La angustia de no tener nada en la despensa no da espera. Esa es la tragedia que millones están viviendo en todas las latitudes.
Quienes lean esta columna muy posiblemente ya tengan algo en su estómago. Pero al mismo tiempo hay tantos que amanecen sin nada que comer. La solidaridad humana se ha visto pródiga en estos tiempos de escasez con miles de personas que les han aportado a los pobres en cientos de miles de ciudades. Son alivios temporales pues el hambre no es cuestión de semanas sino una tragedia diaria. La angustia de no tener nada en la despensa no da espera. Esa es la tragedia que millones están viviendo en todas las latitudes.
Las escenas varían de país a país. En los Estados Unidos parece paradójico ver larguísimas filas de vehículos, la mayoría de los cuales serian la envidia del Tercer Mundo, esperar pacientemente a que llegue el turno donde un voluntario coloca el paquete con ayudas en el baúl del carro. En Valencia España unos youtubers decidieron lanzar comida a varios sin techo. En Colombia los barrios populares se manifestaron colocando pedazos de tela roja en sus viviendas como sinónimo de falta de comida. En los últimos días, miles salieron a las calles con los mismos trapos rojos clamando la generosidad humana y recibir algunas monedas.
El contraste es la gran cantidad de comida que está siendo descartada pues no hay quien la recoja. Millones de galones de leche vertidas a la cañería en el Medioeste de los Estados Unidos. Granjeros obligados a dejar perder sus cosechas. Las plantas procesadoras de pollo no encuentran suficientes trabajadores debido a la propagación del virus y en consecuencia miles de aves tuvieron que ser sacrificadas. Igual situación está enfrentando a los productores de cerdo y ganado.
La razón es que gran parte de esos productos iban a las escuelas y restaurantes hoy cerrados por la pandemia. No es que haya una escasez de alimentos. Todo lo contrario, pero la logística y almacenaje en estos tiempos es algo para lo cual nadie estaba preparado. El resultado es que los bancos de alimentos que tradicionalmente sirven a los menos favorecidos no tienen suficientes inventarios.
En Latinoamérica la coyuntura lleva que, al perder el empleo, las familias que ahora son de clase media podrían caer en la pobreza. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina- Cepal “las poblaciones más afectadas por los impactos socioeconómicos del covid 19 son mujeres, estratos de ingresos bajos y medio bajos, trabajadores informales, empleadas domésticas, niños, población rural y pueblos indígenas”.
La misma Cepal pronostica que habrá casi 29 millones de pobres más en la región para finales de año. Se estima que los países que mostraran los mayores aumentos en su orden son Honduras (58%), Nicaragua (53%), Guatemala (51%), México (49%) y El Salvador (37%). No sorprende ver que todos están en la zona centroamericana teniendo en cuenta la desigualdad histórica allí existente, pero llama la atención que México haga parte de ese grupo.
Cuando hay una crisis económica uno esperaría que los gobiernos actúen rápidamente. Pero resulta que nadie sabe por adelantado cuánto va a durar y de que proporciones podría ser. Ciertamente, los gobiernos de todo el mundo han entregado dineros, unos más que otros a los pobres mediante transferencias monetarias temporales para al menos satisfacer unas necesidades mínimas. Sin embargo, ello no es sostenible en el corto plazo pues el endeudamiento de los estados tiene un límite.
La esperanza es que la reactivación económica haga sus frutos, aunque se sabe tomará tiempo. Entretanto, el hambre acosa y desespera. “Si no atajamos el hambre va a haber problemas sociales”. De hecho, ya se han presentado brotes de violencia y no es para menos. Los logros que se habían alcanzado en la reducción del numero de pobres se pueden reversar en detrimento de la tan anhelada justicia social.