El periodista-columnista debería ser especialmente prolijo en sus reflexiones, expresiones y sugerencias, para hacer de sus columnas verdaderos espacios de debate que contribuyan a la democracia
Los recientes hechos asociados al despido de Daniel Coronell de la revista Semana han motivado múltiples reacciones, reflexiones y comentarios alrededor de la relación que el periodista-columnista establece con el medio en el que publica, de las posibilidades que tiene ese periodista-columnista de publicar en su espacio reflexiones críticas sobre el medio para el que escribe y de si un medio de comunicación podría caer en la censura cuando toma la determinación de despedir a ese periodista-columnista de forma unilateral, como consecuencia de alguno de sus textos.
Por supuesto, el caso de Daniel Coronell tiene diferentes elementos que hacen particular esta discusión: estamos hablando del periodista-columnista más leído del país, que más que columnas de opinión, casi cada semana publicaba investigaciones con documentación de respaldo, que significaban importantes denuncias y que se convertían en parte de la agenda informativa y judicial del país. Sin duda, una voz necesaria. También, estamos hablando de la revista más importante de Colombia; una publicación que contaba, hasta antes de este incidente, con una alta credibilidad que se ha visto afectada no solo por la decisión respecto a Coronell, sino también por las preguntas que suscita la investigación, no publicada hasta ahora, sobre las polémicas directrices del nuevo mando militar asociadas a incrementar las operaciones, combates, capturas y bajas a cambio de beneficios… una doctrina que, en su momento, impulsó los llamados “falsos positivos” a finales de la década pasada. La revista Semana ha reconocido sus errores y sus directivos saben que restituir la confianza en muchos de sus lectores no será un camino fácil ni corto. Sin embargo, condenar al medio al ostracismo tampoco le conviene a nuestra democracia.
Ahora bien, desde este tinglado y valiéndome de esos últimos sucesos, a partir de mi experiencia, aún corta, en el oficio de periodista-columnista, también quisiera aportar algunas reflexiones sobre lo que significa ejercer este rol y las que considero que son las responsabilidades del medio respecto a este espacio que otorga a múltiples voces privilegiadas, como la mía, que tenemos la oportunidad de expresar opiniones abiertamente a los lectores.
Parto de la diferenciación del periodista-columnista al columnista, en un sentido más amplio, pues el primero –ya sea de forma empírica o como profesional– ejerce o estudió el periodismo, lo cual le implica una mayor comprensión del funcionamiento de los medios y una responsabilidad más profunda respecto a la deontología de su oficio, frente al columnista a secas que, por lo regular, suele ser experto en algunas temáticas y comenta, desde su experiencia y conocimientos, sobre esos aspectos que representan su especialidad. El periodista-columnista, por lo tanto, tiene –desde mi punto de vista– un compromiso mayor con lo que entendemos como un periodismo de opinión que contribuya a la deliberación, la reflexión y la democracia. Es un tipo de periodista que debería buscar, incluso en sus columnas de opinión, un contraste, diversas perspectivas que le otorguen al lector diferentes elementos para formarse un juicio alrededor de la temática tratada. No deberían ser las columnas de opinión espacios para que los periodistas hagan un ejercicio menos riguroso de investigación, que no involucren diferentes matices y que atiendan solo una cara de la moneda… en síntesis, no deberían ser las columnas de opinión para los periodistas los respiraderos para simplemente decir lo que piensa… para hacer lo que no puede hacer en la noticia. Por el contrario, el periodista-columnista debería ser especialmente prolijo en sus reflexiones, expresiones y sugerencias, para hacer de sus columnas verdaderos espacios de debate que contribuyan a la democracia.
El medio de comunicación, por su parte, debe esmerarse, si es serio, por presentar a sus lectores una polifonía de voces que representen una amplia diversidad de perspectivas y puntos de vista, y debe cuidar, especialmente, que estos espacios de reflexión y análisis no se conviertan en parlantes para la crítica sin argumentos, el juicio fácil, las noticias falsas o la agresión. Bajo esos criterios, el medio, quien ofrece voluntariamente estos espacios, debería respetar todo aquello que se publique, incluso, si cuestiona su labor misma.
De ahí que sea incomprensible por qué Semana toma la decisión de despedir a Daniel Coronell de su espacio. Este periodista-columnista no solo no acusó a Semana de “engavetar” la investigación, ni uso lenguaje inapropiado para referirse al medio, sino que también habló con su director para contrastar la información y pidió una explicación pública al medio… una explicación que llegó mucho después, cuando agravaron el problema decidiendo sacar a Coronell de sus espacios de opinión.
Los periodistas-columnistas no deberíamos creer que nuestras columnas son espacios intocables e incuestionables, ni defender una continuidad eterna bajo la premisa de la “libertad de prensa”. Pero, mientras se actúe correctamente o sin la existencia de un mutuo acuerdo entre las partes, el medio debe asumir su responsabilidad frente a la cancelación unilateral de una columna, como un acto de censura a quien cumplía con su deber. Coronell fue censurado por Semana y esta revista fue la gran perdedora de toda esta crisis. Daniel Coronell podría montar sus textos en un blog gratuito y seguiría siendo el periodista-columnista más leído del país. Pero Semana, pierde a su mejor pluma. Ojalá el buen periodismo y las columnas reflexivas de este medio no paren, pues son fundamentales para la democracia.
Nota de cierre: sea esta la oportunidad de agradecer a EL MUNDO, pues en estas 109 columnas siempre ha respetado este espacio y solo una vez, ante una columna floja, me pidió revisarla nuevamente. Esta ágora, como lo llama su directora, ha sido un espacio abierto, incluso para voces noveles como la mía.