La minoría oprimida oculta

Autor: Ricardo Chica Avella
2 junio de 2020 - 12:01 AM

Niños que crecen aterrorizados caminan por la vida temerosos a ver de dónde vendrá la próxima agresión. Consecuencias destructivas y costosísimas no solo para el sujeto sino también para las familias en las que tenderá a reproducir mecanismos neuróticos; e incluso para la sociedad

Cartagena

Cuando la asamblea general de las NU acordó la declaración de los DH en París en diciembre de 1948, doce países, significativa y patéticamente Europa comunista del Este incluida la URSS, Sur África y Arabia Saudita, de los 58 no la apoyaron; algo parecido a la que podría suceder en el Congreso colombiano con los derechos de los niños.

Desde entonces este principio organizador de la vida social se ha imbricado con movimientos de liberación de minorías oprimidas, por los derechos civiles de los afroamericanos, por los de la mujer, por los de los homosexuales. Pero hay un grupo social que, por no tener la capacidad de movilización y de vocería que todos estos que con toda justicia vienen reivindicando sus derechos tienen, permanece marginado: los niños, cuyos derechos son violados cotidianamente en miles de millones de casos en situaciones de miseria extrema o de conflicto, o por el simple hecho de estar inermes frente a sus padres abusivos violentos que los tratan como una cosa de su propiedad. Múltiples formas de explotación y de violencia física y psicológica son sufridas por esta minoría oprimida oculta entre los muros de la familia.

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El proceso que condujo a París 48 vino de avances como la declaración de la independencia en USA (aunque claro los hombre blancos eran más iguales que las mujeres y los negros) y la libertad-igualdad-fraternidad de la Revolución Francesa (aunque claro desató una violación violenta de los DH de los opositores a sus omnipotentes líderes y desembocó en el imperio napoleónico) hasta que, en gran medida gracias a la labor de una extraordinaria mujer (Eleonor Roosevelt), la Declaración Universal de los DH fue firmada por 46 países para venir a convertirse en la matriz de la cual desarrollar aplicaciones a diversas situaciones. En 1989 se firma el tratado Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño que promete a cada niño proteger y cumplir sus derechos, mediante la adopción de un marco legal internacional. En este tratado se incluye una idea profunda: que los niños no son objetos que pertenecen a sus padres y para quienes se toman decisiones, o adultos en formación. Más bien, son seres humanos e individuos con sus propios derechos. La Convención se convirtió en el tratado de derechos humanos más ratificado de la historia y ha ayudado a transformar la vida de los niños (Unicef).

Pero frente a los avances de los derechos de la mujer, muy poderosas fuerzas luchan por mantener una tradición de desconocimiento no solo de esos derechos, sino de las potencialidades de la mujer que al no asignarle la dignidad y aprecio por su persona y esas potencialidades, no se le ha permitido contribuir a la vida social, a un costo histórico incalculable para la sociedad. Un agente fundamental en la defensa de esa tradición en contra de los derechos fundamentales de no solo la mujer y los homosexuales sino también de los niños fue la jerarquía eclesiástica en repetidas expresiones de su magisterio. En el caso de la mujer, el problema que esa jerarquía se creó con el sexo (proyectando en la mujer pecaminosa las propias pulsiones, y mitificando la virginidad), y la misoginia desde la judía y de los esenios hasta Juan Pablo II, quien le faltó nuevamente al respeto pidiéndole, en una actuación efectista insustancial, perdón después de haber sido pieza clave en Humane Vitae y la exclusión de ella del sacerdocio. Una historia nutrida que pasa por Pablo, Agustín y Tomás y que se manifestó en horrores como la calumnia infame del papa Gregorio a María Magdalena, a quien desde Pedro se trató de marginar desconociendo su cercanía y compromiso con el Señor Jesús demostrada en su ser el testigo de la resurrección (descartado claro para afirmar el privilegio prietrino por el hecho de ser una mujer, un ser voluble en cuya seriedad testimonial no podía confiarse) en el sentido de que ella era la prostituta arrepentida. Toda esa historia de tratamiento como ser inferior llamado simplemente a llenar una función biológica como receptáculo de la semilla masculina alcanzó su cumbre en la encíclica resultado de que Ms Wojtyla convenció a Paulo VI de desconocer el concepto de la comisión pontificia, prohibiendo los medios anticonceptivos con unos argumentos de ley natural que hacen de la mujer no un sujeto humano en su dinámica de desarrollo sino un mecanismo biológico a dejar funcionar en forma natural (sobre la base de una idea pre científica de la implantación que no reconoce su carácter aleatorio).

