¿De cuándo acá nos debe dar pena o temor decir que somos éticos y menos el divulgarlo?
El ‘buen actuar’, ya sea ético, moral, legal o solidario, siempre tendrá sus líneas grises y también sus divergencias según el contexto cultural, religioso, legal, político, histórico u ocasional. La diferencia entre el bien y el mal ha sido una de las grandes discusiones en la historia de la humanidad.
Me atrevo a afirmar que en los últimos tiempos ha habido cierto consenso universal sobre qué es bueno o malo: Toda conducta que vulnere o ponga en riesgo la vida, la convivencia pacífica y el bienestar vital es, a muy grandes rasgos, un mal actuar, y lo contrario es un buen actuar. Es una síntesis simple pero de eso se trata: de descomplejizar ideas. Incluso, soy más simple si afirmo que bueno es todo aquello que conlleve a la vida y malo es todo lo que la vulnere. Esto, porque convivencia pacífica y bienestar vital implican vida, o vida digna que creo indisolubles éticamente.
Pongo a la vida como valor supremo porque es el máximo derecho: abarca a todos los demás. Sin vida no pueden existir los demás derechos, en ella se posan todos, la vida es su único recipiente.
Digo a ‘grandes rasgos’ porque en varias circunstancias una vida puede entrar en conflicto con otras vidas lo cual lleva al difícil dilema de escoger. Son las líneas grises o divergencias que ya expresé: Tal es el caso del ataque a otra u otras vidas para defender la propia o la de otros en situaciones particulares o en guerras; las creencias religiosas que incitaban a sacrificios humanos para buscar bienestar colectivo practicados por algunas culturas; las leyes que permiten la pena de muerte como forma de castigo o de impedir la vulneración futura de otras vidas; la misma eutanasia o el aborto en ciertos casos; en fin, son muchas las circunstancias en las que se enfrentan dos vidas, en que se permite o tolera vulnerar vida en favor de vida.
Puede que el solo plantear ese dilema entre vulnerar una vida por otra nos parezca bárbaro, pero hay tres elementos a tener en cuenta: Épocas, creencias y situaciones. Por simple que aquí, hoy y a algunos nos parezca atroz acabar con cualquier vida, es un dilema que no es sencillo juzgar.
Aprovecho esta reflexión sobre el dilema de acabar una vida con el objeto de defender o permitir otra u otras vidas -reflexión estrechamente relacionada con la ética, la moral y la ley- para hablar sobre la trampa que en ocasiones nos ponen a quienes “osamos” tratar estos temas tan difíciles y que a varios arden.
Se trata de una táctica que ha sido costumbre para atacar a quienes hablamos pregonamos y hasta “predicamos” sobre ética, moral y legalidad: Aducir que nos creemos impolutos o ángeles. Me ha sucedido a mí varias veces, que de angelical no tengo nada.
Claro que no somos inmaculados, pero intentar controvertir una discusión tan profunda -y hoy tan oportuna- usando el atrevido y simple argumento de que uno se cree el más puro por tocar esos temas y por denunciar las corrupciones y las conductas antiéticas es una trampa en la que no podemos caer. Y es fácil caer en ella en una sociedad como la nuestra en donde a la falta de carácter se suman la admiración por la viveza y el fin por encima de los medios.
Estoy seguro de que todos quienes recurren a zanjar de un tajo tal discusión con ese argumento temerario y vacío no son todos antiéticos ni corruptos ni ilegales. Simplemente tienen una “ética insegura”, por inventar una expresión. Pero muchos sí lo son, y es la manera de exculparse de lo que hicieron, hacen o tienen pensado hacer. Es un residuo de la común expresión infantil “¡mamá, pero Pedrito también quebró un jarrón!”, expresión que tuvo su versión histórica en Colombia cuando Pablo Escobar en el Congreso, en contubernio con sus socios narcopolíticos, le blandió un cheque al ministro de justicia Lara Bonilla que supuestamente éste había recibido del narcotraficante Evaristo Porras: “¡Usted también recibió ministro!”. Pretendían callarle la boca y como con eso no pudieron lo callaron a bala.
Lejos el puritanismo y también el moralismo cuando es hipócrita o invade la vida privada que no daña a los demás. Pero en este momento oscuro tan profuso de corrupción y conductas antiéticas que vive Colombia, así no nos van a callar a quienes hablamos de ética y legalidad. ¿De cuándo acá nos debe dar pena o temor decir que somos éticos y menos el divulgarlo? Quizá sea la costumbre social, pero hay que modificar la costumbre social si queremos que esto cambie.