Da grima, sentir que tanta tinta echada y tanta verborrea perifoneada, partieran de voluntades doblegadas ante el apetito del vil metal.
El país aguarda la verdad, acerca de que hubo catorce periodistas tiznados por el caso Odebrecht. Tan impúdico señalamiento, proviene de Gabriel García Morales, exviceministro de Transporte, quien es el primer testigo que confesó la entrega de USD$6 millones de Odebrecht a políticos y funcionarios para que esta corrupta multinacional se quedara con el proyecto Ruta del Sol II. García, dio detalles a la Fiscalía en torno a la cadena de sobornos y señaló que hubo catorce periodistas –directores de medios radiales e impresos– que recibieron abultados dineros, para: (i) ayudarle a ganar a Odebrecht la licitación Ruta del Sol II (manejo de relacionismo público) y (ii) desprestigiar a otras compañías que se presentaron. Todo un periodismo turbio y vendido, que contraviene la esencia de una profesión que debe venir limpia desde su nacimiento.
Entretanto, se divulgó el 03/09/19 (portal elexpediente.co) que Yamid Amat, por intermedio de Cmi t.v., recibió en “mermelada” la friolera de casi $ 15.000 millones, durante la era Juan Manuel Santos, publicándose incluso los facsímiles de tres contratos celebrados con el Ministerio de Agricultura y adjudicados a dedo: (i) Contrato 20140479 del 3 de diciembre de 2014, entre el Ministerio de Agricultura y Cmi t.v. por $ 1.020 millones, para “difundir las acciones a favor del sector agropecuario para el impacto de políticas públicas”; (ii) Contrato 20150235 del 3 de marzo de 2015, entre el Ministerio de Agricultura y Cmi t.v. por $ 7.568 millones, para “difundir acciones de políticas de capacidad productiva”; y (iii) Contrato 20170397 del 7 de abril de 2017, entre el Ministerio de Agricultura y Cmi t.v. por $ 6.164 millones, para “difundir planes para comunidades rurales en el propósito del mejor aprovechamiento de ofertas institucionales”.
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Si observamos con detenimiento, inferimos que los objetos de estos contratos de prestación de servicios dicen mucho y no dicen nada. O mejor aún, son fraseologías rebuscadas y sin monta. Así como ocurrió con el contrato directo que Juan Manuel Santos le dio a dedo a la esposa de Danielito Samper Ospina, Claudia García Jaramillo, por $ 931 millones, con el objeto de “prestar servicios de soporte territorial a través del acceso a soluciones de desarrollo”. Esto fue en noviembre del año 2016 y su duración fue de apenas dos meses, valga decir, a $ 465,5 millones/mes. Y no contento con ello, el Nobel un año después (4 de diciembre de 2017), le nombró a la esposita de Danielito como Directora del Postconflicto en la Presidencia de la República. ¿Habrá independencia de Amat y Danielito, después de semejante piñata?
Sin embargo, ahí no paran las cosas. La lista es luenga e irritante. Y digo esto, porque la corrupción en Colombia, ha tocado magistrados, fiscales, jueces, funcionarios públicos, empresarios privados, dirigentes deportivos y periodistas. En nombre de la paz de Santos y del Fondo para la Paz, se hicieron contratos multimillonarios, como los de: (i) Natalia Springer ($ 5.380 millones); (ii) León Valencia y su Corporación Arco Iris ($ 1.422 millones) y (iii) Alejandro Santos y la Revista Semana ($ 1.092 millones), contratos que fueron a dedo entre 2014 y 2015, y vean los objetos: “estudios sobre las conversaciones de paz” y “pedagogía para el posconflicto”, que dicen mucho y no dicen nada. Hueros en su contenido, pero robustos en sus fajos de billetes. Con razón hubo tanto periodismo santista…
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Seguimos esperando los nombres de los catorce periodistas del caso Odebrecht. Este es un episodio lamentable para el país, porque quienes están en la obligación de comunicar la información de manera desprevenida, venían con el sedimento de la coima y la corruptela. En varios países de América, también Odebrecht compró a los medios y ya fueron revelados varios de ellos. Un periodismo, como caja de resonancia del poder, de la compra de conciencias y de la suciedad del billete mal habido, es una muestra repudiable de un ejercicio indecoroso. Da grima, sentir que tanta tinta echada y tanta verborrea perifoneada, partieran de voluntades doblegadas ante el apetito del vil metal. No son todos los periodistas, claro está, pero con los que emboñigaron la profesión se entrega una muestra infecunda, lisonjera y roñosa de un ejercicio con trasfondo innoble.