Tendrán que sacar ideas y propuestas de donde no las hay, para evitar que la tentación de los totalitarismos salte y se apropie del escenario
Dice el aforismo popular que la mejor cura o el mejor remedio para cualquier mal o cualquier enfermedad, es el paso del tiempo.
En esta cuarentena preventiva que la gran mayoría de los ciudadanos del mundo estamos cumpliendo, la incertidumbre con respecto a lo que pueda pasar y cuándo, es la constante.
Obviamente los medios de comunicación giran todos los días alrededor de la principal noticia que es la pandemia, y dan datos y datos y en vez de aclarar, más bien confunden. A estas alturas del partido hay cerca de 3.5 millones de contaminados en el mundo y cerca de medio millón de muertos. Y parece que el ejercicio es llevar la cuenta de cómo crecen este par de cifras cada día y cuáles países se llevan el pódium por aportar más fallecimientos.
Si comparamos los resultados actuales con lo que pasó hace un siglo con la llamada Gripa Española, pues uno tendría que aceptar que esto apenas está comenzando y que lo más grave y doloroso está aún por venir.
Otra postura igualmente válida, pero sin soporte histórico, es que esta catástrofe parará pronto, que el nivel de contagios se estancará y que paulatinamente podremos reiniciar nuestra vida normal.
Otra alternativa es que la ciencia aporte la vacuna o el inmunizante que se requiere y que sea accesible para todos los habitantes del planeta, o que nuestros organismos generen sus propias defensas. ¡Amanecerá y veremos!
Decía Pierre Teilhard de Chardin, el gran filósofo, científico y teólogo jesuita que la naturaleza requiere ser podada periódicamente y que las pestes, las guerras y las grandes catástrofes naturales, hacen su aporte en este sentido. Sigue siendo cuestionable la argumentación, pero la sensación general es que somos demasiados los habitantes humanos en el planeta y que de alguna manera el espacio y los recursos son insuficientes para albergarnos con dignidad. La huella demográfica nos muestra que, al iniciar el siglo anterior, en 1900, éramos 1.800 millones de personas, y hoy, al avanzar ya en la quinta parte del Siglo XXI, en el 2020, ya tenemos una cifra superior a los 7.500 millones, lo cual es un crecimiento exorbitante míresele por donde se le mire.
Es ingenuo pensar que este fuerte anuncio que nos hace la naturaleza nos servirá para ajustar las cargas y realizar una maniobra planetaria para ajustar el rumbo que traemos. ¡Ojalá fuera así!
El gran ganador en esta crisis mundial es el hasta hace poco agobiado y anacrónico modelo del Estado Moderno Occidental. Ante la evidencia, es incuestionable que en este momento histórico no existe ningún otro tipo de Institución que sea capaz con legitimidad, legalidad o fuerza, de tomar las riendas del asunto y tomar las buenas o malas decisiones que se hayan de tomar, primero, para enfrentar el temporal, luego, para entenderlo y posteriormente para aplicar las estrategias que se requieren para minimizar sus impactos.
Debemos independizar el Estado del Gobierno de turno y claro está, del gobernante competente o incompetente que esté en ejercicio. En las buenas, cualquier imbécil sobreagua. Es en las malas donde se conoce de verdad el talante, la fuerza interior, el buen juicio, la voluntad, el arrojo, la capacidad de convocatoria y el verdadero liderazgo para tomar decisiones y formular estrategias en medio de la confusión generalizada.
Personalmente yo no veo por ninguna parte un mandatario que siquiera que se le arrime a los tobillos a un Winston Churchill para enfrentar la crisis, así como tampoco veo por ninguna parte a un Konrad Adenauer que sea capaz de vislumbrar y dirigir la reconstrucción.
Pero es solo mi opinión subjetiva. Tendrán que asumir estos retos los hoy llamados líderes que hay, los presidentes y los Primeros Ministros de las democracias establecidas, que tendrán que sacar ideas y propuestas de donde no las hay, para evitar que la tentación de los totalitarismos, -ante la debilidad de los gobernantes y los sistemas políticos, comenzando por los decaídos Partidos Políticos-, salte y se apropie del escenario social, político y económico, con los ciclos y consecuencias que todos conocemos.
De todas maneras, no perdamos la razón y no olvidemos los aconteceres buenos y malos que nos rodeaban antes de la pandemia, cuyos actores deben ser finalmente exaltados o castigados. No puede servir esta pandemia para que la corrupción, la impunidad y la injusticia sigan galopando alegremente por nuestro país ni por el mundo.
De igual manera, debería haber un estado de excepción orientado a garantizar el manejo pulcro de los recursos que se recogen a través de la solidaridad ciudadana, ya sea en dinero o en especie o al uso transparente de los recursos del Estado, que finalmente son los recursos que todos hemos aportado.
No sé amigo lector a usted cuál tipo de castigo se le ocurre para aplicarle a los malnacidos que hacen mal uso de los recursos públicos para atender a los más vulnerables. A mí personalmente se me ocurren varias cosillas que, por simple pudor, me inhibo de compartir.