Lecciones de una tragedia

Autor: Alfonso Monsalve Solórzano
23 febrero de 2019 - 09:04 PM

La historia del siglo XX y de lo que va corrido del XXI, demuestra que el anzuelo del igualitarismo  y la colectivización de los medios de producción predicada por los comunistas solo ha conducido al hambre, y lo que es peor, al hambre como herramienta de control

Escribo el sábado por la mañana, así que cuando usted, lector, tenga en sus manos este artículo, se habrá librado un episodio más, quizá el más importante hasta la fecha, de la lucha de dimensiones épicas que libra el pueblo venezolano contra la dictadura mafiomadurista.

El sátrapa y su banda han hecho de todo para mantenerse en el poder en ese riquísimo país en el que se han robado todo, desde el petróleo y el oro hasta la vida de sus niños y de sus jóvenes. Y lo ha hecho porque saben que el peso de sus delitos es tal que su futuro, si pierden el control de su país, es la cárcel o el exilio, si es que rusos o chinos los reciben cuando ya no tengan nada más que ofrecerles porque serán moneda sin ningún valor, como el bolívar, al que convirtieron en algo menos que un papel carente de todo valor de transacción.

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Venezuela es tierra arrasada, no por la naturaleza, sino por el cataclismo de la incompetencia y el crimen contra sus ciudadanos, disfrazados de revolución. Si este fin de semana el asalto del pueblo venezolano contra sus opresores ha tenido éxito, estarán fluyendo las primeras seiscientas toneladas de ayuda humanitaria para satisfacer las necesidades esenciales de los más vulnerables entre los más necesitados: niños, enfermos y ancianos. Un acto simbólico de profundo contenido porque demuestra que el cerco por hambre a su propio pueblo se ha roto. El ingenio de los venezolanos para tejer mil caminos y redes de distribución será la muestra de que el tirano y sus cómplices ya no controlan su territorio, y que ni la represión, ni el chantaje, ni la mentira, podrán detener la democracia y el deseo de libertad que palpita en cada corazón patriota. Esperemos que no haya más represión. Cualquier muerte -como la de los dos indígenas en la frontera Brasil y Venezuela- es responsabilidad exclusiva de la tiranía, que tendrá graves consecuencias en el campo internacional.

Los colombianos vemos y sentimos la tragedia que se vive en Venezuela y nuestra gente ha demostrado su solidaridad con sus migrantes, consciente de que esa tierra acogió a millones de nacionales a lo largo de los años, muchos de los cuales se establecieron y prosperaron en ese país. Retribuir es propio de los bien nacidos.

Pero también están aprendiendo que el paraíso socialista no existe. La historia del siglo XX y de lo que va corrido del XXI, demuestra que el anzuelo del igualitarismo  y la colectivización de los medios de producción predicada por los comunistas solo ha conducido al hambre, y lo que es peor, al hambre como herramienta de control, al hambre inducida por el régimen para expulsar parte importante de  su población y asegurar la lealtad de un cierto número de sus habitantes a puntas de bolsa de comida, en una estrategia que es un crimen de lesa humanidad inventada en la Rusia de Lenin, replicada en la China de Mao, el Viet Nam de Ho, la Corea de Kim, la Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez y Maduro. Y sería la que se aplicaría en Colombia, en la lógica de destruir el aparato productivo, como ha ocurrido recientemente en Venezuela.

Esa misma historia enseña que el resultado de las revoluciones ha sido siempre la creación de una casta de individuos que se apropia de la riqueza social a nombre del socialismo, desembocando en la aparición de nuevas burguesías con el manejo absoluto del estado al que ponen a su servicio de manera tiránica, con total ausencia de libertades. Y en el caso latinoamericano, al surgimiento de una élite parásita que vive de los recursos que los odiados “gusanos” cubanos mandan a sus familias desde Miami y de depredar a otros, como hace el régimen de la isla con Venezuela. O de convertirse en un estado mafioso, al estilo del que maneja Maduro y su combo de altos militares y algunos acólitos civiles, que, no contentos con destruir su economía, trafican narcóticos con los grupos que se autodenominan revolucionarios en Colombia y se roban el oro y otros minerales estratégicos para venderlos en el Oriente Medio o a China y Rusia.

En fin, que la historia indica que el comunismo y el socialismo en realidad han producido miseria y corrupción a escala estatal. No se trata de que algunos dirigentes hayan tomado ese camino. Es que las condiciones sobre las que funcionan llevan necesariamente a ellas.

Los venezolanos aprendieron la lección. Aquí todavía hay cantos de sirena que pregonan esa clase de socialismo como una alternativa y avalan todos los métodos de lucha -el mayor aporte de Lenin a la estrategia para la toma del poder- para llegar a la dirección del estado.

Son los que no condenan a Maduro o lo hacen de mentiras, intentando señalar que el gobierno colombiano está promoviendo una invasión a Venezuela, algo que es falso, pero callan sobre la presencia de decenas de miles de asesores militares y agentes del servicio secreto cubanos y de centenares de asesores rusos en ese país.

Aquellos que silencian la gloriosa lucha de los estudiantes venezolanos por la democracia mientras incitan a nuestros jóvenes a que se imponga un gobierno que aquellos quieren desterrar para siempre.

Esos que hablan del principio de autodeterminación y de no intervención para defender la dictadura madurista, como si los países democráticos no pudiesen presionar para evitar y detener el mega crimen de lesa humanidad que se está cometiendo allí contra sus propios ciudadanos, como lo exigen los cánones del Derecho Internacional y del Derecho Internacional Humanitario, ya desde el Juicio de Nuremberg, que de hecho limitan la soberanía de un estado cuando su gobierno delinque contra su gente.

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Y no me cansaré de insistir. Es gente  que defiende esos procederes, la que quiere “salvar” la democracia colombiana, en las elecciones regionales y locales de este año de 2019 y en las nacionales  el 2022. Nada más falaz.

 

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