En las elecciones de 2019 elijamos cuidadosamente -sin improvisar- un alcalde y unos concejales serios y capaces.
Si algo molesta a los medellinenses es que alguien diga que la ciudad no va bien, que alguien ose decir que el emperador está desnudo. Esa molestia no siempre es mala, pues nace de un regionalismo que cuando es bien entendido ha hecho que la ciudad supere con lujo grandes dificultades.
Sin embargo, como todo fanatismo, ese regionalismo cuando es ciego nos impide ver errores que es normal todos cometemos, nos venda los ojos para ver el amarillo y hasta el rojo del semáforo, nos encubre las señales que nos indican cuándo es el momento de virar, de escoger la ruta por la que debemos reencaminar el desarrollo ante los nuevos retos, problemáticas y posibilidades locales, nacionales y mundiales.
Medellín tiene hoy grandes logros comparada con la mayoría de ciudades de Colombia, fruto de buenas administraciones -unas mejores que otras- y de una dirigencia pública y privada que ha sabido anticiparse a las nuevas situaciones y que, pese a las normales rencillas internas, ha entendido que la única forma de salir adelante es trabajando unida hacia metas concertadas. Así hemos hecho las grandes y pequeñas obras que nos enorgullecen y son motivo de respeto mundial, así hemos salido de momentos oscuros.
Hay algo que nos ha distinguido a los medellinenses: Hemos comprendido que las polarizaciones nacionales históricas, si bien no las debemos soslayar, no pueden ser obstáculo para lograr acuerdos de ciudad. No es desconectarnos de las realidades nacionales, sino impedir que polaricen nuestro concepto de ciudad, nuestro trabajo mancomunado y nuestra visión de futuro.
Pero hoy Medellín esta fracturada. La gran polarización que vive el país ha permeado las decisiones de ciudad, al igual que las relaciones entre sus clases dirigentes públicas y privadas, entre sus estamentos incluyendo las familias y en general entre los ciudadanos. Ideologizar la ciudad nos está impidiendo pensar nuestro ámbito social y los acuerdos necesarios para retomar un rumbo que nos permita seguir en el desarrollo integral que traíamos. No es darle la espalda a las discusiones nacionales ni menos a la idea de ciudad inclusiva deseable, sino de darle a cada discusión su nicho distinguiendo competencias institucionales.
Por otro lado, Medellín está estancada, está atrapada en sus logros y éxitos pasados. Éxitos y logros que si bien hay que seguir sosteniendo y mejorando, son iniciativas de un pasado ya pasado; son acumulados históricos sobre los cuales hay que desarrollar más iniciativas de todo tipo; son potencialidades para crecer en esos y otros espacios sociales, éticos, económicos y de infraestructura que nos lleven a un salto cualitativo. Dadas las ventajas que tiene hoy sobre las demás ciudades de Colombia, Medellín no debe compararse con éstas sino con otras ciudades del mundo y ahí nos están superando en varios aspectos.
No estamos pensando a Medellín a mediano y largo plazo. Y tampoco es claro a corto plazo. Hay ideas por ahí, buenas, malas y regulares, pero fruto de esfuerzos segmentados en cuanto a temáticas y aislados en cuanto a quienes las piensan.
Por ejemplo, Medellín tiene un espléndido Metro con un visionario plan maestro y unos eficientes servicios públicos fruto de un esfuerzo ejemplar de años, pero Medellín no es un Metro ni unos servicios públicos. No es solo eso ni muchas otras obras y logros producto de varias administraciones y del trabajo responsable y solidario de su clase empresarial, de admirables organizaciones sociales y de sus ciudadanos.
Medellín es más que eso; puede y está obligada a ser más. Debe autocuestionarse sin temor, aprovechar sus ventajas y, en especial, retomar la construcción de una ética perdida entre estados financieros, encuestas fatuas y poderes sordos. Medellín está subutilizada y por eso debe dar ese salto cualitativo. La invitación es a pellizcarnos, a recuperar el empuje, a conectarnos con nosotros mismos sin dejarnos distraer por lo nacional pero sin olvidar que pertenecemos a un país con graves problemas a cuya solución debemos contribuir pero que también debe contribuirnos. Y claro, tampoco olvidar a Antioquia porque estamos hechos de Antioquia y nos debemos a ella.
Esa invitación incluye y concluye en un clamor: En las elecciones de 2019 elijamos cuidadosamente -sin improvisar- un alcalde y unos concejales serios y capaces, que nos unan y no que nos fracturen más, que lideren una ruta hacia una ciudad exitosa e incluyente que se nos está deshaciendo entre las manos.