Las empresas de servicios públicos con sus abusos y arrogancia son una dictadura, una tiranía disfrazada dentro de una democracia formal.
Para que exista una dictadura no se requiere que el poder de un país esté concentrado en manos de una sola persona o grupo que, además, abusan y hacen lo que se les viene en gana sin escuchar ni tener en cuenta las voces de los ciudadanos.
Hay muchas formas de dictaduras o despotismos o tiranías, todas en oposición al concepto de democracia, tomada ésta en un sentido amplio, es decir, orgánico, universal, material, cotidiano y vivencial. No solo formal, como ir ciertas fechas a votar por alguien porque eso no es por sí solo democracia.
Las democracias nunca serán perfectas, pero cuando hay voluntad uno de sus atributos es estar en su constante búsqueda lo cual implica ir corrigiendo sus desviaciones grandes y pequeñas.
Sin embargo, cuando hay desviaciones o actos dictatoriales de manera permanente sin que haya ni siquiera esfuerzos por ser corregidos, se presentan dictaduras o tiranías reales pero disfrazadas o escondidas dentro de la democracia formal. Son las peores porque no son tenidas como abusos, lo cual hace que nunca se denuncien y entonces persistan en el tiempo hasta el punto de ser vistas como normales.
Son varias, pero acá solo me ocuparé de una que en Colombia nos mantiene subyugados o, mejor, apabullados y aplastados: La ejercida por las empresas prestadoras de servicios públicos, estén en manos oficiales o privadas con la supuesta vigilancia del Estado.
Esa sensación de impotencia ante una cosa grande y poderosa sin ojos ni boca ni oídos y que se hace sentir con arrogancia cuando nos llega una cuenta muda; que se hace sentir cuando omite sus servicios o cuando los presta de manera ineficiente. Nada qué hacer. Tocó pagar. Es muy rara la vez que algún reclamo es escuchado y que cuando lo es sea resuelto a favor o que cuando sea resuelto a favor -que es casi nunca- sea oportuno.
“Una cosa grande y poderosa sin ojos ni boca ni oídos y que se hace sentir con arrogancia cuando nos llega una cuenta muda”.
Dígame el lector si eso no es una dictadura, una tiranía, un despotismo.
Cuando usted va a un almacén y compra algo que resulta defectuoso o no se lo entregan o le cobran más de lo anunciado por lo general tiene de frente al vendedor y al menos cuenta con quien hablar, discutir, perder o ganar. Pero con estos monstruos ocultos nada qué hacer: no hay ni siquiera interlocutor, no hay cara. O a veces sí hay: ese invento como de ultratumba que llaman “call center” donde da lo mismo que sea un contestador automático o una persona real porque actúa como robot: lugares comunes, respuestas recitadas y sin capacidad para resolver nada. “Cumplen” con la atención al público con un simple sistema que muchas veces ni está dentro del país. Se burlan de nosotros. Son un muro de los lamentos.
O dígame amable lector (tome aire) cuando uno llama a esos diabólicos cero-uno-ochomil donde luego de marcar varias veces porque en “este momento todos nuestros operadores se encuentran ocupados” empiezan por robarle sus datos (más) y usted se mete en un interminable y tortuoso juego de números que si se trata de esto marque este y cuando ya en éste si es aquello marque tal opción y así en un sucesivo y desesperante laberinto donde usted se siente como buscando el Minotauro sin rastro de hilo en un pulso a ver quién se cansa o se pierde primero que por supuesto es usted si es que antes no se le cae la llamada y le toca volver a empezar la pesadilla que está advertido es grabada vaya usted a saber si es cierto y de serlo para qué diablos.
Es más fácil comunicarse con esas empresas por medio de una tabla “ouija”.
Las empresas de servicios públicos por lo general lo tratan a usted como un cero a la izquierda mientras ellas le ponen ceros a la derecha.
Y en ciertos lugares es peor. Hace poco en una sesión del Congreso decía la señora ministra de Minas y Energía que en la costa caribe las cuentas llegan tan altas porque allí la gente se roba la energía, ¡háganme el bendito favor! Y horas más tarde la señora superintendenta del ramo expresaba en un noticiero de TV (Pregunta Yamid) que ese alto costo se debía a que como “no pudieron” hacer las lecturas Electricaribe había facturado promediando los últimos meses que incluyó un mes atípico de mayor consumo como es diciembre -¡síganme haciendo el bendito favor!- pero que de todas maneras la empresa estaba atenta a escuchar los reclamos y a solucionar todo, ¡no me hagan más benditos favores por favor que esa película de terror ya la hemos visto mil veces!
Y esto y otros casos de abusos dictatoriales pasan con muchas empresas de servicios de telefonía fija y móvil, acueducto y por supuesto energía.
Las acciones y omisiones de las entidades prestadoras de servicios públicos son una violación al Estado de Derecho, son un estado de cosas inconstitucional como varias veces lo ha declarado la Corte Constitucional para otras conductas repetitivas que ocasionan daños constantes en el tiempo.
Entonces uno se pregunta por qué nunca pasa nada, qué poder inmenso tienen estas entidades que son intocables; qué sucede con las superintendencias, con las procuradurías, con las contralorías, con las personerías, con las defensorías, avemaría; qué sentido tiene luchar por alzas en el salario mínimo y en cualquier salario si todo se resulta yendo por ese agujero negro.
Abusan y no saben no responden. Violan los derechos más mínimos del ciudadano que impotente no tiene más remedio que pagar lo que le piden sin ni siquiera recibir una explicación.
¿No es eso una dictadura dentro de una democracia formal?
Cargo fijo: Lloremos juntos amable lector. Esta columna idéntica con todas sus comas y puntos la pude haber escrito hace 10 años y la volveré a escribir idéntica dentro de diez años.