La gran derrota le fue propinada, no a los aspirantes que ocuparon segundas o terceras posiciones en el balance final, sino a la perversa y peligrosa polarización que ojalá a partir de ahora, y de acuerdo con lo prometido por los nuevos gobernantes, comience a desaparecer
En su primera aparición y todavía embriagado por el que para muchos resultó un triunfo inesperado, el elegido alcalde de Medellín, Daniel Quintero, pronunció unas breves palabras que si las convierte en realidad le abrirán seguramente un puesto de honor en la reciente historia de la capital antioqueña.
Victoria infartante para muchos y de negativas consecuencias para otros, conseguida tras superar la más oprobiosa campaña sucia desatada contra candidato alguno en la historia de Medellín.
No le quedó a la zaga el también consagrado nuevo gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, quien igualmente entregó declaraciones que permiten augurar un venturoso y decisivo cuatrienio para el departamento y su capital, a partir del próximo 1° de enero.
La gran derrota le fue propinada, no a los aspirantes que ocuparon segundas o terceras posiciones en el balance final, sino a la perversa y peligrosa polarización que ojalá a partir de ahora, y de acuerdo con lo prometido por los nuevos gobernantes, comience a desaparecer, ojalá para siempre, y que en adelante no sean el odio y la mentira los factores prevalentes en una contienda electoral.
En el podio de perdedores también tienen puesto destacado los fracturados, dispersos y ya poco creíbles partidos políticos, convertidos poco a poco pero de manera inatajable, en microempresas electorales, unas con más éxito que otras.
Lo cierto es que esta jornada no pasará a la historia por ser ejemplar y digna de recordación, sino por todo lo contrario, al menos en lo que hace relación con la que se adelantó en el departamento de Antioquia, tanto para la Alcaldía de Medellín como para la Gobernación, con hechos y situaciones que jamás se habían presentado en el de por sí contaminado andamiaje político.
Mucho más difundido, publicitado y condenable todo lo sucio y negativo que ocurrió en la que se buscaba renovar la administración municipal, pero no ausente del todo en la segunda, que aunque hubiera recibido menos divulgación y tuviera una vigencia no tan prolongada en el tiempo, también padeció la contaminación del venenoso virus denominado guerra sucia.
Como es una regla general, de todo lo malo que acontezca al ser humano en particular o a una comunidad en general, pueden sustraerse experiencias que si son bien aprovechadas, hacen realidad esa filosófica frase de Maturana de la cual tantos se burlan: perder es ganar un poco.
En esta perspectiva habría que comenzar por decir que hacia próximas contiendas eleccionarias, deberían adoptarse normas -- así las califiquen como restrictivas – que impidan en aras de una democracia de pacotilla, que cualquier perico de los palotes se inscriba como candidato a regir una ciudad como Medellín o un departamento como Antioquia.
Como se dijo en esta columna el pasado 15 de octubre, esta vagabundería democrática y populachera, hizo que de nuevo se escenificara, ante el asombro y el rechazo de miles, “una comedia con muy pocos actores de envergadura”, pues demás está reiterar que ni en política ni en nada, la cantidad significa más calidad.
También sería deseable que en aras de cancelar el incumplido vamos a… vamos a… vamos a… se le pusiera límite a los repetitivos e insulsos debates, pues como se dice popularmente desde el desayuno se sabe lo que va a ser el almuerzo, y entre el primero y los demás, nada de lo que digan los participantes hará cambiar el voto que ya tiene definido desde hace mucho tiempo el 95% de los que van a ir a las urnas.
Que se mantengan unos pocos está bien; eso ayuda a las finanzas de los canales tanto privados como oficiales, pero que sean unas jornadas de verdadero debate, de confrontación, de respetuosa pero fuerte controversia, de rigor verbal, y no esas reunioncitas de amigos donde solo faltan el té y las galletitas.