Marché, hombro a hombro, al lado de mi hijo universitario. Ambos con el mismo entusiasmo, el mismo motivo, el mismo frío, la misma lluvia.
Los ciudadanos tenemos varias maneras de participar en el destino de nuestras sociedades. Hay mecanismos establecidos expresamente por las leyes que requieren ciertas formalidades. Pero hay otras maneras de participar implícitas en una democracia y en un estado social de derecho. Es el caso de la protesta social, una de cuyas expresiones son las marchas.
Marchar tiene dos connotaciones claves: La pluralidad y el avance. La pluralidad le da a la marcha comunidad de lucha, unión de ciudadanos en búsqueda de fines compartidos. Eso tiene fuerza, entendida en el buen sentido. Por otro lado, la connotación de avance sí que es poderosa: Una marcha se mueve, se dirige a un sitio, implica una meta. Además, tiene la ventaja de que pasa por muchos lugares, lo cual la hace más visible.
Me gustan las marchas. Cuando marcho me siento más ciudadano, me siento alimentando la democracia, me siento luchando por mi país, me siento más vivo.
Eso sí: Las marchas me gustan sin desmanes ni violencias de ningún tipo. Claro, es inevitable interrumpir por algunas horas los tráficos y en general la vida normal de otras personas. Igual sucede con las carreras de ciclismo y de atletismo cuando son por calles y carreteras, con los desfiles y carnavales, con algunos espectáculos públicos, con los recibimientos de deportistas y reinas de belleza, con las interrupciones viales por seguridad pública y con las ciclovías.
Hace poco escuché que la protesta social es el “looby” de los pobres, de quienes no tienen poder o de quienes no tienen cómo ser escuchados suficientemente por los poderes establecidos. Las marchas y la protesta social tienen que ser disruptivas, como lo son unas elecciones. Tienen que romper las rutinas. Son los ciudadanos ejerciendo ciudadanía, son la democracia que respira o, mejor, que tose. Por eso es absurdo regular la protesta social. Una marcha no se puede realizar en un “protestódromo”.
Las marchas son parte de la democracia y, aunque algunos piensen lo contrario, son muestra de una democracia sana, por vicios que pueda tener la nuestra. En Europa, en especial en Europa occidental, son comunes las marchas y protestas. Y nadie pega el grito en el cielo.
Las marchas pueden tener diversos objetivos. Cuando son para rechazar políticas, leyes, gobiernos, medidas oficiales o privadas, personajes o reivindicar derechos son protesta social. Son democracia viva. Son votos en contra cuando no hay votaciones formales porque no nos podemos pasar en éstas ni son la única forma de expresión popular. Las marchas son la voz del pueblo. Y por ahí dicen que la voz del pueblo es la voz de cierto ser muy importante…
Confieso que he marchado. He participado en numerosas marchas durante mi vida: En la universidad una vez (era privada) contra un decano que no me gustaba; contra el secuestro en general y por la liberación de dos secuestrados en concreto (Guillermo Gaviria Correa y Gilberto Echeverri Mejía); cuando mataron a Galán marché por calles de Medellín en la marcha más desolada y triste de mi vida; también he marchado varias veces contra la violencia y por la paz, entre otros motivos.
Sin embargo, siempre recordaré mi marcha más emocionante hasta ahora: La del pasado 10 de octubre en favor de la universidad pública, la investigación, la ciencia y la educación en general. He sido un convencido de la educación como motor de la transformación de las sociedades y, en especial, del papel clave de la universidad pública.
Soy egresado de universidad privada pero trabajé durante siete años en una universidad pública -la Universidad del Magdalena- y sé la importancia que tiene un establecimiento de ese tipo, no solo por sus misiones institucionales, sino como centro de una sociedad, en especial cuando está ubicada en una ciudad intermedia. Ha sido el trabajo más satisfactorio que he tenido, en felicidad solo equiparable a mis años de universitario. Me hace falta. Estudiar o trabajar en una universidad es beber diariamente en la fuente de la eterna juventud.
Pero además de los motivos públicos de esa marcha emparamada del pasado 10 de octubre en Medellín, hubo otra circunstancia que la convirtió en una experiencia inolvidable y que pocos pueden tener: Marché, hombro a hombro, al lado de mi hijo universitario. Ambos con el mismo entusiasmo, el mismo motivo, el mismo frío, la misma lluvia.
Cuéntale a mis nietos, hijo. Marcha con tus hijos, hijo.