La corrupción que se apropia de miles de millones de pesos y beneficia a los caballeros de industria y a los decentes de la política, es nada comparable con la pérdida de lo poco que tiene el común de las gentes, añadido a su miedo permanente
La corrupción es el tema principal del cual se habla ahora, así como de la mejor manera de combatirla a todos los niveles, hastiado como está el país de ese cáncer que siempre ha existido pero que apenas en los últimos tiempos quedó a la vista y asombro de todos dada la importancia de muchos de los comprometidos en ella.
Y no sólo por eso sino por el aprovechamiento calculado que hicieron algunos políticos – aunque muchos de ellos también tengan sus pecados – la corrupción y su enfrentamiento se posicionaron como los temas preponderantes de las últimas semanas.
Y aunque ambas estén entrelazadas y se retroalimenten sin pausa, la inmediatez del escándalo que genera la corrupción con sus protagonistas a veces de la gran élite, ha ocasionado que la otra gran lacra que afecta a Colombia -la inseguridad incontrolable – pase a veces a un segundo lugar de la atención gubernamental y ciudadana.
Cuantitativamente afecta más a la comunidad ésta última, pues aunque en su comisión diaria e incesante, segundo a segundo en las grandes y medianas ciudades no se hable de miles de millones, lo que pierde la gente de la calle puede representar a veces mucho más de lo que se roban los poderosos.
Nadie puede desconocer la lucha denodada y sin cuartel que las autoridades libran a diario contra el delito, pero pese a ello y a los éxitos logrados, la situación sigue siendo igual para la comunidad que continúa siendo extorsionada, vacunada, asaltada y perseguida por una delincuencia incontrolable y creciente.
Muchachos que desde los 13 o 14 años crecieron como pudieron, con hambre, sin educación, sin oportunidades, son como la hiedra del lago de Lerna que se reproduce y reproduce a medida que le cortan alguna de sus siete cabezas.
Será, por desgracia, que Colombia entera está viviendo el mismo fenómeno delincuencial de Sao Paulo, por ejemplo, retratado en forma tenebrosa por el capo, Marcos Camacho, conocido como “Marcola”, en un reportaje televisivo a O Globo, cuando le preguntaron si él se consideraba el primer gran capo de la ciudad. Lean con detenimiento lo que contestó:
“Más que eso. Yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria” “¿Que hicieron?: nada. ¿El gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas… Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social”.
Dramática radiografía de lo que sucede en algunas grandes ciudades donde desde las cárceles se “gobierna” y se ordena qué hacer, debido a que, según este nefasto sujeto. “hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Es eso. Es otra lengua”.
Aterrador panorama que parece estar replicándose por desgracia en muchas ciudades, donde si hay cárcel no se resocializa y donde no la hay por laxitud de algunos jueces, fiscales y magistrados, la hidra se abona desde los austeros salones de la justicia para ir acrecentando este material inflamable a punto de explotar.
La corrupción que se apropia de miles de millones de pesos y beneficia a los caballeros de industria y a los decentes de la política, es nada comparable con la pérdida de lo poco que tiene el común de las gentes, añadido a su miedo permanente de estar en las calles, ante esa “tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro”.
TWITERCITO: Para cualquier n.n. importan más su celular, su reloj, su bolso y su vida, que los millones robados por los poderosos