Con el bombazo aterrador contra los jóvenes cadetes de la escuela de policía sí hubo una gran beneficiada. Se trata de la innegable y pavorosa polarización.
Ya se han usado todos los calificativos para referirse al atentado perpetrado el pasado jueves en Bogotá contra la escuela de policía General Francisco de Paula Santander, sin que todos ellos basten para entender la magnitud de lo sucedido y sus impredecibles consecuencias a corto, mediano y largo plazo.
Siempre se ha considerado que actos brutales de esta naturaleza, concebidos y ejecutados apenas por mentes enfermas, no traen beneficio a nadie en particular y solo dejan desolación, ruina, rabia y un generalizado estado de desesperanza y temor.
Por desgracia en el presente caso colombiano ese axioma no se cumple, y para mayor asombro y desolación, tiene que concluirse que con el bombazo aterrador contra los jóvenes cadetes de la escuela de policía sí hubo una gran beneficiada.
Se trata de la innegable y pavorosa polarización que acaba de recibir, con el estruendo de la pentolita, una inyección revitalizadora que la hará más ciega y profunda en los próximos días, para alegría o frustración de unos y otros, según el cristal por donde se le mire.
Sin disiparse todavía el humo negro que sobre el cielo bogotano era como el epílogo de la afrenta, de lado y lado de los enceguecidos bloques que alientan el extremismo ideológico comenzaron a enrostrarse, unos sí y otros también, los cargos y las acusaciones con las cuales se sentían más poderosos y dueños de la última palabra.
Y así, mientras la polarización salía a mostrar su nueva y robustecida presencia en el abatido escenario nacional, la verdad – tan necesaria pero al mismo tiempo tan esquiva en estas situaciones – comenzaba el tortuoso sendero hacia su ocultamiento o desaparición definitiva.
Haciendo abstracción del o los autores materiales e intelectuales del brutal atentado, y luego de la tajante y definitiva condena al atentado y al terrorismo en general, correspondía a los que se denominan líderes y a aquellos de quienes por lo menos se espera alguna orientación en momento tan delicado, actuar de manera distinta a como lo hicieron.
Pero no, unos y otros prefirieron dispararse acusaciones mutuas, recriminaciones y hasta insultos, antes de pensar en lo verdaderamente esencial: la monolítica posición que permita encarar con acierto y efectividad en el inmediato futuro lo que le viene pierna arriba a la nación.
De nada le sirve a Colombia y a sus desorientados ciudadanos de bien en este terrible presente, seguir oyendo hablar de Santos y de Uribe y presenciar cómo, sus más enceguecidos partidarios o atacantes, parecen más buitres sobre la carroña que seres pensantes y patriotas, sobre todo dispuestos a salir del lodazal en que se revuelcan.
Dudas, tergiversaciones, inventos, fábulas, revelaciones, preguntas, especulaciones, la alcantarilla de las redes sociales, todo eso ha sido el pan de cada día desde la media mañana del jueves, cuando la peligrosa y tal vez más asesina polarización que carcome a Colombia, recibía su master, su PhD y su graduación Cum Laude por cuenta de la brutalidad asesina que ella misma fomenta desde hace ya varios años en esta tristeza de país.
Esta nación no puede seguir siendo el abastecimiento de la izquierda, la derecha o el centro de un espectro político cada vez más desacreditado y despreciado por la ciudadanía.
Ojalá este terrible acontecimiento se convierta en el punto de inflexión para que Colombia recobre el rumbo perdido, enfile proa hacia la esperanza y se deshaga de una vez por todas de las sanguijuelas que han entorpecido y dificultado un navegar sereno y más promisorio.
TWITERCITO: Ni izquierda, ni derecha, ni centro. Tiene que haber una cuarta opción por la que valga la pena ser colombiano.