Soy una bala

Autor: Álvaro González Uribe
22 febrero de 2019 - 09:05 PM

Es falso que existan las tales balas perdidas en el sentido en que usan esa expresión.

No, quien escribe no es el “hombre bala”. Esta vez el columnista me prestó su espacio.

Sí, yo soy una bala. Una bala de verdad. Estoy siendo construida en una fábrica. En cualquier fábrica de cualquier país. Allí donde fabrican las armas de las que somos disparadas también nos fabrican a nosotras.

En su orden, los cinco países donde más nacemos son Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Alemania. A hoy puede variar el orden entre los más cercanos. Pero eso no importa. ¿Qué más da? Nos hacen en muchos más países, incluyendo en Colombia, tal como nos pueden ver en la página web de Indumil donde lucimos acicaladas y muy bonitas cuales brillantes y coloridos pintalabios y cómo no recordar a Rosario Tijeras.

¿Saben para qué nos fabrican a todas las balas? Para matar.

Lea también: El cielo puede esperar

Es como extraño, como una premonición: cuando me fabrican siento que tatúan en mi cuerpo un cuerpo vivo en el cual penetraré rauda. Tengo mi destino prefijado. Nazco para cumplir una misión sea cual fuere la intención de quien me fabrica, venda, compre o use. Es falso que existan las tales balas perdidas en el sentido en que usan esa expresión.

Bueno, sí nos podemos perder. Pero solo -un ejemplo- cuando por torpeza nos dejan caer y quedamos bajo una cama, una silla o donde sea y no nos encuentran. Cuando por cualquier causa nos ‘desplomamos’ antes de ser usadas o cuando no nos hallan por mucho que nos busquen. Ahí sí somos balas perdidas de verdad. Descuidados que son. O nos dejan por ahí “en un cajón… o en un rincón” y se olvidan de nosotras. Ahí sí nos perdemos porque nunca llegamos a un arma y, por tanto, a un ser vivo. ¡Qué desperdicio de vida la nuestra en esos casos!

Me puse a investigar en donde más fácil lo puedo hacer (soy sencilla, sin pretensiones intelectuales): Wikipedia, en “Bala (munición)”, dice más adelante en “expresiones relacionadas”: “Bala perdida o extraviada — Para el que la recibe en el cuerpo no parece que pueda estar perdida una bala ni tampoco el que la tiró debe usar ese adjetivo, como en son de queja al haberse perdido la bala... Es común la expresión fue una bala perdida, al hablar de un herido para indicar que estaba casi fuera de alcance...; en fin, una inoportunidad de la bala en ir a herirle o del herido en ir a ponerse en la trayectoria de la bala. El adjetivo es algo burlesco”.

Claro que es burlesco y, además, absurdo. Dice quien me prestó esta columna que según datos del Cerac el promedio anual de víctimas en Colombia por las tales balas perdidas es de 100 a 120 en los últimos años. En el 2016 fueron 187 víctimas; 130 en el 2017; y 101 (cifra preliminar) en el 2018. Hace dos semanas en solo dos días fueron tres víctimas, entre ellas el joven cantante Legarda.

La mayoría de estas tragedias pasan en enero y diciembre, y no por disparos al aire, como muchos creen. El gran porcentaje se origina en riñas familiares y de vecinos. También provienen de ataques sicariales. Cali, Barranquilla, Medellín, Bogotá y Cartagena -en ese orden- son las ciudades por donde más surcan las “balas perdidas”, muy por encima de los pequeños municipios y del campo.

Y añade González que muchas de las armas de las que con intención salen mis colegas “perdidas” son ilegales, pero de la mayoría no se sabe si son armas legales o ilegales. Y digo yo: ¿qué es peor?, ¿que haya tantas personas con armas legales que no están preparadas técnica ni emocionalmente para portarlas ni usarlas?, ¿o que tantas las lleven sin autorización sea para lo que sea? Es que son armas, somos balas, nos fabrican para matar gente.

¡Dios Marte!, ¡es tan fácil que ante una agresión así sea solo verbal, o que ante un leve asomo de peligro sea o no real, quien tenga un arma nos use en fracción de segundos y acabe con la vida de cualquiera! ¡Gloria al señor de los ejércitos!

Qué pena, es que soy una bala, nacida para matar. En Colombia me siento como pez en el agua o mejor, como ave en el aire. Dispuesta a penetrar en niños, adultos, fleteros, inocentes, famosos o anónimos que la prensa no llora. En Colombia me utilizan para matar por dinero, por saber o no saber, por odio, por dizque “intolerancia” que llaman, por poder o no poder y hasta por amor o desamor o simplemente por estar ahí atravesado usted. Sí, por estar usted en el lugar equivocado, por invadir mi ruta, ¿quién lo manda a ser tan imprudente?

Lo invitamos a leer: Alcaldes y criminalidad

No soy una empanada, ni un pintalabios ni un juguete. Soy una bala, me fabrican para matar.

Compartir Imprimir

Comentarios:


Destacados

Carlos Vives
Columnistas /

Para adelante y para atrás

El Mundo inaugura
Columnistas /

EL MUNDO fue la casa de la cultura de Medellín

Mabel Torres
Columnistas /

Firmas y responsabilidad

Guillermo Gaviria Echeverri
Columnistas /

La desaparición de EL MUNDO

Fundamundo
Columnistas /

Mi último “Vestigium”

Artículos relacionados

El control territorial de Medellín
Columnistas

El control territorial de Medellín

Esa frase del “reacomodamiento de las estructuras criminales” suena como a reacomodamiento de las placas tectónicas. Es decir, nada qué hacer.

Lo más leído

1
Columnistas /

¿Dulcecito o dulcesito?

El elemento que agregamos al final de una palabra para cambiar su sentido se llama sufijo… Este sufijo...
2
Religión /

Dos caminos alternativos simbolizados en la sal y la luz 

Hoy Jesús, en el evangelio de Mateo, nos presenta dos caminos alternativos simbolizados en la sal y la luz.
3
Política /

Novelón conservador  

Trujillo se desquitó de Gallón. El candidato conservador al Senado le arrebató el decisivo apoyo...
4
Columnistas /

Cinco cosas a favor y cinco en contra sobre el comunismo extinto

Los comunistas son tan enfáticos en su convicción que con la mayoría resulta imposible hacer un diálogo
5
Columnistas /

Fundamentalmente, contextualizar con precisión los vocablos

Guía para la expresión correcta en español
6
Columnistas /

Cómo expresar los años y los siglos

No es correcto decir: el año veinte veinte. La RAE recomienda la modalidad española: año dos mil veinte.