En el día del amor y la amistad ¿qué mejor presente que entregarle a la indignada y ansiosa población colombiana a alias “guacho”? Eso pudieron haber creído el presidente Duque y su ministro Botero.
La primera y más importante recomendación que un director o jefe de redacción hace a un periodista que se inicia, aunque venga laureado de cualquier universidad, es la de confirmar la noticia antes de divulgarla, aún a riesgo de quedar “chiviado”, como se dice en el argot periodístico.
Línea permanente e infranqueable de conducta que, en el caso a comentar, no tenían por qué saber ni se les puede exigir al presidente de la república Ivan Duque y mucho menos a su inoportuno ministro de defensa, Guillermo Botero.
Se habla de la pifia monumental que ambos tuvieron el sábado 15 de septiembre, día del amor y la amistad, cuando quien sabe si poseídos del llamado síndrome de la chiva, proclamaron a los cuatro vientos –primero el mandatario y luego su subalterno- que el peligroso disidente de las Farc, alias “guacho”, había sido herido y por lo tanto podía concluirse que era inminente su baja o captura.
Para contextualizar hay que recordar el secuestro de dos periodistas ecuatorianos y de su conductor el pasado mes de abril, trabajadores del diario El Comercio, de Quito, delito atribuido a la pandilla comandada por alias “guacho”, aparentemente hasta ese momento el más visible y peligroso de los disidentes de las Farc.
Desde el plagio de los reporteros Javier Ortega y Paul Rivas y de su compañero de faena, Efrain Segarra, fue creándose en el ámbito colectivo una imagen tenebrosa, poco menos que satánica de este sujeto encaletado en las impenetrables selvas del sur occidente colombiano.
En ese contexto puede afirmarse que no había colombiano que no quisiera la eliminación o captura de alias “guacho”, para entonces no solo sindicado del secuestro sino del asesinato de los periodistas, y culpable del doloroso calvario que familiares y colegas tuvieron que recorrer para recuperar sus cuerpos.
Panorama parecido al que solía encontrar en el coliseo de la antigua Roma el emperador de turno, quien ante un público enardecido y sediento de sangre, solía extender su mano y con el pulgar hacia abajo, dictar sentencia de muerte y arrojar otro cristiano a los leones.
En el día del amor y la amistad ¿qué mejor presente que entregarle a la indignada y ansiosa población colombiana a alias “guacho”? Eso pudieron haber creído el presidente Duque y su ministro Botero, y pensarlo y anunciar tamaño regalo fue todo uno, agregando que el hombre había sido impactado por un francotirador que le propinó dos tiros de fusil en la espalda, sin medir en ese momento el efecto que podría traer la enorme chiva que a la postre, por lo menos hasta el pasado domingo, resultó falsa.
Respaldo, aplauso, credibilidad, subidón en las encuestas, sonrisas y aclamación, todo eso y mucho más habrían sido las consecuencias positivas del precipitado anuncio sin confirmar.
Todo lo contrario, aunque sea difícil percibir hasta dónde, es lo que se tiene al día de hoy, algo que afecta no sólo al jefe del Estado y a su subalterno, sino a las mismas fuerzas militares que siguen burladas por el maleante, quien sigue paseándose como si nada con dos tiros de fusil en su espalda, y tras ella miles de hombres que no le siguen el rastro porque parece que lo han perdido.
De las actuaciones buenas y malas quedan experiencias, y la primera que deben aprender y aplicar en el alto gobierno es aquella enseñanza primaria del maestro al periodista: confirmar la noticia antes de lanzarla.
Las abuelas solían decir que de las carreras no queda sino el cansancio, o en este caso, la frustración.
TWITERCITO: ¿El francotirador que le atinó a alias “guacho” utilizó acaso balas de fogueo? Porque dos tiros de fusil en la espalda son para matar a cualquiera.