La cárcel de Río Cedro, pueblito del Caribe colombiano, es hoy una maravillosa biblioteca púbica. Llamado a donar libros a las bibliotecas de los pueblos que visitemos.
Todos los viernes a las cinco de la tarde Luz Mary y un grupo de niños van a la playa, se sientan en la arena y luego de leer en voz alta un cuento o el fragmento de un libro, conversan sobre el contenido, su comprensión y las emociones que les generan durante una hora, antes de que el sol desparezca engullido por el mar Caribe al son del rítmico meneo de las olas y entre la brisa briosa. El plan se llama “La playa cuentera”.
Sucede en el alejado corregimiento Río Cedro, a media hora del municipio de Moñitos, Córdoba.
Río Cedro es un tranquilo y pintoresco pueblo ubicado a orillas del mar que puede no alcanzar los 900 habitantes. Luz Mary Cavadía es la directora de la Biblioteca Pública Rural Río Cedros (“Cedros”, dice el letrero de la fachada) y, como este, se ha ideado varios programas para incentivar la lectura y el amor por los libros, no solo en los niños, sino en todos los habitantes del pequeño poblado.
Por ser época de vacaciones la biblioteca estaba cerrada, pero aquella tarde pronta a dar paso a la noche, Luz Mary gustosa nos la abrió a tres curiosos cachacos. Allí, cuidadosamente ordenados y clasificados, se encuentra una llamativa cantidad de libros que según las estadísticas que lleva Luz Mary son aprovechados por un buen número de lugareños, en especial niños.
Digo llamativa cantidad de libros y buen número de lugareños teniendo en cuenta el bajo índice de lectura de Colombia -aunque ha subido en los últimos años- y a que uno pensaría que no es propiamente la lectura la actividad que más pudiera ocupar a los habitantes de Río Cedro, debido al tamaño del pueblo y a los afanes económicos inmediatos de sus habitantes. Equivocado, muy equivocado y apuesto a que muchos de ustedes también.
Sin duda, hay pobreza económica como en tantos pueblos de nuestra región Caribe que bien conozco y donde he vivido, pero hay riqueza de espíritu que se nota en el trato, avidez intelectual y curiosidad por conocer el mundo, no solo a través de los libros, sino también de varios computadores con buena conexión que completan la biblioteca.
Además, la historia de la biblioteca de Río Cedro es una paradoja: Hasta hace algún tiempo allí funcionó la inspección de policía, incluyendo la cárcel. Hoy no hay policía ni cárcel pero sí biblioteca. Quizá podamos decir que a más bibliotecas menos cárceles. No sé qué tan cierto sea, pero suena lógico y queda bonita la frase. Al menos en el sosegado Río Cedro es una realidad. De fisgón que soy, abrí uno de los pequeños y oscuros calabozos que hoy, sin uso, comparten techo con libros y lectores.
Cuando supe la historia de la “biblioteca por cárcel” de inmediato saltó mi espíritu de contador de historias para narrarla en una columna. Conté mi intención y me dijeron que ya se me habían adelantado: Héctor Abad Faciolince, quien por azar estuvo en la biblioteca hace varios meses, escribió una columna sobre la misma. ¡Palabras mayores!, dije. No lo sabía, pese a que procuro leer siempre su columna en El Espectador. Sin embargo, a una biblioteca como la de Río Cedro jamás le sobra una columna de prensa y hasta para más que columnas da. Ya veremos…
Pero aquella tarde caribe de libros, olas, brisa y biblioteca me tenía otra sorpresa más: Una de mis acompañantes me mostró en el lugar de novedades mi libro De Bolombolo a Aracataca, cuyo prólogo es precisamente una generosidad de Héctor Abad, a quien tanto admiro y estimo. Mi libro ya no es una novedad porque fue publicado hace cerca de siete años, pero para la biblioteca de un lugar como Río Cedro cualquier libro que llegue es una novedad. Por eso mi llamado es a colmar de “novedades” las bibliotecas públicas y de todas las instituciones de los sitios que por cualquier circunstancia visitemos.
¿Cuántos de nosotros ya sea por paseo u otros motivos no viajamos a pueblos y regiones de nuestro país? Qué bueno que todos salgamos de nuestras casas con tres, cuatro o más libros nuevos o viejos pero en buen estado y busquemos las bibliotecas de esos lugares a donde viajamos o por donde pasamos para irlas llenando de libros. Eso sí que es ir construyendo país.
Recibimos libros en la Biblioteca Rural de Río “Cedros”. Libros individuales, colecciones, enciclopedias que ni usamos porque muchos las reemplazan por Internet o porque son para niños y jóvenes que ya crecieron. También nuevos, ¿por qué no?