Tanto desde mi vivencia siendo ambos adolescentes, como desde mi percepción social, yo siempre sentí a Tita como un dulce volcán.
Nos dejó Tita Maya.
¿Cómo nombrar a un ser de luz y creación tan prolífico? Maestra, música, compositora, pedagoga, productora, emprendedora, en fin. Tita era tanto que es imposible definirla. Solo me atrevo a expresar palabras que abarcaron -abarcan- su vida: niños, música, enseñanza, creatividad e ingenio, todo emanado de una gran sensibilidad social y, en especial, del corazón y del amor.
Es que todo lo que surja del corazón y el amor es inconmensurable. Tanto desde mi vivencia siendo ambos adolescentes, como desde mi percepción social, yo siempre sentí a Tita como un dulce volcán.
Un mar de fueguitos.
Miles de niños en Medellín y Colombia -miles hoy adultos en Medellín, Colombia y el mundo- presencialmente y por medio de sus obras y proyectos fueron forjados como músicos y como buenos seres humanos por Tita. Por Tita, con su ética y su estética, con su sonrisa -¡ay!, esa sonrisa-, todos iluminados por su luz poderosa capaz de esculpir acordes de vida en los corazones. Lo hizo.
Conocí a Tita hace mucho tiempo. Al principio... Quizás teníamos ella 18 y yo 20 años. Apenas aprendíamos a vivir de verdad, a enfrentar el mundo duro y ajeno. Empezábamos a sentir las contradicciones, las encrucijadas, la vida de afuera. A luchar ella con sus armas y yo con las mías. Fue poco tiempo pero intenso porque ambos siempre fuimos de corazón profundo y sensible cada uno en su cuento. Por ella y su obra siguen sintiendo y luchando su hija Lulú, sus hermanos Marthica, Raúl y Gabriel, sus compañeros de trabajo y sus alumnos que lo serán siempre.
Fue poco tiempo aquel tiempo en que compartimos camino y corazón, pero cuando uno abre la puerta de un ser humano tan así jamás se vuelve a cerrar, por fortuna y por años que pasen sin verlo. Compartimos momentos bellos de vida, del corazón, del riachuelo del amor cuando es más cristalino porque está más cerca del manantial. Y entonces el recuerdo se queda tierno para siempre… Ella siguió su camino y yo el mío. Vivimos nuestras vidas, sueños, alegrías y tristezas: vivimos. Sin embargo, yo le seguía la pista por sus obras y realizaciones. Escuchaba su música con mis hijos cuando eran niños y cantábamos sus canciones. Bueno, también era por mí: aún escucho música infantil, me limpia el alma.
Yo necesitaba escribir esta columna sobre Tita Maya, necesitaba contarles quién fue Tita Maya a quienes no lo sabían, necesitaba expresar todo lo que sentía y siento por esa mujer tierna y telúrica que tanto admiré y admiro. Sin embargo, en tan corto espacio no alcanzo a expresarlo todo. Solo pedacitos.
Me nació a las tres horas de su muerte: “¿Qué puede uno decir de tanta música y tanta alegría y tanta armonía esparcidas entre tanta gente? Tú sí que no pasaste en vano por este mundo, Tita; tú sí que dejaste una inmensa huella de vida imborrable, tú conocías el alma de la música que es más que notas y, además, supiste cómo enseñar ese dulce y hermoso misterio”.
Y la vida con sus cosas… Hace dos meses coincidimos en un lugar mágico frente al mar Caribe entre el bosque seco tropical. Estábamos en cabañas cercanas y la visité en mi último atardecer. Conversamos de todo, como recién aparecidos. Lo éramos. Conocí a su hija, la también maravillosa Lulú Vieria (Luisa, igual que mi hija). Recordamos, reímos, ¡me sentí tan bien! Pese a su salud estaba optimista y prometimos continuar viéndonos en Medellín. Me emocionó que su sonrisa fuera la misma, que su forma de hablar fuera la misma, que Tita fuera la misma de hacía tanto tiempo. Esa forma encantadora de pronunciar la letra ere…, ¡ay! Por fortuna se lo dije. La vida me ha enseñado a no dejar palabras pendientes.
Yo regresé antes a Medellín y le escribí: “¿Cómo has pasado? ¿Has descansado? Medellín está muy solo y muy azul. Anoche soñé contigo, no recuerdo qué, sólo episodios vagos en que estabas radiante”. Me contestó: “He descansado mucho, poco a poco recobro fuerzas. Qué bueno que sueñes conmigo, eso es señal para que no estés lejos, aunque te toque una época difícil…”. Luego, cuando venía en camino, me respondió un saludo breve: “…Ya llegando mañana. Nos vemos esta semana”.
No volvimos a vernos.
Tita se agravó y me pareció imprudente buscarla porque sabía que estaba muy indispuesta. Pero me regaló esos últimos sentimientos sobrevivientes al tiempo y a la distancia como poniendo con certeza la cereza final a nuestra amistad, dejándola torneada y horneada: infinita. ¡Esa era Tita!
Y recuerdo “El regreso”, de García Lorca: “Yo vuelvo / por mis alas. / ¡Dejadme volver! / ¡Quiero morirme siendo / amanecer! / ¡Quiero morirme siendo / ayer! / Yo vuelvo / por mis alas. / ¡Dejadme retornar! / Quiero morirme siendo / manantial. / Quiero morirme fuera / de la mar”.
https://www.youtube.com/watch?v=ovKmaYSRHvs