Dice el título de esta columna, “Mamados”, y es así. Yo por lo menos estoy hasta la coronilla de oír hablar, o más bien despotricar
Cada que vivimos un invierno fuerte como el actual, y fuera de las calamidades tristes que afectan a miles de colombianos a lo largo y ancho del territorio nacional, se nos desnuda una verdad que no queremos reconocer o que no hemos alcanzado a dimensionar: a pesar de todos los esfuerzos, somos un país estructuralmente no competitivo, ya que después de cada época invernal, hay que reconstruir media infraestructura vial, y no nos pasa lo mismo con la infraestructura férrea, porque no existe. Y así no se puede ni hablar de competitividad ni mucho menos ser competitivos.
Y es que resulta elocuente lo que pasa con la llamada vía al Llano: va un poco más de un cuarto de siglo bregando a terminarla y no hemos podido, metiéndole y metiéndole plata para que cada tanto los derrumbes, como en el suplicio de Sísifo, obliguen a que hay que volver a empezar. Y lo que pasa es que la solución no es otra que abandonar este proyecto y hacerlo por otro trayecto donde los suelos lo permitan. Así de duro y de radical como suena. De otro modo, los costos de reconstrucción periódicos, sin dimensionar ni cuantificar los costos de oportunidad, nos seguirán llenando de frustraciones. Y esta reflexión para una vía del orden nacional se aplica también para las vías de Antioquia, hoy y siempre semi destruidas o destruidas en cada invierno, pero hay que reconocer que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Dice el título de esta columna, “Mamados”, y es así. Yo por lo menos estoy hasta la coronilla de oír hablar, o más bien despotricar, a los amigos o a los enemigos del senador Uribe. De oír hablar de Santrich. De oír hablar de las fumigaciones con glifosato. De oír hablar de la corrupción. De oír hablar de la inexistente lucha contra la corrupción. De oír hablar de falsos positivos (viejos y nuevos). De oír hablar del desempleo. De oír hablar de la ineficiencia e ineficacia de nuestra Justicia. De oír hablar de la institución más desprestigiada de todas, el Congreso Nacional. De oír hablar en contra de las Altas Cortes. De oír hablar del narcotráfico. De oír hablar de la JEP. De oír hablar de lo mala que es nuestra educación. De oír hablar de los pecados de la Iglesia. De oír hablar a nuestros expresidentes. De oír hablar a nuestros fiscales. De oír hablar del proceso de paz. De oír hablar de lo buenas que son las series de Netflix. De oír hablar de los realities y los concursos en la televisión. De oír hablar de Trump. De oír hablar de China. De oír hablar de Putin. De oír hablar de Corea del Norte. De oír hablar de Irán. De oír hablar de las dietas. De oír hablar de los feminicidios. De oír hablar de los asesinatos de niños y niñas. De oír hablar de la muerte de líderes sociales. De oír hablar de la intolerancia rampante. De oír hablar del cambio climático. De oír hablar del deterioro ambiental. De oír hablar de la inocua lucha contra las drogas. De oír hablar del Código de Policía. De oír hablar de Odebrecht, entre un sinfín de asuntos más.
Está bien que los romanos se tomaran muy en serio aquello de lo de “Pan y circo”. Sin embargo, en Colombia se nos ha ido la mano en la escasez de pan y en la mala calidad de los payasos.
Pasando a otro asunto, todos nos apesadumbramos, y cómo no, con la tragedia de Notre Dame, hace ya algunos meses. Sin embargo, echándole cabeza a las grandes tragedias históricamente registradas en la humanidad, en distintos momentos de tiempo, no tiene punto de comparación con lo que perdió la civilización humana con el incendio de la Biblioteca de Alejandría, el repositorio más importante del mundo antiguo del cual quedaron algunos textos, algunas reseñas y muchas cenizas.
Hoy el gran repositorio mundial es Google y es la entidad más respetada y empleada en el momento actual. Cualquier cosa que a uno se le ocurre averiguar, está ahí, disponible, a la velocidad de la luz y sin ningún costo. La tecnología ha posibilitado que nos alejemos de la escritura manual, del cálculo mental y de la disposición a investigar de manera elemental, al menos en las bibliotecas.
¿Qué pasaría si por alguna circunstancia Google dejara de funcionar? El incendio de la Biblioteca de Alejandría parecería, en perspectiva, una simple candelada y los humanos usuarios quedaríamos un poco rezagados ante la dependencia que hemos adquirido con este tipo de herramientas tecnológicas, haciendo que algunas destrezas de base hayan sido lamentablemente abandonadas.
Decía Einstein que, al morir, quien muere no se da cuenta que está muerto. Lo mismo sucede con los estúpidos: Son estúpidos y no se dan cuenta que son estúpidos. ¡Paciencia!