Es imperativa la reeducación de los maestros para que convencidos de la bondad de la lectura libre, sepan transmitir a sus alumnos el interés por adentrarse en la aventura lectora
¿Qué busca en un libro quien lo toma en sus manos? Quiere encontrar su puesto en el mundo, su razón de ser, saber qué dice su contradictor, alinearse o desmarcarse de un arquetipo, viajar por el mundo cabalgando en la nube de la filosofía, sentir el olor de la selva o el frío del cementerio en la voz del poeta, encontrar su propio dolor reflejado en el alarido del orate, percibir el escalofrío del asesino al enterrar el puñal, cumplir los sueños de experimentar amores prohibidos, marchar al lado del implacable conquistador, volar, soñar, reír, llorar, cantar, atormentarse o dormirse sobre él. Y ese es el encanto de la lectura, que no le niega nada a nadie, ni siquiera el tedio que también lo hay. Porque el lector es el dueño de su fantasía, se deja llevar de la mano del escritor que le regala un escenario y un reparto, pero es quien lee el que desarrolla el papel principal.
Lo antes dicho es patético cuando se observa a un infante leyendo en soledad sus primeros libros, donde no basta la fantasía y la poética de una Selma Lagerlöf que pone a volar a Nils a lomo de los patos silvestres; o las trastadas de Simón el Bobito y de Rin Rin Renacuajo (de Rafael Pombo); pues cada imberbe lector aumenta, ríe a carcajadas, diversifica, crea nuevas narrativas o fantasías, se sale del libreto. Después a lo largo de la vida, enfrentar cada libro se convierte en un ejercicio solitario, en complicidad con el escritor, que lleva al sumiso o rebelde lector por caminos insospechados, le abre mundos, esculca en el insondable ser que creemos ser; también es compañía, en ocasiones mejor que un amante porque no reclama, solo espera a que lo volvamos a tomar en nuestras manos, lo coloquemos en el cálido regazo y continuemos con el encanto.
Para enamorar a los jóvenes de los libros, es primordial cumplir la tarea pendiente en las instituciones educativas, la promoción de la lectura. Tenemos un ejemplo con el colegio Agustiniano Tagaste donde los estudiantes todos (de transición a undécimo) tienen 20 minutos cada día para leer libremente, rompiendo con la manida forma de obligar a leer textos por obligación, matando así el albedrío de la escogencia por gusto y compatibilidad; y “sin pedir nada a cambio” (Daniel Penac). Hasta alcanzar el estado ideal de leer por placer. Este propósito riñe con la orientación que por décadas se le ha dado a la lectura como parte del pensum, por eso requiere de la recia convicción de los profesores y las directivas de los planteles, con el apoyo del Ministerio de Educación, donde es imperativa la reeducación de los maestros para que convencidos de la bondad de la lectura libre, sepan transmitir a sus alumnos el interés por adentrarse en la aventura lectora.
No es tarea fácil frente al reto de las tecnologías, cuando la humanidad está creyendo que con base en un clic resuelve sus dudas o falencias. La familia también debe ser un apoyo, de hecho es el primer espacio donde se puede abrir el horizonte de la lectura a los niños, pero también aquí se enfrenta el dilema de las redes y a lo sumo las preguntas las resuelve Wikipedia o cualquier portal especializado. A ser lector se aprende, no se nace con esta habilidad, sino que hay que cultivarla. El reto es inmenso porque abarca a todos los segmentos de la sociedad: desde el ciudadano y su familia hasta las altas esferas del Estado, pasando por las instituciones educativas, ni más ni menos que toda la sociedad. Aún así hau una luz de experanza, la acogida multitudinaria a las ferias del libro que se realizan en todo el país, con la masiva asistencia de niños y jóvenes; el alto número de visitantes a las bibliotecas públicas; la multitudinaria concurrencia que tiene el Festival de Poesía de Medellín; el crecimiento lento pero sostenido del número de librerías de alta calidad (ejemplo en Medellín: Grámmata, Palinuro, Fondo de Cultura Económica, entre otras); el nacimiento de editoriales independientes; realidades que muestran el interés de todos los públicos por la lectura.
Pero lamentablemente estos son hitos puntuales, el formar buenos lectores tal vez tiene otro enemigo oculto, cual es el costo de los libros, por lo que el Plan Nacional de Lectura debería enfocar sus radares a lograr subvencionar o financiar programas de dotación de bibliotecas de manera masiva en las instituciones educativas públicas, donde se prioricen las poblaciones más deprimidas económicamente. Todavía recuerdo que en los años 70 del siglo pasado, el Ministerio de Cultura dedicó un sustancial presupuesto para la edición de literatura nacional y universal a costos asequibles para la población, valdría la pena retomar estas ideas, que tengan en cuenta el diálogo entre nuevas tecnologías y formato clásico. Aprovechar la destreza de niños y jóvenes en la utilización de los medios digitales, su comunión con pantallas, tabletas y teclados para que accedan al amplio espectro de libros digitales, que bien encaminados promueva el estímulo a la imaginación.