La tarea más urgente es mitigar el impacto sobre la salud de los ciudadanos, contener el temor y prevenir el pánico, una responsabilidad de los gobernantes y líderes políticos a todos los niveles
El mundo ha entrado en un estado de incertidumbre y desazón que nadie esperaba. Tanta tecnología y conocimientos aplicados que de momento solo sirven para mantener a la gente exasperada y sin saber qué hacer. Pensábamos que todo quedaba resuelto con la mano mágica de la inteligencia humana. La pandemia muestra la fragilidad y vulnerabilidad de la sociedad ante hechos de esta magnitud. Gracias a la nueva peste que se expande como pólvora, la dirigencia global nos somete al cierre de fronteras, parálisis generalizada y aislamiento inevitable. De momento, todos a nuestro alrededor resultan sospechosos de portar la plaga que nos podría poner a las puertas del más allá.
El manejo de la crisis requiere de un liderazgo especial donde la información provenga de fuentes creíbles, de manera que la toma de decisiones no sea el producto de la emoción o la sinrazón. Tan perjudicial es ignorar la situación, como esperar a que el peligro avance sin acciones efectivas para contenerlo. Hay que pasar de las palabras a los hechos. Lo anterior se hizo mas evidente con la respuesta oportuna del gobierno chino y el letargo de las autoridades italianas para actuar. Una provincia china aislada frente a todo un país totalmente paralizado.
Estamos viendo como el temor es tan dañino como el virus mismo. El efecto dominó que arrastra a la baja las bolsas no encuentra el fondo. La destrucción de valor de los últimos días no tiene precedentes. Volatilidad, palabra vedada en el mundo bursátil, contagia los mercados sin que estos alcancen el esperado equilibrio. Recesión, el otro termino sinónimo de ruina y devastación, asoma sus tentáculos en el horizonte.
La tarea más urgente es mitigar el impacto sobre la salud de los ciudadanos, contener el temor y prevenir el pánico, una responsabilidad de los gobernantes y líderes políticos a todos los niveles. La crisis financiera del 2008 ofrece lecciones de cómo enfrentar el choque sobre la economía con medidas oportunas. Ciertamente, los desafíos son ahora muy superiores pues los gobiernos deben mantener un equilibrio protegiendo la salud de la gente, con la obligación de manejar el impacto económico que conllevan decisiones impopulares.
A medida que entran en vigor restricciones de movilidad, cancelación de eventos deportivos y culturales, cierre de escuelas, restaurantes, tiendas y hasta fábricas, el efecto sobre el crecimiento e impacto fiscal es aún muy difícil de cuantificar. La magnitud, alcance y duración de esta crisis depende del éxito de las acciones tomadas para responder al virus.
Los bancos centrales juegan un papel decisivo facilitando las condiciones de crédito, asegurando que el mercado tenga la suficiente liquidez y lo mas importante que brinde confianza a los actores económicos. Por el lado fiscal, si bien muchos gobiernos tienen poco margen de maniobra, esta inesperada coyuntura exige que los hospitales y los profesionales de la salud dispongan de los recursos necesarios para combatir la emergencia. La prioridad es la salud de la gente como única garantía de que el problema no siga avanzando.
Al igual que 2008 esta ocasión es un llamado a la clase política para que las diferencias que nos dividen den paso al entendimiento. Vivimos un momento de grandes avances tecnológicos para el desarrollo de vacunas. Las instituciones financieras son más sólidas y resilientes a las crisis. Una economía diversa y con mayor músculo. No hay razón entonces para pensar que más temprano que tarde pronto habrá luz al final del túnel.