La flaca de Botero

Autor: Álvaro González Uribe
23 noviembre de 2019 - 12:05 AM

Los entornos de las obras de arte y monumentos de la ciudad deben permanecer impecables porque son, no propiamente su entorno, sino su prolongación.

Medellín

Quien primero lo advirtió fue don Argemiro Builes Giraldo, un vendedor de lotería que acostumbra sentarse unos metros arriba a vender suerte, no siempre en el mismo lugar porque a menudo es movido de allí por los funcionarios de espacio público.

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Sin embargo, don Miro -así para sus amigos- regresa apenas puede. En el mismo sitio ha permanecido por 47 años, mucho antes de que en 1986 llegara a aposentarse el “Torso de mujer”, alias la “Gorda de Botero”, o solo la “Gorda”, así para sus amigos.

Don Miro regresa siempre porque en ese lugar es donde mejor le va. Su clientela es casi fija desde hace muchos años. Cuando le toca irse a otra parte, así sea al frente en el Parque de Berrío, no es lo mismo: los clientes se despistan y, además, no atraviesan la calle.

Don Miro lo advirtió un viernes en la mañana en que debió ubicarse en el Parque: la Gorda estaba menos gorda.

-¿Qué pasa?-, pensó. -Tendré que revisarme las vistas o cambiarme las gafas, ¡veo la Gorda menos gorda!

Pero don Miro miró hacia los edificios y no estaban ni más delgados ni más anchos. También vio que las columnas del Metro tenían el mismo grosor de siempre.

-En fin -se dijo-, el lunes volveré a observar, por ahora a trabajar: “¡De Medellín juega para hooyyyy!”, continúo su estribillo de oferta que no ha cambiado en 47 años y que le dio el sustento para levantar a sus ocho hijos.

Regresó el lunes y ¡oh sorpresa!: La Gorda estaba más delgada que el viernes. Y el martes más. Y ya no fue sólo él: sus colegas del sector también se dieron cuenta. A la semana siguiente llegaron expertos del Museo de Antioquia a mirar el fenómeno. Alguien -que no fue don Miro- les contó, y aunque no creyeron fueron a mirar, por si acaso...

Efectivamente, la Gorda se estaba adelgazando a centímetros agigantados. En un librito que llevaron leyeron sus dimensiones y con un metro largo (de tres metros) midieron su parte más ancha: En el librito decía 1.76… Midieron… y ¡1.68!

Luego en el taller del Museo los expertos calcularon el peso de la Gorda sin los ocho centímetros que le faltaban: El libro dice 2.48 metros de altura, 1.76 de ancho, 1.07 de profundidad y 1.250 kilos de peso. En una complicada operación usando el peso del bronce calcularon que la rebaja se acercaba a los 260 kilos.

Investigaron y no encontraron la causa: no le faltaban pedazos ni estaba raspada y su conformación original continuaba igual. Era un adelgazamiento general. Pasaron dos semanas y la Gorda seguía adelgazando ante el estupor ciudadano. ¡Hum!, ¡la flaca de Botero! Hasta que decidieron llamar al maestro Fernando Botero a Pietrasanta, en Italia. Solo él podría saber qué estaba sucediendo.

El maestro, preocupado por una de sus hijas más amadas, tomó el primer avión y vino a Medellín. Botero fue claro: “Obvio que la causa no es material sino espiritual y debo sentir el sentimiento de la Gorda. Solo yo puedo hacerlo”. Y agregó: “El problema es que se trata de un torso, sin cabeza, y así no puedo indagar nada, debo volver a Italia a elaborarle una cabeza urgente”.

El maestro fue rápido y en tres semanas regresó con “Cabeza en bronce para gorda”. Hermosa obra. Solicitó lo necesario y frente a una multitud de curiosos personalmente dirigió el trabajo de soldar la “Cabeza en bronce para gorda” al “Torso de mujer”, o a la Gorda, pues.

Al terminar le pidió al alcalde de la ciudad el favor de hacer despejar, no solo la calle, sino todo el Parque de Berrío y las esquinas. También pidió cerrar la estación del Metro y desocupar las edificaciones con vista a la Gorda. “Necesito estar totalmente a solas con ella para sentir su sentimiento”, dijo.

Nadie sabe cómo fue esa mágica, sensible y bella comunicación esotericoartística secreta e íntima entre artista y obra porque hasta las cámaras de videovigilancia pidió desconectar. El hecho es que el maestro luego de ese contacto con su obra llamó al Alcalde: “La Gorda tiene estrés de entorno, que llaman. Ha sucedido en la historia aunque muy pocas veces: no aguanta el desorden ni la inseguridad del lugar”.

Y agregó Botero en forma solemne: “Señor alcalde, seré sincero: con todo respeto hay que reorganizar y darle seguridad, no solo al Parque de Berrío y a sus calles aledañas, sino a todo el Centro de la ciudad. Lo más grave es que ya revisé las demás esculturas de la Plaza Botero y todas se están empezando a adelgazar. Incluso vi el Simón Bolívar del Parque de Bolívar para que no piense que es cosa mía: está casi como en vida llegó a Santa Marta y hasta su caballo muestra síntomas de desnutrición, lo que seguramente enfurecerá a lo animalistas”.

Dicho esto, el maestro añadió que debía quitarle la nueva cabeza a la Gorda. Ante los reclamos respondió que era necesario porque esa no era la escultura del lugar, que si le dejaba la cabeza sería otra obra diferente lo que implicaría una especie de "esculturicidio" que ni él como su creador podía cometer.

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Siempre generoso, lo que sí ofreció fue instalar la recién elaborada “Cabeza en bronce para gorda” al frente de la Alcaldía como forma de recordarle a todos los alcaldes y ciudadanos que los entornos de las obras de arte y monumentos de la ciudad deben permanecer impecables porque son, no propiamente su entorno, sino su prolongación.

 

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