La mentira como arma política está de moda en Colombia. Es el arma predilecta de la izquierda radical para ocultar los crímenes propios, pero también para desacreditar a los oponentes
La verdad, decía Aristóteles, es decir de lo que es, que es; y de lo que no es, que no es. Esa en última instancia es la definición de verdad objetiva. Otros han puesto en duda ese concepto, postulando que la verdad es un acuerdo, por lo menos en las comunidades científicas, porque lo que es verdadero es lo que una comunidad de ese tipo, en un campo del saber, determina como verdadero. Por ejemplo, la física clásica consideraba el tiempo como absoluto, mientras que en la física de Einstein es relativo al movimiento. Es decir, las teorías científicas pueden ser refutadas y sustituidas por otras. Pero, tanto el procedimiento de refutación como el de verificación dependen de la observación de hechos que nadie pone en duda.
Lo contrario a la verdad es la falsedad. Así mismo, la mentira es afirmar una falsedad como verdad a sabiendas de que no lo es; de lo que se sigue que mentir es engañar. Las mentiras forman parte de la práctica social humana. Las hay de todo tipo, por ejemplo, las piadosas, esas que se dicen para no agravar un dolor físico o sicológico de alguien; o las infames, que buscan engañar a otro con el propósito deliberado de manipularlo.
Desde el punto de vista de la pragmática lingüística, que estudia la manera como se produce la comunicación y la forma como se interpreta ésta en un contexto determinado, toda información que da un sujeto a otro presupone la verdad, porque de lo contrario sería imposible determinar si lo que dice corresponde a los hechos o no. Si no fuese así, sería imposible el conocimiento.
Pues bien, en política, la mentira, la falsedad deliberada se usa para engañar a una persona, un grupo o a la sociedad entera. Quien miente, falsea los hechos para cubrir sus próximas acciones o para justificar las pasadas, o ambas.
En una situación como la de la negociación con las Farc, la exigencia de la verdad debía estar ligada al resarcimiento –parcial, porque nunca podrá ser total – de las víctimas, a la admisión ante la sociedad de que se cometieron delitos imperdonables. Y como una garantía –parcial- de no repetición. Parcial, porque alguien puede decir la verdad y volver a delinquir. No obstante, la admisión de la verdad hace que sea más difícil el crimen porque la sociedad queda advertida de lo que fue capaz de hacer un delincuente o una organización delictiva que está en proceso de reinserción.
Por eso es tan grave que las Farc mientan a pesar de que se comprometieron a decir la verdad:
La senadora Ramírez, del Partido Farc, dijo que la guerrilla no había hecho reclutamiento forzado de niños; que todos los que allí habían estado, lo habían hecho por voluntad propia.
“Según un informe del Observatorio de Memoria y Conflicto (OMC) del Centro Nacional de Memoria Histórica 17.778 niños, niñas y adolescentes fueron reclutados y utilizados por los grupos armados legales e ilegales. El 25,89% corresponde a niñas y adolescentes mujeres, mientras que el 71,27% a niños y adolescentes hombres. El OMC estableció, además, que de ese total 4.857 pertenecieron a las guerrillas y 1.581 a los paramilitares” Y para el colmo, convertían a las niñas en esclavas sexuales (https://centrodememoriahistorica.gov.co/tag/corporacion-rosa-blanca/).
Dijeron, además, que los abortos eran voluntarios: La senadora Victoria Sandino dijo que “El aborto fue una práctica que, en las condiciones que estábamos, tuvimos que vivir. Más que el aborto era la decisión de la madre de tener o no a sus hijos. Si los tenía, la mayoría de las veces tenía que irse, porque o se iba con su hijo a tenerlo, o tenía que dejarlo por fuera después de que naciera, porque en las condiciones de la guerra era imposible tenerlo. Entre las reglas era obligatorio planificar” (https://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/victoria-sandino-habla-de-los-abortos-en-las-farc-102740).
Todo el tiempo han defendido que no tuvieron secuestrados, sino retenidos. La palabra “retenido” busca esconder la verdad de la crueldad e ilegalidad del acto de tomar a un civil por la fuerza, meterlo, llevarlo a un agujero y someterlo a toda clase de vejaciones, sin que haya cometido un crimen, ni haya sido sometido a juicio por un tribunal de justicia. Y no se trató de una práctica en baja escala. Sólo entre entre 1970 – 2010 se considera que fue el presunto autor de 9.447 secuestros y autor confirmado en 3.325 (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013). Peor, aun, de este número, se considera que asesinó a más de 500 (https://es.panampost.com/felipe-fernandez/2019/09/24/farc-muerte-500-secuestrados/).
Ahora bien, lo que sí es inaceptable es que la JEP hable de “retenidos” y no de secuestrados. Ese esguince a la verdad en el lenguaje es atroz, tratándose de un organismo que se supone, contribuye a la reparación en el conflicto.
Estos son apenas unos ejemplos, pero, la realidad es que la mentira como arma política está de moda en Colombia. Es el arma predilecta de la izquierda radical para ocultar los crímenes propios, pero también para desacreditar a los oponentes. Individuos de la extrema derecha, hacen lo mismo, incluso con dirigentes de derecha que no comulgan con sus métodos, ni sus ideas exaltadas. Las redes son usadas masivamente para calumniar.
La saturación de infundios hace que se vuelva normal falsear los hechos, pero, no lo es, en manera alguna. La mentira, el engaño, la calumnia, pueden llevar al país a la encrucijada en la que populistas de izquierda o de derecha acaben con nuestra ya maltratada democracia. Comenzando porque hay unos que se llaman decentes que hacen de la indecencia un estilo de vida, o nos convocan a la hora de la verdad para escuchar sus diatribas sustentadas en la retórica de la pasión irreflexiva.