Pensar con el deseo

Autor: Alfonso Monsalve Solórzano
26 enero de 2020 - 12:05 AM

Actuar con prudencia, no dejarse provocar y visibilizar las agresiones ha sido esencial a la hora de desenmascarar a los violentos y aislar sus métodos y las pretensiones políticas que se vehiculan con ellos.

Medellín

El mal llamado paro del 21 de enero fue un verdadero fiasco para sus organizadores, y la razón es que estos no supieron analizar las condiciones políticas del país, especialmente, el sentimiento de la gente frente a la manera como efectúan sus acciones y a los objetivos propuestos.

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Lejos están de las enseñanzas de su gran maestro, Lenin, quien predicaba que hay que realizar el análisis concreto de las condiciones concretas porque si no, cualquier estrategia o táctica chocarán con la tozudez de los hechos.

Pues bien, el éxito del movimiento dependía de dos cosas: que los colombianos del común –no la élite de la burocracia revolucionaria, ni la suma dirigencia de los sindicatos de trabajadores, de los estudiantes, de los indígenas, de los intelectuales de izquierda, de los curas, de los medios enmermelados- los apoyaran, pero eso no ocurrió.

Por el contrario, el rechazo fue estruendoso: lánguidas movilizaciones y actos vandálicos que ya tienen a los colombianos hasta la coronilla, luego de la extenuante pesadilla del año pasado que inició el 21 de noviembre. El país ha sido testigo de las aberrantes agresiones a los miembros de la policía, de la destrucción de bienes públicos y privados, del sacrifico al que someten a millones de colombianos a quienes les niegan con sus tropelías, sus derechos esenciales, aduciendo objetivos que no han podido formular con precisión y que van en aumento –ya son más de 130, y cuya razón de ser es enmascarar el verdadero motivo del movimiento: generar, de manera continua y prolongada en el tiempo, caos, anomia y destrucción a nombre de un pueblo al que golpean sin clemencia, para desestabilizar el sistema democrático y crear condiciones para un triunfo electoral en el 2022 o antes (como lo prueba la descabellada propuesta de Álvaro Leyva de una constituyente con participación de “organizaciones sociales”, al estilo cubano y venezolano, para reemplazar nuestra Constitución por una socialista del Siglo XXI).

Queda claro para todo el mundo que hay unidad de mando en todo esto. Los ciudadanos ya no se comen el cuento de que unos cuantos se infiltran en las marchas para generar violencia y que la dirigencia nada tiene que ver con ello. No. Ellos ya han caído en la cuenta de que los grupos de extrema izquierda controlan todo: desde los objetivos de fondo, pasando por la estructura organizativa del movimiento, hasta los métodos de “lucha”, allí no hay desadaptados que actúan por fuera de libreto. Ellos son parte esencial del mismo, son miembros de sus estructuras organizativas y sus acciones están calculadas por la dirigencia, en busca de un error de la fuerza pública que genere rechazo ciudadano y alimente el movimiento.

Los protocolos de la alcaldesa de Bogotá, que ponen a las madres de estudiantes y de policías a dialogar con los violentos para que desbloqueen las vías y cesen el vandalismo, además de poner a las mamás en peligro de agresión, poco resultado han dado: el Esmad ha tenido finalmente que intervenir dada la virulencia de los ataques de los terroristas, y, aunque la señora López se ha cuidado bien de ocultarlo, con la complicidad de ciertos medios de comunicación, el reporte de la policía de Bogotá es que hubo un elevado número de incidentes graves, con policías heridos. El alcalde de Medellín, por su lado, dijo que el problema no era con él sino con el gobierno de Duque, animó a salir a marchar y terminó haciendo el papelón de limpiar unos grafitis pintados por los tropeleros en entidades bancarias, y tiene la deshonrosa marca de ser el primer burgomaestre de la ciudad, en 23 años, que permitió vandalizar el Metro.

La estrategia de la Conversación Nacional de Duque, por su parte, ha dado resultado. Ya se han identificado problemas y encontrado soluciones. La multilateralidad es el secreto de esa estrategia frente a la demanda obtusa de los dirigentes del paro de que se debe negociar el país con ellos. La ciudadanía entiende que hay con quien hablar, pero también que hay una línea roja: la defensa de la democracia.

Actuar con prudencia, no dejarse provocar y visibilizar las agresiones ha sido esencial a la hora de desenmascarar a los violentos y aislar sus métodos y las pretensiones políticas que se vehiculan con ellos. Si las cosas siguen como van, el impacto de las marchas será mínimo, los deseos de sus organizadores seguirán siendo golpeados por la realidad, como una piedra en la boca, al decir de Lenin y la democracia tendrá un respiro que dará una buena bocanada de aire en el presente, en el futuro próximo y en el 2022. Esperemos, eso sí, que el presidente sepa interpretar la situación concreta y se mantenga sereno y abierto al diálogo, pero firme en la defensa del estado, pues de esa actitud depende, en buena parte, lo que ocurra en Colombia en los tiempos por venir.

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Y digo eso, porque la extrema izquierda, aunque iniciando su repliegue, no cejará de intentar una y otra vez desestabilizar a Colombia, en busca de ese error que los catapulte y porque es incapaz, históricamente, en el país, de aprender de sus errores y no tiene empacho en anegar a la nación en la violencia de una minoría fundamentalista.

 

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