La tierra, el territorio donde se nace, se vive, se muere
“Dejaré atrás un pedazo de mí mismo.
Yo, nosotros, éramos la tierra.
Somos la tierra”.
Lo escribió el gran Manuel Mejía Vallejo en su primera novela con uno de los títulos más bellos de nuestra literatura: La tierra éramos nosotros.
La tierra está en el corazón del ser humano y el corazón del ser humano es la tierra. La tierra, el territorio donde se nace, se vive, se muere. El ser humano puede ir por ahí, viajar, vivir en otro lugar diferente al que lo vio nacer, y todos esos lugares son “tierras” que se le van quedando adheridas al alma e, incluso, que le van dando forma -sí, forma- a esa alma creciéndola, cercenándola o abriéndola en las tres heridas del poeta-pastor Miguel Hernández: “La de la vida, / la de la muerte, / la del amor”.
Y entre tantas causas por las cuales la humanidad ha iniciado guerras de todo tipo, entre tantos motivos que nos han llevado a matarnos en el transcurso de la historia, hay uno que sobresale por su recurrencia: la tierra, el mayor tesoro y también botín.
¿Cuál tierra? La que sea: el territorio de ese gran imperio, de esa raza o de esa tribu; la tierra labrantía “abierta a golpes de la mano mía”; la tierra donde crecen el maíz y el plátano, la morera para que el gusano teja la seda, o la guayaba para que exhale su olor, y la coca y también la amapola…; la tierra bajo la cual están el oro, las esmeraldas, el petróleo, los diamantes y el agua que brotará. Y donde están nuestros muertos.
“Puesto que nadie quiere irse, nos iremos solos” [le dijo José Arcadio a Úrsula cuando quería fundar otro Macondo menos aislado]. Úrsula no se alteró. -No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo. -Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Úrsula replicó, con una suave firmeza: -Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero”.
La tierra, la que sea: La tierra donde se construyen barrios y aeropuertos, las iglesias, las mezquitas, las sinagogas y los tótems; los bohíos, las malocas, los grandes hoteles y los rascacielos; los sueños…
La tierra donde podemos ser más: nos multiplicamos. La tierra donde podemos ser menos: nos morimos o nos matan. La tierra que polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Esta tierra americana a la que vinieron de otra tierra hace 500 años. Vinieron por lo que crecía en ella y por lo que había debajo de ella. Y entonces masacraron tribus enteras para robarse miles de dorados y de paso destruyeron dioses y lenguas.
La tierra, esta tierra colombiana por la que se ha luchado violentamente desde hace 200 años, qué digo, más de 500: a veces con espejitos, a veces con reales cédulas, a veces con estafas, a veces con leyes, a veces con sangre.
Esta tierra de donde nos desplazan con violencia o con vanos sueños o con ignorancias. Esta tierra es la gran causa de todas nuestras guerras porque en esta tierra es donde se puede hacer algo o impedir algo, es el poder… Esta tierra donde se hacen fuertes las bandas criminales, los ejércitos ilegales y legales; el Estado o los paraestados, los gamonales y los caciques de todo; los señores de la guerra y los de la paz, y los dioses, los espantos y las leyendas.
Porque en esta tierra, territorios, es donde están los muertos comunes, el pasado, la raíz, la semilla, el alimento para el hambre y para la esperanza de una mejor vida. En esta tierra, territorios, se han librado las batallas para matar, yacen las minas antipersonales para desminar, está la paz para construir.
Pese a los tropiezos se ha logrado mucho por la paz desde Bogotá, que también fue tierra: la tierra de Bochica, de Bachué y del Zipa. Pero la tierra de Colombia no es un escritorio o unas curules o un estrado judicial en una capital gris. Colombia es campo y montañas, llanos y selva, valles y páramos, tejido de ríos y dos mares.
La tierra éramos nosotros. Y la tierra seremos nosotros si en verdad esta paz firmada aunque vapuleada por venganzas, politiquerías y santanderismos se consolida y explaya en el mapa, si se introduce en todos los rincones, si logra que todos sus habitantes se sientan colombianos-ciudadanos. Si esta paz permite que ser colombiano pase de ser un simple gentilicio a un título… de dignidad.