La incertidumbre que genera la volatilidad del precio del petróleo es la que lleva a que esos entendidos no acierten en sus proyecciones
Apenas corren los primeros días del año y son ya numerosos los conceptos, las opiniones y demás sobre lo que entendidos en la materia exponen en cuanto a cómo le irá a la economía colombiana en 2019. Una especie de resumen puede, entonces, hacerse ya sobre tan diversos puntos de vista.
En 2018, como se dice, se pelaron la mayoría de quienes apuntaron a un cierto valor de la TRM (Tasa Representativa del Mercado), esto es, del dólar a 31 de diciembre. Podría decirse que se quedaron, en su mayoría, cortos en sus estimaciones y da la impresión de que para 2019 se están cuidando más, apostando a una tasa de cambio de $3.900 por dólar y algo más para fin de año. La incertidumbre que genera la volatilidad del precio del petróleo es la que lleva a que esos entendidos no acierten en sus proyecciones, pero es que no veo que tengan en cuenta factores internos como el déficit en cuentas del Estado. Es decir, unas exportaciones que se mueven pesadamente y, si acaso, crecen, frente a un flujo grande de importaciones. El desbalance entre ingresos y gastos, pese a los recortes que se propone el Ejecutivo. La disminución en la llegada de inversión extranjera. En fin, son factores que hay que sopesar para poder apuntar con cierta precisión a una tasa de cambio factible a fin de año.
Expertos extranjeros y organismos internacionales también hacen sus predicciones y de ellas podría deducirse que el dólar, dentro de gran volatilidad, terminará este 2019 por encima de $4.000. Esto es bueno para quienes exportan, lo que hay que hacer ahora es ponerse en situación y emprender el ataque a los mercados externos, una vez las condiciones de quienes esa meta quieren alcanzar se hayan ajustado a calidad, productividad y cumplimiento.
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Las redes sociales son importantes frente a la libertad de expresión, pero a muchos que se valen de ellas les falta objetividad, comprobación y análisis antes de lanzar un mensaje al aire. Lo malo es que veo en algunos textos una torcida intención de desvirtuar la verdad, de decir lo que no es para causar alarma, desacreditar, crear inestabilidad. Un ejemplo de ello son algunos mensajes enviados hablando de “problemas” en HidroItuango y en seguida los boletines de EPM diciendo exactamente lo contrario. Un caso: un día determinado hubo un cambio de turno de los trabajadores en HidroItuango. Unos dejaban sus puestos para ir a descansar y luego llegaban quienes los reemplazarían. Pues eso dio origen a un mensaje por las redes diciendo que en la hidroeléctrica se había presentado una evacuación del personal. No debe abusarse de la gente que ya bastante tiene con noticias ciertas sobre asesinatos, robos, desfalcos, atracos, fleteos, corrupción, atentados. Hay ánimo de “primicia”, de no quedarse atrás, de crear malestar. Nada menos el pasado jueves hasta el capellán de la Escuela General Santander, en Bogotá, pidió a los que ponen fotos en las redes sociales que no divulgaran algunas realmente crudas y crueles sobre el carro bomba explotado allí. Muchos no tienen sentido de responsabilidad y es más el daño y el dolor que causan con su desbordado deseo de poner de todo, así, por ejemplo, familiares y amigos de las víctimas se vean más afectados en su pena.
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Hace un tiempo, los trabajadores aportaban un tercio de lo correspondiente a pensión al Instituto de Seguro Social -ISS-; el patrono aportaba otro tercio y el tercio restante lo ponía el Estado. Todo aquello lo manejaba el ISS, que tenía la doble función de sistema de salud y de pensiones, y se manejó muy mal, al punto que el Estado no ponía sus aportes y los otros dos tercios se malgastaron y no rendían. Claro, al reclamar pensiones la carga fue para el Estado porque hoy está respondiendo por lo mal que majó aquellos dineros y por lo que no puso en su momento. Entonces, a miles de pensionados hoy no se les puede echar en cara “lo que están costando” porque no ha sido culpa de ellos, sino de la ineficiencia y el mal manejo del Estado durante años y, menos, que a alguien se le ocurra ponerlos a tributar para “subsanar”, en ultimas, el desgreño estatal.