Grande es el reto que tenemos por delante si queremos que Medellín siga siendo un buen vividero.
El pegajoso jingle de la Fundación Amor por Medellín donde pondera y promueve los atributos de nuestra ciudad, a pesar de su belleza, se queda corto ante las características particulares que hacen de Medellín una ciudad envidiable ante propios y extraños.
Sin embargo, en los últimos años, hemos venido experimentando cierto deterioro en cuanto a la habitabilidad de la ciudad, que de alguna manera afecta nuestra calidad de vida y pone en tela de juicio aquello de que “Medellín es el mejor vividero”.
No hablo de la estigmatización planetaria asociada al narcotráfico, tampoco de la cantidad de desplazados nacionales e internacionales que llegan a la ciudad, ni del enjambre de personas que viven del rebusque e impactan negativamente los espacios públicos, ni la de inseguridad permanente, ni de los factores negativos que generan desempleo, iniquidad y pobreza.
Hablo de los factores ambientales asociados a las características del escenario geográfico donde habitamos. Hablo del valle de Aburrá, confinado entre montañas, cuyo río emblemático corre de sur a norte y cuyos vientos lo recorren de norte a sur, vigilado permanentemente por sus 7 cerros tutelares.
Este escenario se ha venido desbordando en términos demográficos, lo que ha llevado al caos de movilidad que hoy tenemos por el exceso del número de vehículos que circulan por sus pocas, estrechas y poco planeadas vías, y al deterioro de la calidad del aire que respiramos, que, aunado a factores externos como los vientos del Sahara, hacen que hoy tengamos que hacer piruetas para tratar de mitigar un poco el impacto negativo sobre los humanos.
Y no es solamente el hecho de los inconvenientes que trae asociado la estrategia del llamado Pico y Placa que poco impacto tiene, sino, la pérdida creciente de tiempo y los impactos que en la salud pública tiene el respirar un aire envenenado.
Las medidas que se toman por parte de las autoridades son, en la mayoría de los casos, de carácter simbólico. Hablar de control demográfico en esta sociedad es una herejía, semejante a si se habla de chatarrización de automóviles privados, igual que si hablamos de redensificación poblacional y de un Plan de Ordenamiento Territorial que vuelva a barajar el territorio de acuerdo con las nuevas realidades.
Cambios drásticos de horarios tanto en los establecimientos educativos como en los establecimientos de industria, de comercio y de servicios, están para la discusión.
El mejoramiento del sistema público de transporte, en el que vamos por buen camino, todavía puede ser optimizado.
Es importante reconocer que el principal eslabón del Sistema Público de Transporte es nuestro Metro, que no cuenta con un Plan B para cuando ocurre un “accidente” como en días recientes y en medio del pico y placa ampliado, pues los municipios del Valle de Aburrá colapsan. Esta condición debe ser superada si queremos incentivar el uso intensivo del transporte público.
Esfuerzos como la invitación a generar la cultura del caminante o de la bicicleta, deben ser promovidas teniendo en cuenta nuestra topografía.
Debemos además construir nuevas vías y no forzar a las actuales a que contengan servicios para los cuales no fueron diseñadas, como las ciclovías y las vías para nuestro Metroplús y los futuros tranvías.
Grande es el reto que tenemos por delante si queremos que Medellín siga siendo un buen vividero. Hace poco nos burlábamos de los trancones en Bogotá y hoy nos tenemos que tragar enteritas esas críticas pues se nos devolvieron con creces, ante nuestra actual realidad.
En estos momentos se pondrán a prueba nuestra creatividad, nuestro empuje, nuestra pujanza, nuestro coraje, nuestra paciencia y nuestro espíritu cívico.