A medida que la pandemia viene tomando fuerza, Washington y Beijing se lanzaron en una guerra de palabras y acusaciones poniendo en peligro la urgente colaboración para encontrar una vacuna y resucitar la economía en sus respectivos países
En tiempos de crisis los líderes sacan a relucir su capacidad de agrupar a los ciudadanos no solo de su país o región en torno a un propósito común. Nada fácil cuando lo único cierto hoy son las carencias e incertidumbre de corto plazo. Hoy se hace imprescindible que tanto los Estados Unidos como China den un paso hacia el trabajo común, dejando de lado los estereotipos y diferencias. No se trata de un concurso de quien se declara victorioso en esta batalla contra el virus.
A medida que la pandemia viene tomando fuerza, Washington y Beijing se lanzaron en una guerra de palabras y acusaciones poniendo en peligro la urgente colaboración para encontrar una vacuna y resucitar la economía en sus respectivos países. Trump y su Secretario de Estado Mike Pompeo con o sin razón, usaron términos descalificativos como el “virus chino” y el “virus de Wuhan” culpando al gobierno como responsable de su origen. Fueron más allá hasta censurar a las autoridades chinas por no haber informado con la debida anticipación sobre la aparición del coronavirus.
Entretanto las teorías conspiratorias antiamericanas y un chauvinismo promovido por los medios de comunicación bajo el control del gobierno chino fueron la contracara de esos ataques. También culpan a la administración Trump por haber minimizado las posibles consecuencias de la pandemia y llegar muy tarde con medidas para frenar su crecimiento.
La realidad es que ninguno de los dos ha salido bien librado de esta crisis. Los esfuerzos por mostrarle al resto del mundo que el modelo utilizado para contener la pandemia en China ha sido efectivo dejan muchas dudas. No hay quien haga un escrutinio de las cifras de personas contagiadas y el numero de muertos. Además, en varios países se cuestiona la calidad de los equipos y suministros de origen chino. El gobierno holandés encontró que 600.000 máscaras, “made in China”, no cumplían con los estándares de calidad. Hace unos días España y la Republica Checa dejaron de usar los kits de prueba pues los resultados presentaban errores.
Los Estados Unidos se convirtieron en el epicentro de la pandemia global con focos donde el número de contagios sube sin control. Nueva York, Detroit y New Orleans concentran la mayor cantidad de víctimas, no sólo porque los ciudadanos de la Gran Manzana no tomaron en serio la gravedad de la situación, sino que caso omiso de las recomendaciones del gobernador Andrew Cuomo, quien de paso ha mostrado un liderazgo serio y pausado. Además, hay que recordar que esa urbe tiene una densidad poblacional muy alta.
Trump se calificó así mismo como el presidente de la guerra siguiendo el ejemplo de algunos de sus predecesores que en su momento enfrentaron situaciones adversas. Nixon en 1971 le pidió al Congreso declarar la “guerra contra el cáncer”. Lyndon Johnson en 1964 emprendió una cruzada contra la pobreza. Reagan contra la droga. Aunque esos esfuerzos no lograron en su totalidad el objetivo, al menos hubo convicción y una intención manifiesta y decidida.
Históricamente, los Estados Unidos se han distinguido por la diplomacia y el liderazgo global, ausentes en gran medida en esta oportunidad. Luego del desplome de la Unión Soviética el gobierno norteamericano se enfrascó en una lucha con China por el poder comercial con una balanza a favor de Beijing teniendo en cuenta la dependencia de Occidente de sus cadenas de producción. “Si la pandemia termina en una recesión global y los Estados Unidos no logran manejar la recuperación de la economía, entonces el poder económico y político girará aún más en favor de China”.
Finalmente, aunque tanto Trump como Xi quieran pretender que no se necesitan, cualquier estrategia efectiva se enfrenta a la realidad de que las crisis engendradas por amenazas transnacionales requieren de un trabajo conjunto.