Duele ver cómo la verdad es manipulada y mancillada bajo el amparo de soportar el “good will” de una empresa o entidad
El problema no es exclusivo de los países subdesarrollados pero parece un germen que se expande sin límites sobre ellos. Su ADN, parece compatible con todos los ciudadanos que deambulan por estos países, especialmente los de América Latina donde los peligros más inminentes sobre el planeta Tierra se desarrollan a velocidades vertiginosas como si existiese un afán inusitado por reducir a la mínima expresión la moral de raza humana, destruir los pocos ecosistemas que nos queda, incrementar peligrosamente sus poblaciones, destruir sus famélicas economías, romper el tejido social, en especial el familiar, multiplicar en forma indiscriminada la delincuencia hasta desbordar la capacidad de sus centros penitenciarios. La lista es larga.
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¿Por qué en pleno siglo XXI no logramos superar dicha problemática? ¿Por qué lo mejor que puede tener una sociedad que son sus niños y jóvenes son abusados, asesinados, maltratados y abandonados? ¿Por qué se funden en las drogas y el alcohol de forma frenética ante la mirada impávida de las autoridades y los gobernantes de turno?
Esta crisis profunda de nuestra sociedad (y hablo ya directamente de Colombia) se yergue en un elemento fundamental: la pérdida de los valores en todos y cada uno de los estratos de esta. Los patrones de conducta a través de la moral, la ética, el respeto, la verdad, la libertad, la justicia, la honestidad, la responsabilidad, la equidad, la paz y la verdad han sido lanzados a lo más profundo de la alcantarilla con toda su fetidez.
Duele ver cómo la verdad es manipulada y mancillada bajo el amparo de soportar el “good will” de una empresa o entidad, sin importar que detrás de este se escondan los más oscuros intereses personales de unos cuantos y sus arcas bancarias crecen desmedidamente mientras arrinconan a sus congéneres en las orillas de los ríos, o los obligan a “colgarse” de las breñas de las montañas donde padecen hambre, frío, enfermedades, mala educación y un largo etcétera que doblega sus valores. Y duele ver cómo en esta ciudad, la nuestra, aún se venden propiedades de cinco y diez mil millones de pesos como si tuviéramos cientos de empresarios exitosos y multimillonarios, mientras el comercio de las drogas se pasea por los parques, colegios y universidades intoxicando sus educandos y prostituyéndolos, mientras los carteles de las drogas tanto nacionales como extranjeros disparan sus balas y cosechan sus hojas. Y duelen los jóvenes y los adultos llenando plazas y estadios e izando las banderas desteñidas de los colores que representan a sus partidos políticos, encabezados por populistas, vendedores de ilusiones y maromeros de la verdad, pero sin ofrecer garantía alguna sobre la paz, la justicia y la equidad, convertidas estas en una quimera que cargan los sufragantes por las calles pedregosas y anegadas de sus barrios, con la esperanza de menos llanto, menos frío, un poco más de salud, un simple plato de comida, un mejor colegio para sus hijos y el abrazo solidario de sus vecinos.
¿Saben qué mis queridos lectores? Si quiera se murieron los abuelos.
Nota: A mi abuelo Germán, hombre de palabra precisa y de valores inconmensurables.