En Suramérica el fenómeno migratorio más crucial del momento se vive desde Venezuela. Nuestro país es un paso obligado para quedarse o para seguir camino.
“Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar” (Serrat)
Las condiciones extremas del clima (glaciales), el agotamiento de los recursos por el crecimiento de la estepa, la sobrepoblación, el arrojo y la curiosidad llevaron a que el homo sapiens emprendiera una marcha hace 90.000 años desde las sabanas del África subsahariana, odisea que no cesa. Luego de varios ensayos con 40 o 60 colonizadores a cortas distancias, milenios después, partió un contingente de 150 pioneros/aventureros que portaba una revolución cultural lograda gracias a la mutación genética en sus condiciones físicas y en el campo cognitivo: ya estaba en capacidad de recorrer grandes distancias para transporte e intercambio de materiales o productos; manufacturaba su vestimenta con pieles de los animales que consumía, fabricaba herramientas de piedra y de madera para las lanzas y jabalinas de caza; se adornaba con abalorios hechos de conchas, semillas, huesos o marfil; celebraba rituales funerarios, controlaba y producían el fuego para su beneficio y para ahuyentar las fieras.
Pero lo trascendental era que había alcanzado el desarrollado de un lenguaje complejo, para transmitir conocimientos de manera deliberada y que poseía conciencia de la muerte y de la existencia individual. Hace 11.000 años sus descendientes llegaron hasta la Patagonia, cubriendo así todo el globo terrestre. Claro que no fue un proceso totalmente aséptico, se produjeron guerras, canibalismo, devastaciones; pero también cooperación, mestizaje y el intercambio de saberes entre al menos 6 grupos humanos identificados hasta hoy: entre otros, neandertales (en Eurasia), denisovanos (en Siberia) y homo sapiens. Estos aniquilaron a los demás, pero los otros siguen vivos en nuestros genes.
Hoy en día los movimientos migratorios siguen activos y casi por las mismas razones: catástrofes naturales o agotamiento del ambiente, sobrepoblación o el sueño de un mundo mejor. Aunque hoy tendríamos que sumar otros motivos: políticos, guerras internas o importadas, explotación de recursos naturales, drogas, derechos humanos. Estos movimientos generan cambios culturales, sociales, reorganizaciones y repoblamientos. El poblador de ayer es el paria de hoy, aunque viene del mismo Senegal, Malawi, Kenia desde hace 90.000 años; hoy va hacia el norte tras las huellas del colonizador que hace uno, dos, cinco siglos, saqueó sus riquezas, menoscabó su lengua, sus creencias, descompuso su cultura, lo vendió como esclavo. Como el cangrejo, la Unión Europea que había eliminado los pasaportes y unificado la moneda, hoy se debate por volver a restaurarlos, dejando las pateras a la deriva cargadas de “indeseables” inmigrantes africanos.
En Norte América Trump y su “América grande otra vez” desconoce el valioso aporte que los inmigrantes significaron para el desarrollo económico de EEUU (obviando que él y su esposa son o provienen de inmigrantes) apoya su campaña de reelección en construir el muro en la frontera con México (y que ellos mismos lo financien) calificando a los inmigrantes de delincuentes. A México llegan las caravanas de Honduras o Guatemala, huyendo de la violencia o la miseria en sus países; todavía creen en el sueño americano. Cientos de ellos han desaparecido en Puebla, Veracruz, etc., tras abordar tráileres que se “ofrecieron” a transportarlos a Ciudad de México; según el Defensor del Pueblo “los desaparecidos son vendidos a cárteles” (Le Monde Diplomatique/dic/2018).
En Suramérica el fenómeno migratorio más crucial del momento se vive desde Venezuela. Nuestro país es un paso obligado para quedarse o para seguir camino. Colombia comparte 2.200 kilómetros de frontera con Venezuela, 7 ríos, más de 20 poblaciones (3 capitales), riqueza minera, biodiversidad, son parte de esa poderosa región fronteriza que nos une. También se cruzan por esta porosa línea los grupos armados ilegales, rutas de narcotráfico, contrabando de petróleo y de productos de consumo diario; en las fronteras, potencialidades y problemas se comparten. Hasta noviembre del año pasado habían entrado a Colombia un millón de venezolanos o colombianos repatriados, aunque el 50% han pasado al resto de países al sur (según Kyenyke). Son 500.000 personas a las que Colombia les debe garantizar condiciones dignas, no sabemos si esto se esté cumpliendo pues en los semáforos vemos otra realidad. En la bonanza petrolera Venezuela recibió 5 millones de colombianos y les brindó trabajo, educación, salud y hogar. Hoy los inmigrantes venezolanos llegan a nuestro país cuando los déficits en todos esos rubros son endémicos. Las instituciones en Colombia son débiles y esto se refleja en pésimos servicios básicos a la ciudadanía, por eso es difícil creer que el país tenga músculo para atender ya no solo las demandas de sus connacionales, sino a esa especie de explosión demográfica que puede seguir creciendo, según el devenir en el país vecino.