La caravana y los reiterados “tuits” de Trump que no hacen sino insultar y descalificar a los migrantes han puesto sobre la mesa un asunto con consecuencias no solo para México, sino para toda Centro América.
Sabemos lo que se avecina con la llegada a la frontera de no menos de 5.000 inmigrantes centroamericanos desafiando la orden de Trump de prohibir su entrada. Lo que sigue es toda una incógnita. El presidente ha procedido a enviar a cerca de 6.000 de soldados con la intención de frenarlos. Tijuana será el centro de los acontecimientos creando una crisis sin precedentes para las autoridades locales que no cuentan con los recursos para atender la avalancha. Bien lo decía alguien que no ha habido un fenómeno que haya cambiado tanto la cara de América Latina como la migración en la última década.
No es sino ponerse en los zapatos de lo que viven los caminantes para entender la angustia, las difíciles condiciones y la presión para lograr el objetivo cuyo resultado puede terminar en un gigantesco campo de refugiados. La caravana y los reiterados “tuits” de Trump que no hacen sino insultar y descalificar a los migrantes han puesto sobre la mesa un asunto con consecuencias no solo para México, sino para toda Centro América. Ante semejante desafío, los gobiernos de esos países han reaccionado desde la denuncia de fuerzas extrañas, hasta la descoordinación absoluta sin un plan ni presupuesto definido.
Muchas dirán que eso no es nuevo, solo que esta vez tanto el número de migrantes como la forma como se concibió la marcha, tienen un componente nunca antes visto. Como el cuento de García Márquez, se citó al pueblo en la plaza principal de Macondo y de allí comenzó lo que parecía una aventura que fue tomando fuerza con la llegada de más y más participantes a su paso por Guatemala y posteriormente por México. San Pedro Sula fue en realidad la población de origen.
Los líderes de la caravana han tratado de mantener al grupo unido con la creencia de que es más seguro avanzar aglutinados y de que ese sin precedentes número de desplazados envía un mensaje sobre las condiciones infrahumanas que deben soportar así como la pobreza y violencia que los obligó a salir de sus países. El tamaño de la caravana ha servido para mostrar la solidaridad de muchos ciudadanos dando de comer, suministrando medicinas, vestuario usado, agua y sitios públicos donde pasar la noche.
Ahora el desafío confronta a las organizaciones comunitarias de Tijuana, una puerta migratoria hacia los Estados Unidos que ha venido creciendo los albergues temporales. Con una capacidad limitada ya hacia mediados de la semana habían alcanzado el límite, sin saberse que va a pasar una vez arribe la multitud que se aproxima.
Lo que sigue es la esperanza de cruzar a territorio norteamericano y que el gobierno Trump ceda en su empeño de meterlos en campos abiertos y se les permita ingresar bajo la figura de asilados. Algo muy remoto. Si ello no es posible, habría un Plan B consistente en buscar trabajo en México y el siniestro Plan C es caer en manos de los coyotes, arriesgarse a ser detenidos y luego deportados si es que logran cruzar a salvo.
Mientras tanto la historia se repite con una segunda y tercera caravana que ha emprendido camino al norte. Y el cuento no termina.