Betsabé fue despedida tras la firma del acuerdo. Su lucha ha sido silenciada por la historia, pero 100 años después siguen vigentes, las consignas de esta pionera.
El 12 de febrero de 1920 estalló la primera huelga textil en Colombia. Sobre un taburete de madera, a la entrada de la Compañía Antioqueña de Tejidos, en Bello, Antioquia, una obrera de pies descalzos arengaba a sus compañeras para suspender las labores, en protesta por las miserables condiciones en que desempeñaban su trabajo. Su nombre, Betsabé Espinal, edad 24 años. Eran los albores de la industrialización, en el contexto de la alianza entre terratenientes, importadores-exportadores e iglesia católica, que impusieron la letra de la Constitución de 1886. Con ella se sepultaban las conquistas logradas por el radicalismo, tales como: separación Iglesia y Estado y educación laica. En ese contexto, se afianzó la exclusión de cualquier oposición política a la gestión estatal. La producción manufacturera en el naciente siglo XX, que acabó con los talleres artesanales, daba ingreso a la inversión norteamericana en las concesiones petroleras y las bananeras, a la par que desplazaba el capital inglés apoderándose de los renglones de minería, infraestructura, transporte y bancario.
El crecimiento manufacturero se daba en condiciones semiesclavistas: míseros salarios, extensa jornada laboral, carencia de derechos en salud, educación, vivienda y bienestar de la familia. La empresa textilera, (primera gran fábrica del país copiada de Manchester) reclutaba para la delicada actividad de hilado y tejido, a mujeres solteras, campesinas adolescentes y menores de edad (para que las casadas no abandonaran el hogar, el esposo y el control moral de la familia). Tras más de 10 horas de trabajo las obreras salían “a descansar” al patronato: especie de internado, comandado por monjas de la Presentación y vigilado por el cura de turno. Donde hacían oración y costura, mientras les enseñaban a ser sumisas con el patrón y respetuosas con los hombres y las mantenían alejadas de la vida urbana. A decir de Ignacio Torres Giraldo “llegaban allí creyendo que iban temporalmente mientras su padre o hermanos lograban buenos trabajos y ellas volvían al hogar; o quizás se ganaran una lotería… retrasando así su conciencia de clase… para luchar por sus derechos”.
“Ni la violencia de los capataces, ni las súplicas del cura párroco, ni del obispo de Medellín y del alcalde de la ciudad capital de la provincia, pudieron detener el grito de rebeldía de las mujeres encabezadas por Betsabé y cinco compañeras más, que constituían el comité de huelga: Teresa Tamayo, Adelina González, Carmen Agudelo, Teresa Piedrahita, Matilde Montoya. Al contrario, estas valientes mujeres suscitaron la solidaridad de la comunidad y de algunos sectores de la prensa democrática de Medellín”. (1) Las 400 obreras salieron a la huelga y se constituyeron en comités, sus compañeros (110 hombres) hicieron caso omiso y tomaron las riendas de los telares. Los pobladores de Bello las apoyaron y acompañaron. Los patronos justificaban la exigencia de que fueran “patipeladas” en que el calzado de ellas desgastaba el pavimento de la fábrica con el roce al caminar. Y que sus salarios “parciales” (la tercera parte que el de los hombres) se debían a que el de ellas era complemento y no para sostener la familia en su totalidad.
Ellas demandaban: “i. Salario igual por trabajo igual o equivalente para hombres y mujeres. ii. Castigo del acoso sexual por parte de capataces y administradores. iii. Supresión de las multas por llegar tarde, estropear una lanzadera o herramienta de trabajo, enfermar sin previo aviso, distraerse en el trabajo o cualquier bagatela que se le ocurriera a un capataz. iv. Reducción de la jornada laboral de 18 horas y establecer el derecho a una hora para ingerir alimentos. v. Mejoramiento de las condiciones higiénicas en los lugares de trabajo. vi. Abolición de la prohibición de asistir calzadas condición que el capataz imponía para mantener la homogeneidad con las mujeres campesinas, quienes no usaban zapatos e impedir la pérdida de tiempo en el recorrido hacia la fábrica. vii. Terminación de la vigilancia constante y las requisas a la salida de la fábrica y el trato tiránico y despótico de capataces y administradores. Tres días después de iniciada la lucha, el Comité de Huelga visitó algunos de los periódicos de la ciudad de Medellín (El Correo Liberal, El Espectador y El Luchador) los cuales publicaron las declaraciones de Betsabé: no tenemos ahorros para sostener la huelga, solo tenemos nuestro carácter y el orgullo de nuestra voluntad y nuestra energía” (2).
“Tras 21 días de huelga se alcanzó un acuerdo, con la intervención de otros empresarios y las autoridades provinciales y del obispo de Medellín con el propietario de la empresa, quien accedió a todas las peticiones de las obreras, acordándose un aumento salarial del 40%, regulación del sistema de multas, jornada laboral de 10 horas y aumento del tiempo para el almuerzo, permiso para ir calzadas a la fábrica y el despido del capataz acosador y de los dos administradores”.(3) Betsabé fue despedida tras la firma del acuerdo. Su lucha ha sido silenciada por la historia, pero 100 años después siguen vigentes, las consignas de esta pionera.