como se dice en el argot popular, le han medido el aceite, desde la noche misma de su elección. Duque ha cedido frente estos dirigentes que han apelado a la violencia y el chantaje. Algunas demandas, como dije, de los ciudadanos que apoyan el paro son legítimas -la inmensa mayoría son el resultado de ocho años de desgobierno de Santos- y hay que encontrarles una salida. Pero la manera de resolver esta situación es atendiendo sus reivindicaciones, esforzándose por aislar a sus manipuladores.
Duque siempre ha manifestado su deseo de llegar a acuerdos con los movimientos sociales, y eso está bien. Pero, una cosa es negociar con presión social civilizada, y otra, respondiendo a la violencia con concesiones que debilitan su propia capacidad negociadora y al estado de derecho.
Y la actitud actual del gobierno ante los desmanes de los provocadores ha sido inquietante. Duque ha rehusado tomar medidas que le permitirían retomar el control de la situación, como la conmoción interior, para que las medidas de contención pudiesen ser más eficaces. Tampoco ha señalado la responsabilidad de algunos promotores del paro, porque la teoría de que no tienen nada que ver con los desórdenes, no se sostiene, mínimo pues, en el mejor de los casos, han pecado por omisión. Una muestra de fortaleza, en los términos de la Constitución y de la Ley le permitiría enfrentar en mejores condiciones la solución de la crisis, porque mandaría el mensaje de que no se pueden asaltar impunemente las instituciones, lo que le transmitiría a la ciudadanía tranquilidad y la ansiada sensación de que hay gobierno.
Y eso es, precisamente lo que no está ocurriendo: el procurador ha citado a Duque y a los dirigentes de la protesta para que lleguen a acuerdos, usurpando los poderes del presidente. Duque mismo dijo el jueves que la ciudadanía había hablado y que él sabía escuchar, confundiendo a esta con la dirigencia y como si los que se expresaron en la calle hubiesen sido la mayoría de los colombianos, cuando el hecho es que marcharon unas trescientas mil personas en todo el país (frente a más del millón que marcaron contra las Farc en enero de 2008), mientras que él fue elegido, como ya se dijo, por más de diez millones de votos. Hay una mayoría silenciosa que tiene derecho a expresarse, porque una minoría, por respetable que sea, no puede imponer su visión política de manera antidemocrática. Y queda el punto de si una negociación con los dirigentes de la izquierda radical busca resolver los problemas de los que dicen representar, porque aquellos van dirigidos a cambiar el estado de derecho, mientras que los ciudadanos buscan resolver propios problemas.
El presidente citó el viernes a una “conversación nacional”. Es importante que lo haga con firmeza, usando la fuerza del estado contra los saboteadores, y manifestando en qué condiciones se realizará –expresamente, sin violencia- que sea inclusiva, es decir, que participen todos los sectores y matices sociales y no sólo los de la izquierda radical, cuáles son las líneas rojas –que no haya cogobierno ni cambio de la estructura del estado; cuál la agenda admisible y con qué limitaciones, y cuáles serán las consecuencias que son aceptables.
En esta o en cualquier otra forma de diálogo social, se necesita un norte, una estrategia que distinga los intereses de los ciudadanos de los de aquellos que los utilizan, y una posición suficientemente fuerte para que la gente vea que hay gobierno, que no están solos y la contraparte entienda que no puede apelar a la violencia, que no se está negociando la democracia, de manera que no sean un verdadero salto al vacío que le entregue todo el poder a los soviets, con el que sueña Petro.