En la reciente historia de Colombia no hay antecedentes de un comienzo de gobierno más desafortunado que el que ha tenido el actual presidente de la República.
Pedregoso y culebrero el camino trasegado por el presidente Ivan Duque en estos “primeros cien días”, plazo caprichosamente fijado por algún NN para calibrar, en un efímero e incompleto balance, el proceder inicial de cualquier jefe del Estado.
En la reciente historia de Colombia no hay antecedentes de un comienzo de gobierno más desafortunado que el que ha tenido el actual presidente de la República, quien al contrario de sus antecesores no tendrá un buen recuerdo de ese lapso.
Con solo anotar que hasta nutrido fuego cruzado le ha llovido desde su propio campamento, se da una idea de lo difícil que le han resultado esos tradicionales tres meses y diez días que –por el contrario- quienes lo precedieron, pudieron mostrar optimistas entre luces y aplausos de la comunidad y de los medios.
El fuego amigo lo inició el gran vocero de la ultraderecha colombiana, Fernando Londoño, quien desde su incendiaria tribuna radial no tuvo empacho para endilgarle calificativos como “idiota”, “vanidoso” y “mentiroso”, a raíz de la presentación y previsible fracaso de su reforma tributaria, cuya almendra es gravar el 80% de los productos de la canasta familiar.
El asunto lo remató – y de qué manera – otra que no le va a la zaga cuando se trata de defender la ideología trasnochada de Londoño, la ahora senadora María Fernanda Cabal, pidiéndole o tal vez ordenándole a Duque relevar la cúpula militar, a la que tuvo el atrevimiento de calificar como “inservible”.
Preliminares nada promisorios para la que se adivinaba luna de miel sobre rieles, máxime con una colectividad fortalecida en senado y cámara que pintaba como inatajable aplanadora, pero que a la “Hora de la Verdad” quedó convertida en rodillo manual de apisonadora.
Aun rascándose los oídos ante los tamaños desafueros escuchados de quienes se dicen sus copartidarios, el jefe del Estado debió afrontar la andanada jurídico-política contra su ministro estrella, Alberto Carrasquilla, y soportar el desgaste que esto le significó y le significará en el futuro, enorme cuenta de cobro todavía sin saldar.
En la empedrada ruta que le ha tocado recorrer, vino su famosa prohibición de la dosis personal, cuyos resultados más mediáticos que efectivos – no obstante cifras que algunos de sus defensores citan sin comprobación alguna – ha quedado convertida en nada, a pesar de que en El Chicó y la 93, en Bogotá, o en El Poblado, en Medellín, no haya redadas y detenciones de los jíbaros e inhaladores de mejores estratos.
Entre aplausos, críticas, respuestas y demandas con la dosis personal en el centro del debate, Duque tuvo que sacar tiempo para ayudarle a sus “diplomáticos” a sacar la extremidad inferior, introducida hasta el fondo cuando se habló de Venezuela y de un enfrentamiento bélico con ella o de una incursión militar pactada con Brasil.
Se le vino enseguida el mundo encima - rectores, estudiantes, profesores y padres de familia – quienes todos a una, como en el conocido dicho – quieren cobrarle al actual mandatario el descuido, el olvido y la desatención que por cuenta de todos los gobiernos siempre ha soportado la educación en Colombia, en un agudo enfrentamiento que parece no va a tener solución en el corto plazo.
Con todo este panorama y muchas de sus principales iniciativas zozobrando en el congreso, no podía exigírsele a Duque un balance satisfactorio de sus primeros cien días, a pesar de haberle alcanzado para reunirse con Carlos Vives y Maluma, y volado más millas que cualquiera de sus antecesores en el mismo tiempo.
TWITERCITO: En todas las separaciones sus protagonistas también pueden jactarse de haber tenido noche de boda y luna de miel.