Qué lástima que nuestra bien amada y rica Colombia sea tan mal cuidada, tan mal administrada, tan mal defendida y tan mal querida tanto por los gobernantes como por los ciudadanos de turno.
Todos los fenómenos humanos corresponden y están signados por ciclos temporales, usualmente asociados al nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia y muerte, como paralelo con los seres vivos. Usted y yo, amable lector es muy posible que en veinte años o menos, ya no estemos en el planeta, y solo seremos recuerdo en el corto plazo, para algunos que nos hayan querido y por algunos acreedores.
Nuestra sociedad, en términos Republicanos, en 2019 cumplirá 200 años de Independencia y hoy estamos conviviendo con síntomas y realidades nada favorables, estando tan cerca de tan importante efemérides. Se supone que uno con casi doscientos años de vida como sociedad política, primero, se ha consolidado como sociedad, y segundo, ha logrado construir entre sus miembros, las condiciones necesarias para que hayan adquirido y ejercido la condición de ciudadanos. A la fecha, ninguna de las dos figuras se han podido consolidar.
En doscientos años hemos debido haber definido nuestro marco de actuación y unos objetivos generales que nos aglutinen. A hoy contamos con cerca de docena y media de Constituciones Políticas y no hemos podido formular un buen paquete de objetivos nacionales, lo cual es un exabrupto y una gran falta de responsabilidad. Se ha argumentado que la mayoría de los conflictos internos que hemos vivido y que se asocian a guerras civiles, han tenido que ver con la elección de los modelos centralistas o federalistas. A hoy, este tema no se ha resuelto, y para no ir más lejos, todos estamos violando un principio fundamental de la Constitución de 1991 como es la Descentralización, mientras en la realidad todos los días se asumen posturas más centralistas. Lo anterior es un proceso imperdonable e ilegal de involución.
A estas alturas de la historia humana y para nuestro caso, el tema de la propiedad y de la tenencia de la tierra es un tema conflictivo y vedado, y que hoy todavía genera permanentes muertes, violaciones a los derechos humanos y afectaciones al orden público. Cualquier proceso de paz que pase por encima de este asunto está y estará sentenciado al fracaso. Con dos centurias de recorrido, Colombia no cuenta con un modelo cierto de desarrollo económico, y peor aún, el simple tema del uso y destino del suelo está por definir y por implementar. Recordemos también que el tema del ordenamiento territorial apenas ha alcanzado real y efectivamente a muy pocos de los casi 1200 municipios y no nos hemos dado cuenta que también debe ampliarse a departamentos y al país como un todo.
El ejercicio serio y eficiente de la administración de los recursos públicos, brilla por su ausencia, en el momento de nuestra historia donde la corrupción ha alcanzado límites inimaginables y donde todavía no hemos podido garantizar el cumplimiento de las obligaciones constitucionales que protegen los derechos fundamentales de los ciudadanos, todos incumplidos al día de hoy, acompañado todo esto con el más alto nivel de desinstitucionalización del cual se tenga conocimiento.
El manejo ambiental del territorio no muestra sino desastres. La huella dejada por los colombianos en estos 200 años es imborrable por lo absurda e irresponsable. Hablar de movilidad social, de coexistencia pacífica, de justicia, de equidad y de no pobreza, son todas, en nuestro caso, solo palabras que no han madurado ni como ideas, ni como conceptos, lo cual demuestra la poca altura de nuestros gobernantes.
Lea también: Lea también: Asuntos ambientales
El manejo y ejercicio de nuestra soberanía ha sido cosa precaria, irresponsable y absurda, de lo cual dan evidencia los casi 300.000 kilómetros de territorio que hemos perdido hasta el presente, sin contar los casi 170.000 kilómetros que perdimos con Nicaragua y que están por oficializar, acompañado de la inclinación proclive a la subordinación y a la genuflexión con respecto a la potencia del norte.
Qué lástima que nuestra bien amada y rica Colombia sea tan mal cuidada, tan mal administrada, tan mal defendida y tan mal querida tanto por los gobernantes como por los ciudadanos de turno, con las normales excepciones propias de toda actividad humana, lo que lamentablemente se ha evidenciado cuando hemos estado cerca de ser declarados como Estado fallido.
Ya se acerca el Bicentenario de nuestra Independencia y vida Republicana, y antes de que comiencen los anuncios y las fiestas, debo reconocer que en mi caso, no veo ni encuentro motivos para celebrar. Esperemos que para los 300 años, en el Tricentenario en el 2119, los invitados a esa celebración quimérica sí tengan motivos reales para celebrar.
Por ahora, testarudamente, insisto en la necesidad de dotar a Medellín de un adecuado Centro de Espectáculos.
Además: Los centros de espectáculos