Una pequeña ciudad de Estados Unidos, Charlottesville en Virginia, ha estado en el centro de la actualidad informativa por cuenta de la violencia que se desató en medio de una marcha de grupos racistas y neonazis, y la ambivalente respuesta del presidente estadounidense, Donald Trump, quien equiparó la violencia de los radicales blancos –que incluso ocasionó la muerte de una joven–, con la manifestación antirracista, que hacía frente a los intolerantes.

El racismo y la xenofobia están lejos de ser problemas del pasado. Por el contrario, cobran fuerza en un mundo globalizado que marca las inmensas contradicciones de nuestras sociedades pues, por un lado, parece favorecer el intercambio cultural y la integración, mientras que por el otro, fomenta la exclusión, la marginación y los prejuicios frente a lo diferente.

Colombia no está exenta de estas problemáticas. Mucho menos Antioquia. Diversos episodios recientes nos dejan claro que, aunque somos un país mestizo y erigido bajo la premisa de que nuestra mayor riqueza es la diversidad (nuestra Carta Magna así lo expresa), aún prevalecen en nuestro territorio reacciones racistas y xenófobas que nos distancian de los sueños albergados en la Constitución del 91 y de la construcción de una sociedad pacífica.

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La llegada de venezolanos a Colombia ha desatado acciones solidarias y fraternas de diferentes sectores que incluso fomentan su empleabilidad y su inclusión a la vida cotidiana del país, pero también ha provocado comentarios excluyentes, algunos dichos solamente en conversaciones de pasillo y otros amplificados en medios de comunicación, como es el caso del programa “Nos cogió la noche” de Cosmovisión, donde en la mesa de trabajo se ha debatido esta problemática cayendo en análisis ligeros que redundan en preguntas sobre si estamos preparados para recibir una “avalancha” de venezolanos, y cuyas respuestas son, por ejemplo: “(que) hay veces en las que uno tiene que decir primero yo, segundo yo, y tercero yo”. Ligerezas que si bien no son muestras de xenofobia –como sí lo son algunos comentarios en las calles–, sí ponen en evidencia rasgos de exclusión que merecen ser revisados y discutidos.

No es el único caso en el contexto reciente en nuestro departamento. Con la decisión de incluir a Belén de Bajirá en territorio chocoano, y la respuesta vehemente de la Gobernación de Antioquia, también se han desatado comentarios racistas que han reavivado aquel mito de la raza antioqueña, que reclama una supuesta pureza y superioridad racial y étnica. A veces, estos comentarios son expresados de formas sutiles y se asocian a, por ejemplo, una aparente falta de capacidad de los chocoanos para administrar este territorio, en contraste con Antioquia que sí podría hacerlo.

En departamentos como Antioquia, la discriminación racial o por la condición de extranjero no es un problema del pasado (al respecto, sugiero la lectura del artículo “Las caras de la discriminación en Antioquia”, publicado en este mismo diario el 19 de marzo de 2017). No es menor el papel que deben desempeñar las administraciones municipales y departamentales para evitar los regionalismos y para procurar escenarios de inclusión y reconocimiento de la diversidad. Más aún cuando aparecen nuevos retos como la llegada gradual y creciente de población venezolana.

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No nos hagamos los de la vista gorda ante la discriminación, como lo hizo Trump. Conversemos.

Nota de cierre: dolor por Barcelona. Dolor por las víctimas del terrorismo. Dolor por el auge de los extremismos en el mundo.