Machismo y patriarcalismo están imbricados tanto en la mentalidad conservadora atávica, como en el magisterio de la iglesia, como en la conducta de patriarcas que llegan a sus casas borrachos a golpear a esposa e hijos como si fueran parte de su propiedad, en la cual su voz es la última palabra. Este tratamiento de la mujer tiene algo en común con la visión eclesiástica del niño como una propiedad de los padres, en el caso de la mujer, del marido (misoginismo paulino) lo que le da derechos (deberes de ella) que pueden llegar a legitimar hasta la violación conyugal. En el caso de los niños se trata de algo acendrado en la consciencia primitiva como lo muestra el episodio de Abraham, que fue un caso en la muy extendida costumbre de varios pueblos (incluido el judío que, en un antropomorfismo teológico pavoroso, rostizaba niños para calmar las iras divinas), acerca del cual cabe la interpretación de que el hecho de que Dios detuviera a Abraham muestra su prohibición de tan primitiva pero común entonces práctica. Pero esta potente imagen del patriarca con el cuchillo en el cuello de Isaac, reforzada por el pater familias y el patria potestas del derecho romano y el magisterio eclesiástico caló en el inconsciente colectivo como un mito, el de los ilimitados derechos de un padre sobre su hijo. Recientemente Pio XI y León XII dieron a este mito una formulación de ley divina y disposición canónica: El primero cita a Tomas de Aquino (El hijo es naturalmente algo del padre) y a León XIII (Los hijos son como algo del padre, una extensión de su persona). Con la fuerza de la infabilidad papal (un absurdo epistemológico que ha impedido la unión de las iglesias) se legitima ese tratamiento del hijo como una propiedad que claro ha calado en sectores conservadores de la sociedad que siguen esas orientaciones formuladas por los anti modernos y ultra montanistas papas Píos como venidas de Dios. Lo cual refleja la paradójica resistencia histórica de la iglesia (particularmente de los papas Píos) a los DH como reflejo de su rechazo a la modernidad; paradójico si se considera que el universalismo paulino y la libertad de las consciencias luterana (anatema para la autoridad de la contrarreforma) son las fuentes o antecedentes de su formulación.

Desde luego como lo enfatizan los documentos eclesiásticos, los padres tienen el derecho natural de educar a sus hijos, pero una noción de educación refleja una noción de la persona humana a desarrollar mediante ella: en este caso sumisa, incapaz de defender sus derechos, el tipo de ciudadano a la medida de sectores autoritarios de la sociedad. Estos influidos por los más retardatarios de la iglesia postulan que ese derecho constituye una ámbito familiar sacrosanto protegido por derecho divino donde la autoridad del pater familias es absoluta, un ámbito a defender a toda costa frente a la extensión de los avances de la modernidad a los niños y su consideración como sujetos humanos cuya dignidad debe ser estimulada y respetada.

Sin tener que llegar a los extremos de la explotación económica y del maltrato que pone en peligro la integridad física del niño, este puede sufrir en ese ámbito un trato que lo destruye psicológica y emocionalmente: el algo malo hay en mi para merecer no amor sino maltrato se proyecta a lo largo de su vida en una inseguridad y una incapacidad para verse como una persona digna de valoración y de amor, que no tiene que ganárselos complaciendo a los demás siguiendo sus órdenes. Niños que crecen aterrorizados caminan por la vida temerosos a ver de dónde vendrá la próxima agresión. Consecuencias destructivas y costosísimas no solo para el sujeto sino también para las familias en las que tenderá a reproducir mecanismos neuróticos; e incluso para la sociedad y la economía porque su capacidad creativa y productividad se pueden ver mermadas por la visión de sí mismo heredada del maltrato.

Cursa en el Congreso un proyecto de ley dirigido a Prohibir toda forma de castigo físico y psicológico, tratos crueles, humillantes o degradantes hacia niños, niñas y adolescentes por parte de sus progenitores. En esencia, una modificación al Artículo 262 del código civil: Disciplina y crianza sin violencia. Los padres o la persona encargada del cuidado personal de los niños, niñas y adolescentes ejercerán la autoridad, disciplina o crianza, excluyendo cualquier forma de violencia incluyendo toda forma de castigo físico y humillante y garantizando su desarrollo armónico e integral.

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Existe el peligro de que sectores de un primitivismo atávico entre abrahamico y ultramonanista salgan a la defensa de los derechos de los padres como si el proyecto intentara afectarlos; y si el niño no fuera un sujeto de derechos, y como si el derecho de los padres a educarlos fuera un derecho absoluto que acaba con los del niño al respeto y al afecto. Cultivar estos es la obligación de los padres quienes más que derechos tienen deberes para con sus hijos, obligaciones cuyo cumplimiento en lo que hace a la subsistencia física no les da carta blanca para maltratarlos.

Dice el Profeta (K Gibran): “Sus hijos no son sus hijos. Ellos son hijos e hijas de la vida. Ellos vienen a través de Uds. pero no desde Uds. Y aunque están con Uds. no les pertenecen”.

 

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