Las sombras de la democracia, a propósito de la emigración

Autor: David Roll Vélez
27 septiembre de 2018 - 12:03 AM

Es sano colectivamente entender las sombras de nuestras propias democracias.

Isaac Singer, un premio nobel de literatura del siglo pasado, escribió un libro llamado Sombras en el paraíso, en el que describía la vida de los emigrantes polacos judíos en Estados Unidos. Jorge Franco en Colombia publicó también Paraíso Travel, haciendo el mismo ejercicio con los colombianos de pocos recursos que viajaban a Estados Unidos. Con mi grupo de investigación de migraciones de la Universidad Nacional también logramos a través de relatos basados en entrevistas contar algunas historias de vida de emigrantes latinoamericanos en España a partir de la diáspora 1997-2007, en el libro: Iberoamérica soy yo, relatos de migración.

De su interés: Migración y democracia

Si se fuera a buscar alguna conclusión para la democracia en estos y otros textos similares, esta sería la de que el emigrante puede perder la fe en el sistema político de su país porque no le genera resultados para su vida, incluso cuando se trata de democracias, pero guardando la esperanza de que en otra geografía la situación sea diferente. Aunque en nuestra investigación hemos entrevistado colombianos en países claramente no democráticos o de democracias disfuncionales, tanto en Asia como en África, en general la emigración se da hoy en día hacia democracias prósperas, y el emigrante al principio cree que ha llegado a una especie de paraíso.

Recientemente en el programa semanal que realizamos para la Fundación Scalabriniana, en la emisora Latinoamérica digital Radio Migrante, un invitado que trabaja en una misión en Cúcuta, nos contaba como los venezolanos tienen una idea similar cuando llegan a Colombia, pero más acentuada. Así como allá no había muchos impuestos y bastantes subsidios en la bonanza, algunos cruzan la frontera pensando que los buenos tiempos de la economía colombiana suponen que la situación será igual. A pesar de los grandes esfuerzos públicos y privados que se están haciendo no demoran mucho en encontrarse la mayoría en situaciones dramáticas por la magnitud del fenómeno migratorio y las difíciles realidades que el propio pueblo llano en Colombia debe enfrentar para la diaria subsistencia.

Quienes vivimos en el exterior y decidimos volver a Colombia por uno u otro motivo en general tenemos más claridad que los locales de siempre sobre lo que son las sombras de la democracia en el país que nacimos y al que regresamos. Jung, un alumno rebelde de Freud, decía que los seres humanos necesitan para su equilibrio aceptar sus propias sombras. Y una cuestión dicha por todo retornado, los cuales entrevistamos también con frecuencia, es que se toleran mejor las sombras de la democracia propia que las del “paraíso ajeno”. Es decir, de alguna forma el emigrante procesa mentalmente su país de origen desde fuera con una claridad que no puede tenerse sin la emigración, y este es uno de los motivos por los cuales la nostalgia se intensifica, por lo menos en el caso de los colombianos que venimos entrevistando en 30 países por más de 10 años.

La conclusión terapéutica para las democracias contemporáneas para Jung sería, si como su maestro Freud le hubiera extrapolado a la política sus conclusiones de la sicología individual, que deberíamos colectivamente entender las sombras de nuestras propias democracias y aprender a vivir con ellas como parte de una realidad innegable y que en esa medida se pueden combatir sus efectos negativos. La comparación catastrofista permanente de  esa realidad con un ideal mental de lo que debe ser nuestra propia democracia no parece positiva para una  sociedad como no lo es para el individuo.

Basta tomar la prensa y revisar las redes para ver como muchos señalan a las sombras de nuestra democracia como una sentencia de fracaso. Pero también puede verse de que modo un buen número también, quizá menor eso sí, reconocen la existencia de esas sombras como parte del todo que nos legó la historia, sin caer en catastrofismos ni optimismos ingenuos.

Vea además: El centro de Medellín es recuperable

Varía mucho con la edad, la condición económica y la ideología, pero sin duda quienes escribimos y podemos ser leídos en mayor o menor medida, quizá sí tenemos que jugar un papel específico en este cambio de enfoque. La democracia imperfecta es una de las duras realidades que el ser humano tiene que enfrentar, como la mortalidad, la tristeza ocasional y sobre todo la incapacidad de entender plenamente las cuestiones complejas de la vida. Es decir, de la misma manera como Tahar Ben Shahar y otros doctores de la felicidad han demostrado una adecuada combinación de optimismo, realismo y resiliencia es clave para los seres humanos que quieren ser felices o menos desdichados, la llamada gobernabilidad democrática quizá dependa menos de la economía, las instituciones o la cultura política, que de ver esas sombras colectivas con una mezcla adecuada de esos mismos tres ingredientes.

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