¿Por qué los quieren matar a ellos? Por la tierra y sus tesoros
Primero estaban ellos. O muchos de nosotros, porque buena parte de la población colombiana tiene sangre indígena, unos más que otros. Sin embargo, me quiero referir a quienes hoy conforman las culturas indígenas ancestrales que antes ocupaban este territorio solas y que hoy compartimos todos.
Ellos, los que primero estaban, son quienes más han desarrollado su vínculo con el territorio en sentido amplio: suelo, subsuelo, aire y quienes los moran. Son uno solo. Ellos son quienes conocen la voz y el aliento de la tierra, sus carencias y abundancias, sus heridas y retoños, sus transformaciones, su memoria, su variada composición entre la que está la tierra misma con sus minerales y su biodiversidad, las montañas y valles, las nieves y desiertos antiguos o nuevos, las aguas quietas y las que corren o se mueven en vaivenes o que caen, los árboles que dejan ver los bosques y los bosques que dejan ver sus árboles, la tierra que es la vida y los astros que ordenan la vida.
Ellos han acumulado la sabiduría leyendo ese territorio por miles de años.
A ellos los quieren matar, los están matando hoy y los han matado desde hace siglos.
Fredy Chikangana, poeta de la etnia Yanakuna, suroriente del Cauca.
A ellos les han apagado sus lenguas y su voz. Les han derribado sus dioses para imponerles otros. Les han desvanecido sus ríos, sus ritos, sus mitos y sus creencias. Los han despojado de sus vestiduras o desnudeces púdicas. Les han borrado sus testimonios y su relato.
Pero no lo han logrado del todo por fortuna. Muchos se resisten y siguen en pie, no de lucha, sino de defensa mientras les quieren llevar e incrementar el pie de muchas fuerzas.
Primero fueron los españoles, luego los criollos con diversos nombres e intereses a nombre propio o amparados por gobiernos o empresas de todas partes, ahora los carteles mexicanos entran en ese juego macabro. No fue una masacre la semana pasada, es una masacre histórica que sufren y han sufrido todos los pueblos indígenas de la tierra que hoy es Colombia, un genocidio.
Hay varios pueblos pero en últimas son uno. Hay varios pero entre tantos, entre todos, hay un pueblo aún muy vivo, fuerte, numeroso y unido, con orgullo y con un profundo arraigo en este territorio que luego de ellos y aún con ellos llamaron Colombia: Los nasas. Si vamos a ver, ellos, con los demás pueblos, con todo el pueblo indígena, son los verdaderos dueños.
¿Por qué los quieren matar a ellos? Por la tierra y sus tesoros: el oro, las plantas mágicas y sagradas para ellos, por sus senderos y caminos milenarios hoy convertidos en alias rutas y en alias corredores por donde entran, pasan y salen la codicia, la muerte y el sometimiento.
Los quieren matar a ellos porque estorban a unos y a otros.
Los han matado en nombre de todo: En nombre de Dios, en nombre del rey, en nombre del Estado, en nombre de la modernidad, en nombre del “progreso”, en nombre de ideas ajenas incomprensibles y dudosas, en nombre del comandante, del “don” o del alias de turno.
Pero siempre es en nombre de esa tierra dorada y verde donde primero estaban ellos. Y luchan por esa tierra ya sea con mingas o bastones, ya sea con cantos o colores, ya sea con instrumentos o pagamentos, ya sea con la mirada fija o la palabra…
La tierra nasa
Con la palabra…, con la palabra también se defiende la tierra nombrándola e iluminándola como lo hace Fredy Chikangana un poeta de tierra, de la cultura Yanakuna (suroriente del Cauca), en este bello poema telúrico, vital, mortal y espiritual que quiero mostrarles como homenaje a ellos, a los que primero estaban:
“La tierra”:
“La tierra es el comienzo de la alegría y el llanto; / en ella vive la placenta roja / convertida en piedra negra, / en ella están los rituales de seres subterráneos / que amarran nuestra sangre / con las lianas del tiempo. / En esa tierra / está la pluma del tucán / que guarda el colorido de la vida, / está el agua libre e inquieta, / el aroma y el sabor de todas las hierbas / que nos llevan al cielo y al infierno, / estamos tú y yo / con la fuerza de los sueños. / A esa tierra negra o amarilla / irán estos huesos / cuando la boca del tiempo los haya chupado; / volveremos entonces a esa placenta, / a esa pluma, al agua que toca los cuerpos; / iremos a cantar entre los hilos verdes de esas hierbas / para alimentar todos los sueños de los hombres. / Volveremos a ser diente de tigre, / poema de la noche, tambor de yegua, / sonido de flauta a altas horas de la noche / en lo profundo de la gran montaña”.
¡Uf! Sobra el resto de la columna… Por eso Fredy responde a la pregunta sobre los orígenes de los yanakunas: “… nuestro mundo, nuestra cosmovisión, nuestra memoria, viene del mundo Quechua y somos de la línea Yanakuna Mikmakuna, que quiere decir, aquellos que abren camino en tiempo de oscuridad…”. (“Fredy Chikangana: Una poesía más allá de la letra”; Andrés Acosta Díaz y Carolina Calvo-Pérez; Agulha Revista de Cultura).
Primero estaban ellos, antes que nosotros; primero estaba su cultura sólida antes que la nuestra gaseosa y en obra; primero estaba su paz antes que nuestra guerra; primero estaba su palabra propia antes que la nuestra ajena. Pero pese a todo ellos resisten, ellos están y siguen estando: sigue su cultura, sigue su paz hoy soñada en medio de nuestras guerras, sigue su voz clara entre nuestro ruido oscuro y confuso.